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La dolarización en Argentina y por qué no le debes poner llantas de tractor a tu escarabajo

La dolarización fue el elemento medular en la campaña de Javier Milei y, sin lugar a dudas, una de esas propuestas pragmáticas y sin medias tintas que más caló en el electorado argentino. ¿Pero qué implicaría dolarizar la economía argentina?

La dolarización fue el elemento medular en la campaña de Javier Milei y, sin lugar a dudas, una de esas propuestas pragmáticas y sin medias tintas que más caló en el electorado argentino (en contraste, por ejemplo, con los estilos más graduales de Macri y Bullrich). Con una inflación interanual de 148% en noviembre según el Instituto Nacional de Estadística – INDEC (sólo superada por el Líbano y Venezuela), no es sorprendente que la idea de desterrar la inflación “a la mala”, aún si deja muertos y heridos en el camino, conecte poderosamente con la población en este momento. Lo cierto es, sin embargo, que los efectos colaterales de la dolarización son demasiado importantes para ignorarlos y los costos que esto acarrea pueden resultar abrumadores respecto a los beneficios.

Pero pongámosle algo de color al asunto (con el perdón de los mecánicos): Dolarizar la economía argentina es como ponerle llantas de un tractor Caterpillar a un Volkswagen escarabajo. Si pensamos en la inflación como los baches de una carretera muy mal mantenida, los descomunales neumáticos instalados en el pequeño vehículo (asumiendo que tal instalación es posible) claramente permitirán sortear estos obstáculos sin dificultad. Sin embargo, el entusiasta conductor, aunque satisfecho de haber vencido las molestias de la inflación, difícilmente podrá maniobrar con libertad en las curvas más cerradas y, en general, frente a cualquier situación que requiera agilidad en el manejo.

Por ejemplo, si la ominosa nube negra de una crisis internacional se aproxima en el horizonte, un conductor sensato probablemente decidirá salir del camino en el que se encuentra para tomar un desvío que lo aleje de la tormenta o que, al menos, le permita tener suficiente tiempo de prepararse antes de su inevitable arribo. La capacidad de maniobra se vuelve de suma importancia en este contexto.

Esto es precisamente lo que hace un Banco Central responsable cuando se enfrenta a choques externos que puedan a) reducir el crecimiento económico por debajo de su potencial, o b) presionar la inflación a niveles superiores al objetivo (usualmente entre 2% y 4%). Con eso en mente, una Argentina que usa de forma oficial el dólar americano y que no tiene una moneda propia, aunque ciertamente resolverá el problema de la inflación descontrolada que padece hoy, perderá la capacidad de hacer las maniobras de política económica necesarias para suavizar los efectos adversos sobre la economía.

Es decir, al igual que nuestro heroico conductor que sufre para maniobrar este bólido casi mitológico que nos hemos inventado (mitad escarabajo, mitad tractor), dolarizar la economía argentina, aunque ofrece una solución directa a uno de los problemas más apremiantes para el ciudadano de a pie, le pone una camisa de fuerza a la política económica del país que limita severamente su capacidad de respuesta frente a las tormentas económicas que inevitablemente caerán a lo largo del camino. Esto puede crear problemas de más largo plazo y con efectos más complicados de revertir como un bajo crecimiento potencial crónico, baja productividad y la perpetuidad de altos niveles de pobreza, por mencionar algunos. 

Pero seamos más específicos. ¿Cuáles son estas maniobras disuasivas que puede realizar un banco central y que se perderían si Milei opta por el cambio de llantas de la dolarización? Enfoquémonos en las dos más importantes: 1) El ajuste de la tasa de interés de referencia, y 2) la capacidad de devaluar la moneda. 

La tasa de referencia es un instrumento de política monetaria que busca influenciar en las tasas de mercado de corto plazo (y eventualmente en las de largo) en la dirección que el Banco Central requiera para flexibilizar o endurecer las condiciones financieras y, con ello, acelerar o enfriar la economía, dependiendo de la prioridad del momento (usualmente bajo crecimiento o alta inflación, aunque en los últimos años esta dicotomía ha tomado matices más complicados). Esta capacidad de suavizar los ciclos económicos resulta clave para cualquier país porque permite amortiguar los efectos nocivos de la inflación y de un bajo crecimiento sobre los más vulnerables. Con la dolarización, Argentina perdería esta capacidad (junto con otras herramientas de política monetaria).

El otro elemento fundamental con el que cuenta un Banco Central para hacer frente a shocks externos es la capacidad de devaluar su moneda. Expliquemos esto abstrayéndonos temporalmente de los controles cambiarios que existen en Argentina actualmente: En una economía con un tipo de cambio flexible, el valor de la moneda fluctúa como respuesta al balance entre oferta y demanda por esa divisa. Este balance está fuertemente asociado a la balanza comercial del país. Si existe un superávit comercial (el país exporta más de lo que importa), existirán presiones al alza sobre la demanda de su moneda y sobre su valor porque ingresará una mayor cantidad de moneda extranjera (digamos dólares) por las exportaciones, con respecto a la cantidad de dólares que salen de la economía para pagar por importaciones. En esta situación, los dólares serán convertidos por los exportadores a la moneda local (digamos pesos) para pagar planillas, impuestos, etc. presionando su valor al alza. Es decir, en términos muy simplificados, una economía que exporta más de lo que importa ve su moneda apreciarse y viceversa.

