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¿Más productividad con menos empleo? El reto laboral que enfrenta América Latina

Mientras en países desarrollados la productividad impulsa empleo de calidad, en América Latina el avance tecnológico está aumentando la eficiencia al costo de más informalidad y menos trabajo formal.

En economía, el término productividad se refiere a la eficiencia con la que se utilizan los recursos —el trabajo humano y máquinas— para producir bienes y servicios. Si una empresa o una economía genera más productos usando los mismos recursos, ha mejorado su productividad. Este concepto es amplio, ya que depende de factores como la calidad del capital humano, la calidad institucional y las condiciones del mercado. Sin embargo, teóricamente, el aumento de la productividad suele estar asociado —en su mayoría— al avance tecnológico, ya sea mediante innovaciones o procesos más eficientes.

La productividad no se trata solo de producir más bienes o servicios, sino también de producir mejor: con mayor calidad, menores costos y usando los recursos de forma eficiente. Cuando eso ocurre, se esperaría que los beneficios se reflejen en mejores condiciones de empleo y nuevas oportunidades laborales, ya que al usar mejor los recursos, las empresas pueden crecer, producir más y contratar más personal. Esto debería traducirse en empleos más estables y mejor remunerados, es decir, que la productividad complemente al trabajador. No obstante, esta lógica no siempre se cumple. El avance tecnológico, bajo ciertas condiciones, puede reemplazar a los trabajadores en lugar de beneficiarlos, y la productividad termina generando una sustitución —desplazamiento— del empleo.

Dos regiones, dos realidades

En Europa, según datos de la OIT de 2019, más del 80% de los trabajadores son formales —es decir, poseen protección social y remuneración— y concentran su empleo en actividades con alto valor agregado y tecnología como servicios especializados e industriales. En cambio en América Latina, según la OIT, el 53% de los trabajadores son informales, o sea sin protección social. Esto quiere decir que más de 140 millones de personas no tienen contrato, seguridad social ni estabilidad laboral. Además, América Latina sigue dependiendo de sectores menos productivos, como la agricultura, el comercio tradicional o la manufactura de baja productividad.

Estas diferencias también se reflejan en el desarrollo tecnológico, el cual puede medirse comparando los niveles de productividad entre regiones. Una forma de hacerlo es tomar como referencia a un país líder en tecnología y eficiencia, como Estados Unidos, y calcular qué porcentaje de su productividad alcanzan otras regiones. A esta diferencia se le llama brecha tecnológica. Es decir, mide cuán lejos está una región de igualar la productividad —y por tanto el uso de tecnología, conocimientos y métodos productivos— de una economía avanzada. Entre 2000 y 2019, esa brecha se amplió en América Latina y pasó de alcanzar el 69% del nivel de productividad de EE.UU. al 56%. Es decir, en lugar de acercarnos tecnológicamente, nos estamos alejando.

Muchos trabajos en América Latina son repetitivos y fácilmente reemplazables por máquinas o sistemas automatizados. Esto incluye empleos en transporte informal, agricultura, comercio, manufactura sencilla y trabajos administrativos básicos. Así, cuando una empresa moderniza su producción para reducir costos y no hay capacitación ni opciones para los trabajadores desplazados, el resultado es más eficiencia junto a un desplazamiento del empleo. En cambio, en Europa se crean empleos en tareas más complejas, que requieren análisis, creatividad o habilidades técnicas. Estos trabajos no se pueden reemplazar tan fácilmente por tecnología. Por eso, la productividad complementa a los trabajadores, mientras que en América Latina muchas veces los sustituye. Además, gran parte de las empresas en Latinoamérica, sobre todo las pequeñas, no tienen recursos para capacitar a su personal o modernizarse de forma inclusiva.

A esto se suma una diferencia importante de productividad laboral, que mide cuánto valor económico genera cada trabajador. En 2019, un trabajador en Europa, en promedio produjo cerca de 68 mil dólares al año, mientras que en América Latina apenas alcanzó los 27 mil, según datos del Banco Mundial. Esto refleja que con el mismo tiempo y recursos, los trabajadores europeos son más productivos. Esta brecha no se explica por trabajar menos, sino porque en Europa se aprovechan mejor los recursos, gracias a mayores inversiones en educación técnica, tecnología e innovación.

Relación entre productividad y empleo

Aunque se discute mucho sobre la relación entre productividad y empleo, en América Latina sigue siendo un tema poco explorado y con escasa evidencia. No basta con saber que la productividad aumenta o que la tecnología avanza. Lo importante es entender qué tipo de empleos se crean, cuáles se pierden y cómo cambia el mercado laboral.

Una investigación de la Facultad de Economía de la UDLA analizó la relación entre productividad y empleo en 36 países —19 europeos y 17 latinoamericanos— entre 2000 y 2019. Los resultados son reveladores. En Europa, cuando aumenta la productividad, también mejora el empleo: disminuyen los desempleados y crecen los empleos de sectores modernos como servicios e industria. En América Latina, en cambio, ocurre lo contrario. Un aumento de la productividad está relacionado con una caída del empleo formal, especialmente en servicios e industria. Estos sectores, que en otros lugares generan empleos de calidad —como salud, educación, tecnología o manufactura especializada—, aquí tienden a reducir su personal. A la vez, se observa un aumento del empleo informal y del sector agrícola, donde las condiciones laborales suelen ser más precarias. Es decir, la mejora productiva no está generando más trabajo de calidad, sino empujando a muchas personas hacia ocupaciones más vulnerables.

En Europa, el crecimiento de la productividad ha estado acompañado de inversión en formación técnica, políticas laborales activas y estrategias para que los trabajadores se adapten al cambio. Eso ha permitido que sectores como tecnología, salud, educación y servicios profesionales crezcan y generen empleo. En América Latina, en cambio, el avance tecnológico no ha sido acompañado por esas medidas. Por eso, los sectores más afectados son los que más empleo pierden.

La productividad como oportunidad

La productividad no debe verse como un problema, sino como una oportunidad. Pero para aprovecharla, deben existir reformas que preparen a los trabajadores, modernicen los sectores productivos y ofrezcan opciones a quienes puedan quedar fuera del avance tecnológico.

Invertir en educación técnica, apoyar a las pequeñas empresas, impulsar sectores con valor agregado y proteger los derechos laborales son pasos esenciales para que la productividad genere empleo y bienestar. La experiencia europea demuestra que sí se puede crecer con inclusión. América Latina necesita apostar por un progreso técnico que no solo eleve cifras, sino también la calidad de vida de sus ciudadanos.

Autor

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Economista. Profesor e investigador de la Univ. de las Américas (Ecuador). Doctor en Economía y Negocios por la Univ. Autónoma de Madrid y Máster en Econ. Internacional por la misma universidad. Especializado en economía internacional y macroeconomía.

Economista de la Universidad de Las Américas, Ecuador.

 

 

 

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