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Los Aranceles de Damocles

Más allá de si esta nueva ronda de amenazas termina siendo implementada o no, las expectativas pueden tener un gran efecto incluso antes de que algo concreto realmente ocurra.

Cuenta la leyenda que en el siglo IV a.C., Dionisio, gobernante de Siracusa, hizo que Damocles, uno de sus cortesanos, se sentara en su trono bajo una espada afilada que era sostenida apenas por un hilo de crin de caballo. Ya en el trono, no era el filo de la espada lo que más aterraba a Damocles, sino la incertidumbre sobre cuándo, y si acaso, la espada caería.

Hoy, América Latina (y buena parte del resto del mundo) parece encontrarse en una situación similar: sus economías yacen debajo de una implacable espada arancelaria, sostenida únicamente por el delgado hilo de las órdenes ejecutivas que Donald Trump viene blandiendo desde que asumió el mando.

El primer capítulo de la reciente saga de Trumponomics 2.0 tuvo como protagonista a Colombia y a su presidente Gustavo Petro, quien no permitió que el avión militar estadounidense que transportaba inmigrantes indocumentados aterrizara en su territorio. La respuesta de Donald Trump fue inmediata: aranceles del 25% a las exportaciones colombianas que subirían a 50% al cabo de una semana.

Finalmente, tras una lluvia de vilipendios de variopinta connotación en redes sociales—incluyendo alusiones al coronel Aureliano Buendía y su estirpe (ni Macondo parece estar a salvo de una guerra comercial con Trump)—el gobierno colombiano terminó por ceder y permitió la repatriación de los inmigrantes deportados. La presión de aranceles draconianos sobre una economía ya debilitada fiscalmente resultó insostenible.

El segundo acto del drama tuvo como coprotagonistas a Canadá y México con el anuncio de aranceles de 25% por parte de Estados Unidos. En el discurso público, las amenazas retaliatorias de los países afectados no se hicieron esperar, aunque, detrás del telón, los equipos negociadores, ya sentados en la proverbial mesa de póker geopolítico, estudiaban la mano de cartas disponibles para sus gobiernos y definían estrategias para evitar el desastre económico que implicaban los aranceles en cuestión. Estados Unidos es el destino de aproximadamente el 83% y el 76% de las exportaciones totales de México y Canadá, respectivamente.

Finalmente, viendo el pozo de apuestas tan abultado y anticipando más jugadas temerarias por parte de Trump, México y Canadá, aún con la dignidad casi intacta, decidieron concederle al mandatario estadounidense la victoria política que buscaba. Lo hicieron movilizando tropas hacia sus respectivas fronteras con Estados Unidos para, citando al dueño del circo, “detener la invasión descontrolada de inmigrantes ilegales y fentanilo”. Con esto, la espada de Damocles arancelaria quedó suspendida por 30 días adicionales mientras las negociaciones continuaban.

Hasta este punto en la historia, todo parecía indicar que las movidas de Trump eran más parte de una estrategia de intimidación del nuevo matón del barrio que una política comercial realmente delineada alrededor de repartir garrotazos arancelarios a discreción.

Sin embargo, en el tercer acto del drama, el cual, dicho sea de paso, se viene desarrollando en simultáneo a la redacción de esta columna, la situación se intensificó de manera importante con el anuncio de “aranceles recíprocos” por parte de Estados Unidos. Esta medida implicaría, por ejemplo, gravar con una tasa de 25% a todas las importaciones de acero, las cuales provienen predominantemente de Canadá, pero también de México y Brasil, las dos economías más grandes de nuestra región.

Pero, aun con estos anuncios de nuevos aranceles, si consideramos las implicancias de una guerra comercial generalizada sobre el aumento de precios en Estados Unidos, la repartija indiscriminada de garrotazos arancelarios podría reactivar el trauma inflacionario postpandemia que azotó a los consumidores estadounidenses durante dos años (y que duró hasta hace apenas unos meses).

De las pocas cosas que podrían convertir a un ferviente MAGA fan en un enemigo de Trump, ver un aumento en su costo de vida (otra vez) es probablemente lo primero en la lista. Y no solo por el encarecimiento de bienes y servicios esenciales, sino también por el incremento de las tasas de interés que resultaría del inevitable golpe de timón que la Reserva Federal tendría que hacer para contener la inflación con una posición monetaria más contractiva. Un tremendo desgaste de capital político que Trump difícilmente estará dispuesto a asumir.

