La pérdida de diversidad de fauna y flora y la fragmentación de los ecosistemas han desencadenado el fenómeno conocido como síndrome del bosque vacío o bosque silencioso. Se refiere a los bosques que en apariencia parecen intactos pero que, sin embargo, han perdido gran parte de su fauna, lo que afecta a procesos ecológicos como la polinización y la dispersión de semillas, vitales para su supervivencia. Esta pérdida de biodiversidad es un fenómeno extendido en América Latina y el mundo, y en la actualidad sigue avanzando, en gran medida, debido a la expansión de la industria detrás de las “energías renovables”.
El artículo Evidencia de una crisis de dispersión de semillas en Europa, publicado recientemente por la revista científica Science, afirma que, si los animales frugívoros desaparecen, el colapso de los bosques sería inevitable, ya que más del 85 % de las especies de árboles en las selvas tropicales dependen de ellos para dispersar sus semillas. En nuestra región, investigaciones como Estudio del síndrome de bosque vacío, de Iván Bladimir Morillo, demuestran que en regiones de América Latina como el Chocó Andino ―bosque nublados en el noroccidente del Ecuador― más del 90 % de los vertebrados medianos y grandes han desaparecido. Y en toda América Latina hasta el 88 % de los bosques tropicales enfrentan la amenaza de defaunación, lo que tiene efectos colaterales no solo en las comunidades humanas que dependen de la fauna para su subsistencia, sino también en la capacidad de los bosques para almacenar metano y carbono y mantener su integridad ecológica.
El exterminio de la fauna ha sido provocado por el reemplazo de bosques por pasturas para la ganadería, la apertura de vías sin tomar en cuenta la conectividad ecosistémica, la caza y la expansión urbana. Pero sobre todo por la deforestación para la expansión de cultivos como maíz, soja y otros necesarios para la producción de biocombustibles, la construcción de represas hidroeléctricas, los incendios forestales y la explotación de minerales requeridos para el cambio de matriz energética del Norte Global.
Frenar el cambio climático a costa de la biodiversidad
La fragmentación y desertificación de los bosques es un proceso iniciado hace décadas, mucho antes de la aparición de las energías renovables, y es consecuencia de un modelo extractivista y el mal llamado desarrollo. La minería y los monocultivos han ido aislando las áreas naturales, creando islas de bosques, o cauces de ríos aislados, incapaces de sostener poblaciones saludables de fauna y flora. Además, infraestructuras como carreteras, urbanizaciones e hidroeléctricas subdividen ecosistemas, lo que bloquea el flujo de especies y fragmenta los hábitats.
Pero, en los últimos años, la minería en los bosques y selvas de la región ha pasado de ser una actividad artesanal de bajo impacto a convertirse en una industria de escala, mientras que los monocultivos para la producción de biocombustibles se expanden sin control. Esta actividad no solo destruye grandes extensiones de bosque, sino que también fragmenta ecosistemas y contamina ríos con mercurio, ácido sulfúrico y otros químicos tóxicos, lo que afecta gravemente a la biodiversidad y las comunidades locales que dependen de estos recursos.
En este contexto, el concepto de “energías limpias”, aunque se presenta como una solución al cambio climático, no resuelve los problemas subyacentes de la explotación de los bienes comunes del planeta, mal llamados “recursos naturales”. Las energías renovables mantienen una lógica extractivista y siguen afectando a nuevas zonas.
Según la organización MiningWatch Canada, el auge de la demanda de cobre podría incrementarse entre un 200 % y 300 % para 2050, impulsado principalmente por la electrificación de vehículos y energías renovables. Y gran parte de las reservas de cobre no explotadas se encuentran en regiones de alta biodiversidad, como los bosques tropicales de la Amazonía y del Chocó.
¿Qué se está haciendo?
Las consecuencias del síndrome del bosque vacío han sido hasta ahora poco investigadas. No obstante, en respuesta a esta crisis, han emergido diversas iniciativas regenerativas, que pueden ser alternativas para conectar los ecosistemas. Por ejemplo, la permacultura y la agricultura sintrópica buscan, junto con otras estrategias, no solo la sostenibilidad, sino la regeneración integral de los ecosistemas degradados. Estas propuestas apuntan a restaurar la biodiversidad y las funciones ecológicas perdidas, promoviendo un equilibrio más armónico entre las actividades humanas y la naturaleza.
La agricultura sintrópica, desarrollada por Ernst Götsch en Brasil en la década de 1980, es un sistema agrícola regenerativo que imita los procesos naturales de la sucesión ecológica para restaurar suelos degradados y aumentar la biodiversidad. Este método que promueve la fertilidad del suelo y mejora la biodiversidad está siendo replicado en diversas regiones de Brasil y América Latina como una alternativa regenerativa a la agricultura tradicional.
La permacultura, como se conoce el sistema de cultivos sostenible que busca armonizar la producción de alimentos y el entorno, imitando los patrones de la naturaleza, ha sido adoptada en varias regiones para restaurar tierras degradadas por la minería y los monocultivos. En Colombia, la Fundación Permacultura Colombia ha regenerado más de 100 hectáreas en Antioquia afectadas por la minería de oro, y en Brasil el Instituto de Permacultura y Ecovillas del Cerrado recuperó más de 50 hectáreas en Goiás tras años de monocultivo de soja.
Otra manera de combatir esta problemática es la resistencia comunitaria. En la Amazonía, pueblos indígenas han establecido territorios autónomos para conservar sus recursos naturales, como Pueblo de Sarayaku, conocidos por su firme resistencia frente a la explotación petrolera, y en Ecuador los colectivos ciudadanos Quito sin Minería y Yasunidos han promovido y ganado sendas consultas populares que plantean un nuevo paradigma social y económico basado en los derechos de la naturaleza.
Pero una de las respuestas más efectivas al extractivismo ha sido la gobernanza local. A través de acuerdos voluntarios de conservación, las comunidades han liderado iniciativas que protegen los corredores biológicos esenciales para la fauna, basados en procesos democráticos a nivel local y nacional.
Conclusiones
Ante esta crisis ambiental y civilizatoria, es necesario ir más allá de acciones que busquen revertir el daño. Se debe replantear el concepto de energías limpias y cuestionar la lógica del extractivismo verde, que, bajo la promesa de soluciones tecnológicas para mitigar el cambio climático, sigue explotando los recursos del planeta. Es necesario un cambio de paradigma que deconstruya la lógica extractivista y abrace una visión regenerativa de la relación entre los seres humanos y la naturaleza.
El síndrome del bosque vacío es un recordatorio de que los ecosistemas no son solo recursos a explotar, sino sistemas vivos que requieren cuidado y respeto. Las soluciones a la crisis ambiental deben basarse en el decrecimiento, la desaceleración, la restauración de los ecosistemas, la regeneración de la biodiversidad, la revalorización de la vida y la defensa de los derechos de la naturaleza.
En lugar de promover energías limpias que no son ambientalmente sostenibles ni socialmente justas para las comunidades, y que perpetúan la explotación, debemos invertir en modelos regenerativos que respeten los ciclos naturales y promuevan la justicia ecológica y la paz, que actualmente es un bien escaso en la humanidad.
*Un texto producido en conjunto con el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI). Las opiniones expresadas en esta publicación son las de los autores y no necesariamente las de sus organizaciones.
Autor
Biólogo especializado en Ecología y Desarrollo Sostenible. Coordinador del Bosque Modelo Chocó Andino e investigador en la Fundación Imaymana. Maestría en Manejo Integrado de Cuencas Hídricas del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), Costa Rica.