Pero ¿qué pasaría, por ejemplo, si frente a un nuevo descubrimiento científico sobre los efectos de la soya en la salud de la gente, la demanda de este importante producto de exportación argentino se cae abruptamente? En tal situación, Argentina necesitará volverse más competitiva internacionalmente para contrarrestar parte del efecto de esta caída en la demanda de soya. Esto implicaría reducir los precios de la soya y de sus otros productos de exportación respecto a sus principales competidores. El mecanismo automático a través del cual un tipo de cambio flexible “ayudaría” a Argentina a enfrentar este choque y hacer sus productos más baratos en el extranjero sigue esta secuencia: 1) El choque negativo a la demanda internacional de la soya reduce las exportaciones argentinas de este producto, 2) las menores exportaciones generan una menor entrada (oferta) de dólares a la economía argentina y una menor demanda de pesos, 3) el peso se devalúa como consecuencia de esto, 4) la devaluación del peso implica que los productos argentinos (a los mismos precios en pesos que antes) son ahora más baratos (en dólares) y  están en una mejor posición competitiva respecto a países competidores. Finalmente, 5) esto permite recuperar, hasta cierto punto, el nivel de exportaciones que el país mostraba antes del choque externo. Es decir, el tipo de cambio se ajusta automáticamente para rebalancear (en parte) el desequilibrio en la balanza comercial generado por el shock externo.

En una economía dolarizada, dado que ya no existe una moneda propia que pueda devaluarse, este mecanismo de estabilización automática deja de funcionar y el ajuste frente a los shocks externos puede venir, más bien, a través de una fuerte caída de precios y salarios (deflación). 

Este ajuste deflacionario frente a shocks externos conlleva a periodos de crecimiento débil, lo cual, dicho sea de paso, explica buena parte de la historia económica reciente de Ecuador, un país al que se hace constante referencia como ejemplo de dolarización exitosa al haber acabado con la inflación (un efecto casi automático de dolarizar), pero que ha venido creciendo, de acuerdo al Banco Mundial, a una tasa promedio de 2.87% durante los últimos 20 años, un nivel muy inferior al que debería haber experimentado dado su nivel de desarrollo y los superciclos de precios de commodities ocurridos en ese periodo.

Entonces, ahí va nuestro pequeño escarabajo, viéndose extraño con esas llantas que no están hechas a su medida y que le impiden hacer las maniobras disuasivas que necesita para enfrentar los riesgos que se aproximan en el camino. Más allá de si es factible la instalación de los neumáticos de la dolarización (¿se logrará obtener los dólares suficientes para hacer la conversión?), es claro que se pierde mucho más de lo que se gana con estas medidas.

¿Cuál es la alternativa, entonces? Lo primero es reconocer que ninguna solución es sencilla y todas acarrean altos costos. Con eso en mente, pocos economistas discreparán en que el escenario ideal (o first best) es aquel en el que la Argentina mantiene una moneda propia y, con ello, no pierde su política monetaria, la capacidad de realizar devaluaciones competitivas, ni tampoco su rol de prestamista de última instancia (punto también fundamental pero que no desarrollamos en este artículo).

La madre del cordero, sin embargo, está en el consenso político que logre Javier Milei para llevar adelante las reformas necesarias para lograr este first best que significa reparar la autopista de la economía en lugar de ponerle las llantas equivocadas al auto que le tocará conducir por los próximos 4 años. Reparar las vías implica un drástico programa de consolidación fiscal que cierre el déficit y con ello la necesidad de abusar de la tristemente célebre “maquinita” (imprimir pesos para financiarlo) que es la fuente casi exclusiva del incremento explosivo de la inflación en Argentina. Y para muestra un botón (o dos): lo hicieron Chile y Perú en los 80s y 90s. El ajuste fue duro, pero ambos países lograron salir de la crisis, eliminar los controles de precios y mantener décadas de baja inflación y estabilidad macroeconómica.

Sin embargo, los ejemplos de estos dos países también muestran que no es suficiente con tapar huecos y asfaltar la carretera. Las reglas del camino deben estar claras y deben poder ser fiscalizadas. “Curva Peligrosa” y “Disminuya la Velocidad” son señalizaciones que toda carretera de un país serio debe tener y que la economía debe replicar en la forma de, por ejemplo, reglas fiscales con límites claros, la independencia del banco central y provisiones constitucionales que prohíban los controles de precios y el uso de subsidios como armas políticas. Esto implica que las reformas estructurales vengan acompañadas de una reforma constitucional profunda. 

Finalmente, declarándome un acérrimo aficionado a las analogías basadas en profesiones de las que no sé absolutamente nada, acá les dejo una más (esta vez con el perdón de ¿los bomberos?): Dolarizar la economía argentina es como intentar apagar una vela con un extintor. Si bien se logra apagar la peligrosa llama de la inflación, se sofoca también todas las demás llamas que son vitales para una economía saludable, como la capacidad de afectar las condiciones financieras a través de la tasa de referencia, la posibilidad de devaluar una moneda propia, y el rol crucial del Banco Central como prestamista de última instancia. El resultado es dejar a la política económica en una oscuridad incómoda, privándola de muchas herramientas necesarias para hacer frente a las tormentas económicas que se avecinan. Dejo a su criterio juzgar si la dolarización se parece más a maniobrar un Volkswagen escarabajo con aspiraciones de Monster Truck o a transitar a tientas por un camino lleno de obstáculos.

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Economista especializado en riesgos financieros y política macro-prudencial. Master en Economía y Ciencias Computacionales por la Universidad de Duke (Estados Unidos). Becario Fulbright.

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