Sin embargo, más allá de cuán probable o no consideremos un escenario extremo en el contexto actual, sigue siendo relevante analizarlo: ¿Qué pasaría si las amenazas de mayores aranceles se materializaran en el resto de América Latina y abarcaran un mayor rango de productos? ¿Qué variables económicas se verían afectadas y cómo impactaría esto en nuestros bolsillos?

La primera ronda de efectos de mayores aranceles sobre nuestras exportaciones se sentiría sobre las cuentas externas y el tipo de cambio. La caída de las exportaciones en relación con las importaciones se vería reflejada, en principio, en un incremento del déficit comercial que llevaría a un menor influjo de capitales externos (por ejemplo, menos dólares recibidos por exportadores de manzanas chilenas o de algodón peruano hacia Estados Unidos). Esto se traduciría en una depreciación del peso chileno y del sol peruano frente al dólar (i.e. un aumento del tipo de cambio en estos países) que podría, además, reforzarse por una perspectiva más pesimista sobre el desempeño de estas economías en el contexto de una guerra comercial.

Esta caída en el valor de las monedas locales tendría 3 efectos diferenciados que vale la pena resaltar.

Por un lado, la depreciación del peso chileno o del sol peruano contrarrestaría, en parte, los efectos de mayores aranceles al hacer que las exportaciones chilenas y peruanas sean relativamente más baratas para los importadores estadounidenses. Este efecto positivo funcionaría como una especie de estabilizador automático frente al deterioro de la balanza comercial.

Por otro lado, la depreciación de las monedas locales tendría un impacto en la inflación a través del passthrough del tipo de cambio. Si el peso chileno y el sol peruano valen menos en términos de dólares americanos (i.e. el dólar se fortalece), el precio en moneda local de las importaciones en esos países se incrementaría, lo que, manteniendo constantes otras variables, se traduciría en mayores precios para los consumidores finales de estos bienes (los ciudadanos de a pie).

Finalmente, los países de la región que mantienen importantes niveles de deuda externa en dólares se enfrentarían a una mayor carga de esta deuda que ahora requeriría una mayor cantidad de sus monedas locales para pagar los intereses y el capital. Además de ello, en economías parcialmente dolarizadas como Perú y Argentina, una depreciación perjudicaría no solo las finanzas del gobierno sino también las de los ciudadanos y empresas que tienen deudas en dólares, sobre todo si reciben sus ingresos en la moneda local.

Sin embargo, es importante reconocer que, más allá de si esta nueva ronda de amenazas termina siendo implementada o no, las expectativas pueden tener un efecto muy importante incluso antes de que algo concreto realmente ocurra. En este caso, la simple expectativa de que los “aranceles de Damocles” puedan desprenderse del pelo que los sostiene y caer agresivamente sobre las economías latinoamericanas, puede ser suficiente para cambiar el comportamiento y decisiones de los agentes económicos (familias, empresas, inversionistas, emprendedores, bancos centrales, etc).

Aunque es cierto que el volumen de reservas internacionales (el cual varía sustancialmente entre países de la región), actúa como un elemento de calma que atenúa las expectativas de depreciación y los movimientos especulativos, en un contexto de aranceles más generalizados como el planteado en este escenario extremo, no resultaría suficiente para contener la depreciación de las monedas locales ni contrarrestar la incertidumbre en los mercados.  

Cierro esta columna continuando la invocación a “Cien Años de Soledad” que iniciara Gustavo Petro hace un par de semanas: Bajo la sombra de la espada pendulante de estos aranceles ominosos, ni siquiera Melquiades podría hacer una proyección razonablemente precisa sobre el destino de Macondo (o de cualquier país no inventado de nuestra región). Mientras tanto, arrastrado a este embrollo sin siquiera ser consultado, el coronel Aureliano Buendía preferiría enfrentar una vez más al pelotón de fusilamiento antes que lidiar con estos dramas geopolíticos de tan mal gusto…

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Economista especializado en riesgos financieros y política macro-prudencial. Master en Economía y Ciencias Computacionales por la Universidad de Duke (Estados Unidos). Becario Fulbright.

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