En un mundo atravesado por conflictos, desigualdad y desconfianza institucional, el multilateralismo enfrenta una paradoja: nunca ha sido tan necesario, y nunca ha estado tan cuestionado. Mientras los acuerdos internacionales se debaten entre la fatiga de las negociaciones y la urgencia de las soluciones, un hecho sigue siendo evidente: sin la participación plena de las mujeres, el multilateralismo carece de legitimidad, eficacia y estabilidad.
A tres décadas de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, que marcó un hito en el reconocimiento de los derechos de las mujeres, la distancia entre los discursos y la realidad persiste. Las mujeres no son un grupo de interés más dentro de la arquitectura internacional; son la mitad de la humanidad y, cada vez más, la mitad de quienes trabajan por sostener la paz, la cooperación y el bienestar colectivo. Sin embargo, las cifras revelan un desequilibrio notorio. El último informe de GWL Voices, Mujeres en el Multilateralismo encontró que en las Naciones Unidas, apenas el 21% de las representantes permanentes eran mujeres en 2024. Históricamente, solo el 7% de los más de 2.800 representantes permanentes ante la ONU desde 1947 han sido mujeres, y 19 de las principales organizaciones internacionales nunca han tenido a una mujer en su máximo cargo de dirección.

Frente a este panorama, desde Iberoamérica existe una generación de mujeres que está redefiniendo la forma de entender y practicar el multilateralismo. Lo hacen desde ministerios, organizaciones internacionales, universidades, redes de la sociedad civil y movimientos sociales. Hablan distintos idiomas y provienen de diversas disciplinas, pero comparten una convicción común: que la cooperación internacional debe servir para mejorar vidas concretas, no solo para producir declaraciones. Entienden que el éxito del multilateralismo no se mide por el número de resoluciones que adopta, sino por su capacidad de traducirlas en políticas que promuevan la paz y el desarrollo de forma tangible.
El multilateralismo como práctica cotidiana
A menudo se percibe el multilateralismo como una estructura lejana, un conjunto de instituciones, cumbres y protocolos inaccesibles. Pero en su sentido más profundo, es una práctica: la capacidad de escuchar al otro, de encontrar puntos comunes en la diferencia y de reconocer que los problemas globales requieren soluciones compartidas. En esa práctica, las mujeres aportan una perspectiva fundamental, anclada en la prevención, la cooperación y una visión integral de la seguridad.
Esa mirada ha transformado la diplomacia contemporánea. Las mujeres que hoy lideran agendas globales tienden a vincular los grandes objetivos con la vida real de las personas. En los procesos de paz, la evidencia es clara: cuando las mujeres participan, los acuerdos tienen un 35% más de probabilidades de durar al menos quince años. Sin una base de paz sólida, cualquier esfuerzo de desarrollo está condenado a ser inestable. Lo mismo ocurre con las políticas internacionales que integran la igualdad de género desde su diseño y no como un añadido.
En este contexto, el liderazgo de las mujeres iberoamericanas es especialmente significativo. Durante las últimas décadas, la región ha impulsado su participación política al más alto nivel. El compromiso de la mayoría de los países latinoamericanos con la adopción de sistemas de cuotas explica, en buena medida, que la región sea hoy la segunda del mundo con mayor representación femenina en los parlamentos.
Nuestra región ha sido históricamente un laboratorio de cooperación, con mecanismos de diálogo político y social que anteceden incluso a otras regiones del mundo. Pero también ha sido un territorio de profundas desigualdades, donde las mujeres han tenido que abrirse camino en contextos complejos, sosteniendo comunidades, impulsando redes y creando nuevas formas de diplomacia “desde abajo”. Desde las defensoras ambientales en la Amazonía hasta las negociadoras de paz o las académicas que aportan evidencia a las políticas públicas, las mujeres de Iberoamérica están ampliando las fronteras del multilateralismo.
Además, las mujeres aportan perspectivas amplias que enriquecen el debate global. Las voces de mujeres indígenas, afrodescendientes, rurales y jóvenes son imprescindibles para construir una cooperación más representativa. Ellas nos recuerdan que la cooperación y la solidaridad no puede ser solo entre Estados, sino también entre pueblos; no solo entre gobiernos, sino entre comunidades que enfrentan desafíos comunes desde contextos distintos.
Los desafíos que persisten en la región
A pesar de los avances, persisten barreras culturales y regulatorias que dificultan la plena inclusión de las mujeres. La representación a nivel local, por ejemplo, sigue siendo una asignatura pendiente: apenas un 16% de las alcaldías están ocupadas por mujeres. Es crucial enfocar los esfuerzos en este ámbito, donde las decisiones tienen un impacto directo en la vida cotidiana.
Otro obstáculo mayúsculo es la violencia política, un fenómeno en el que Iberoamérica ha sido pionera en identificar y legislar, pero que sigue frenando la participación de muchas mujeres. Los niveles de violencia en la región siguen siendo alarmantes: cerca del 80% de las mujeres políticas afirman haber sufrido o presenciado algún tipo de violencia. A esto se suma la distribución desigual del trabajo no remunerado. Las tareas de cuidado, históricamente invisibilizadas, recaen de forma desproporcionada sobre ellas, quienes destinan en promedio tres veces más tiempo que los hombres a estas labores.
Hacia un futuro de participación plena
La pregunta, entonces, no es si las mujeres deben estar presentes en el sistema multilateral y las decisiones, sino cómo garantizar que su participación sea plena y sostenida. Para ello, se requiere al menos tres transformaciones fundamentales:
Primero, reconocer el liderazgo de las mujeres como parte estructural del sistema. Esto implica promover la paridad en los organismos internacionales, abrir espacios de formación y mentoría y garantizar condiciones que permitan conciliar el liderazgo con la vida personal y familiar para todas las personas.
Segundo, fortalecer las redes de cooperación entre mujeres de distintas regiones y disciplinas. La experiencia acumulada en Iberoamérica, de resistencia, innovación y diálogo, puede nutrir los procesos globales. Las alianzas Sur-Sur y la cooperación iberoamericana son catalizadores de una nueva diplomacia, más horizontal y empática.
Y tercero, traducir la igualdad en resultados concretos. No basta con contar con mujeres en las mesas de negociación; hay que reconocer y documentar el impacto de sus decisiones en la paz, la educación o la economía. La igualdad debe ser un principio, un método de trabajo, que atraviese todo el ciclo de las políticas públicas y los acuerdos internacionales.
El futuro del multilateralismo dependerá de su capacidad para reinventarse. La experiencia y el liderazgo de las mujeres son esenciales para construir un orden internacional más cooperativo y efectivo. Sus voces no solo reclaman un lugar; están transformando el modo en que entendemos la cooperación. Nos recuerdan que el multilateralismo no se sostiene sobre tratados, sino sobre confianza. Que la paz no se firma, se construye. Y que la igualdad no es un destino, sino una forma de caminar.
Un multilateralismo sin mujeres no es solo incompleto: es ineficaz. Y el mundo, hoy más que nunca, necesita de toda su inteligencia, su experiencia y su voz.
*Este texto se enmarca en la colaboración entre la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) y Latinoamérica21 para la difusión de la plataforma Voces de Mujeres Iberoamericanas. Conoce y únete AQUÍ a la Plataforma.