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Trump, el 4 de julio y el uso político de la memoria

El 4 de julio de 2025 marca no solo una efeméride nacional, sino un retrato incómodo del presente político, científico y diplomático de Estados Unidos bajo el segundo mandato de Trump.

Las efemérides en el orden político generalmente sirven para construir o consolidar relatos significativos que ayudan a consolidar a la comunidad en su conjunto o a un determinado y particular estado de cosas. Días festivos en los que el asueto laboral se ve salpicado de declaraciones oficiales y de eventos para que el orgullo local o, en su caso, nacional se vea satisfecho. Momentos en los que reivindicar el pasado y proyectar el futuro. Jornadas de cariz muy diferente que impregnan la atmósfera de trascendencia. Algunas sobrepasan las fronteras para adquirir carácter universal. Así acontece con el 4 y el 14 de julio, días que superan el marco estadounidense o el francés para proyectar su significado más allá, pero también, de configuración muy diferente, sucede con el 1 de mayo.

En el discurso del día de los caídos Donald Trump subrayó que habría una gran celebración el 4 de julio de 2026 para conmemorar el 250.º aniversario de Estados Unidos. De manera enfática señaló que «En cierto modo, me alegro de haberme perdido ese segundo mandato, porque [risas] no sería su presidente. … Además, en 2026 tenemos la Copa del Mundo y en 2028 los Juegos Olímpicos en Los Ángeles». Para terminar “¿Se imaginan? Me perdí esos cuatro años, ¡y ahora miren lo que tengo! Lo tengo todo. Es increíble cómo funcionan las cosas. Dios lo hizo; yo también lo creo. [Aplausos]. Dios lo hizo”.

Pero eso será el año que viene. ¿Qué puede señalar el mandatario norteamericano para la conmemoración de 2025 apenas cinco meses y medio después de su toma de posesión el pasado 20 de enero y del discurso en el que pronunció en seis ocasiones la palabra Panamá? Quiero centrarme únicamente en tres aspectos de lo mucho acontecido en ese lapso referidos al ámbito doméstico de la ciencia, al (des)orden regional en el vecindario y a sus relaciones con sus antiguos aliados europeos. Asuntos que pueden ayudar a dibujar una cartografía muy particular de este 4 de julio.

En mayo pasado, un artículo de The Economist contabilizaba que desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, se habían cancelado o retirado alrededor de 8.000 millones de dólares a científicos o sus instituciones, lo que equivalía a casi el 16% del presupuesto anual de subvenciones federales para la educación superior. Se rescindieron otros 12.200 millones de dólares, pero los tribunales los han restablecido desde entonces. Los NIH y la NSF habían cancelado más de 3.000 subvenciones ya aprobadas, según Grant Watch, un sitio web de seguimiento dirigido por académicos; un número desconocido había sido desechado por el Departamento de Energía, el Departamento de Defensa y otros. La mayoría de las cancelaciones habían afectado a investigaciones que no le gustan a Trump y a su equipo, incluido el trabajo que parece asociado con la DEI y la investigación sobre el cambio climático, la desinformación, la covid-19 y las vacunas. Otras cancelaciones se habían centrado en trabajos realizados en universidades de élite. Ello ha supuesto que el número de solicitudes de empleo en el extranjero de científicos estadounidenses aumentara un tercio con respecto al mismo período del año anterior; el número de investigadores extranjeros que solicitan venir a Estados Unidos disminuyó una cuarta parte.

Zhu Jingyang, embajador de China en Colombia formulaba recientemente en La Silla Vacía una irónica diatriba de que “el actual presidente de Estados Unidos tiene un apodo en nuestras redes sociales. Le decimos ‘camarada’, porque nos ayuda a construir nación. Menudo favor el que le está haciendo a su propio país con el objetivo de ‘Make America Great Again’. No, está ayudando a hacer grandes a otros”. Fuera de esta invectiva no exenta de sarcasmo. En América Latina, dejando de lado los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, Trump ha tensionado al máximo las relaciones con Colombia, México y Panamá, tres países que siempre mostraron un nivel de colaboración y de cercanía con Estados Unidos, mantiene un distanciamiento significativo con Brasil y Chile y, en dirección opuesta, solo ha consolidado relaciones de inequívoca amistad con Argentina, Ecuador y El Salvador.

En relación con sus tradicionales socios europeos el horizonte es asimismo complejo. Fuera del conflicto suscitado por las tarifas y por la incapacidad de mejorar la situación en el escenario bélico de Ucrania y del oriente próximo, su empecinamiento a la hora de querer comprometer mayores compromisos presupuestarios en defensa ha supuesto la apertura de un conflicto de consecuencias impredecibles. El gobierno español, liderado por el socialista Pedro Sánchez, ha cuestionado la demanda estadounidense de alcanzar un presupuesto de defensa que llegue al 5% del PIB.

En ausencia de una política común europea de defensa, el envite supone una caprichosa medida bajo el señuelo de que los Estados Unidos han pagado demasiado durante mucho tiempo sin tener en cuenta los beneficios indirectos obtenidos del mercado europeo. Por otra parte, y como ha puesto de relieve la IV Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo celebrada en Sevilla, la desatención de la misma para dedicar esfuerzos financieros al gasto militar en un escenario de pleno rearme es la peor de las medidas de cara al futuro, puesto que la estabilidad global se juega también en el Sur Global.

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Director de CIEPS - Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales, AIP-Panama. Profesor Emerito en la Universidad de Salamanca y UPB (Medellín). Últimos libros: "El oficio de político" (Tecnos Madrid, 2020) y "Huellas de la democracia fatigada" (Océano Atlántico Editores, 2024).

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