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Una visión para OPS/OMS desde y para América Latina

Deberíamos dar la bienvenida a la oportunidad de descentralizar la OPS de Washington, D.C., reimaginando sus funciones básicas para atender más adecuadamente las prioridades de los países donde más se necesita.

El clamor de expertos sanitarios ante el anuncio de la retirada de EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revela, desde nuestro punto de vista, cuestiones más profundas sobre las estructuras de la gobernanza sanitaria mundial, más allá de las posibles lagunas financieras y operativas que los expertos puedan decir que les preocupan. El modo en que se determinan las prioridades sanitarias mundiales, y quién lo hace, revela jerarquías de poder que reflejan historias coloniales alrededor del mundo; este desequilibrio tiene un efecto tan importante sobre la misión de la OMS y sus oficinas regionales como la pérdida de financiación.

EE.UU. ha desempeñado un papel fundamental en el desarrollo de la OMS a lo largo de sus 76 años de existencia; directa e indirectamente, el país también ha influenciado la política y la economía de muchos países de América Latina y el Caribe (ALC) durante los dos últimos siglos. Por ello, no es de extrañar que EE.UU. sea el mayor contribuyente tanto a la OMS como a la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Cabe recalcar que la OPS se fundó antes que la OMS, en 1902, por iniciativa del gobierno estadounidense y otros países de la región preocupados por la propagación de enfermedades infecciosas a medida que crecía el comercio marítimo internacional. El hecho de que la organización haya mantenido su sede en EE.UU. desde su creación y de que este país aporte más de la mitad de las cuotas de todos los países (54%) habla del legado colonialista de dominio estadounidense en las Américas.

Recientemente, académicos nos alertaron sobre la influencia que puede perder EE.UU. al abandonar la OMS; consideramos esta reacción como una mayor fuente de preocupación para la región de ALC que la posibilidad de ver reducido el financiamiento de la OPS, especialmente porque los mismos académicos dejan claro que les preocupa el futuro de los centros colaboradores de la OMS con sede en EE.UU. (72 de los 180 en total). Quienes abogan por la equidad, ¿no deberían buscar un mayor equilibrio entre los países? Al menos en las Américas, deberíamos dar la bienvenida a la oportunidad de descentralizar la OPS de Washington, D.C., reimaginando sus funciones básicas para atender más adecuadamente las prioridades de los países donde más se necesita. Además, la reubicación de la sede de la OPS/OMS y de algunos centros colaboradores en la región de ALC reduciría los costos operativos y traería consigo un cambio en la formación y experiencia de los expertos de OPS y colaboradores externos, lo que permitiría contribuciones más relevantes para la región.

Además, los comparativamente mejores resultados en salud de algunos países de ALC apuntan a la posibilidad de que los conocimientos que necesitamos se encuentren fuera de EE.UU. Por ejemplo, Chile, Costa Rica y Panamá tienen una esperanza de vida superior a la de Estados Unidos. De hecho, se considera que EE.UU. tiene un «rendimiento global excepcionalmente débil» (con una menor esperanza de vida y mayores tasas de mortalidad y enfermedad que otros países comparables) teniendo en cuenta su elevado gasto sanitario; los territorios no incorporados de EE.UU. tienen resultados sanitarios aún más bajos. Las clasificaciones de salud y desarrollo humano también sitúan a EE.UU. muy por detrás de otros países de renta alta (como Canadá). Quizás los académicos basados en EE.UU. deberían preocuparse más por los retos de la salud pública estadounidense y el papel que la OPS/OMS podría tener en el apoyo a sus reformas.

Después de más de un siglo de toma de decisiones e implementación sanitaria a nivel mundial y regional que dependía en gran medida de la financiación del gobierno estadounidense y de organizaciones con sede en EE.UU., como la Fundación Gates, la Alianza GAVI y Rotary International, puede que haya llegado el momento de que los gobiernos de ALC se hagan cargo de su propia gobernanza en salud. Descentrar física, financiera y políticamente a la OPS de Washington, DC, le permitiría centrar más adecuadamente su agenda sanitaria en las prioridades de ALC y estar más capacitada para abordar las necesidades de las diferentes poblaciones de las Américas. Como predecesora de la OMS, la OPS tiene la capacidad de encontrar formas de mantenerse fiel a su misión de «liderar esfuerzos colaborativos estratégicos entre los Estados Miembros y otros aliados, para promover la equidad en salud, combatir la enfermedad, y mejorar la calidad y prolongar la duración de la vida de los pueblos de las Américas”.

La preocupación por cuestiones de salud mundial, como la gobernanza en salud (por ejemplo, reglamentos sanitarios internacionales, un tratado sobre pandemias), no justifica la influencia desproporcionada de un país en el futuro de cualquier organización multilateral. En efecto, la prolongada dependencia de las economías de ALC con respecto a EE.UU., refuerza los desequilibrios de poder que han dado lugar a desigualdades sistémicas en los resultados sanitarios de la región. Romper con este legado y avanzar hacia esfuerzos más equitativos y colaborativos es un camino positivo para los países de ALC.

Autor

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Doctora en Promoción de la Salud. Miembro del Consejo Asesor Internacional de The Lancet Global Health y miembro del Comité Directivo del Grupo de Trabajo Temático de Sistemas de Salud en Entornos Frágiles y Afectados por Conflictos de Health Systems Global Health.

Profesor Asociado en el Departamento de Promoción y Políticas de Salud, Facultad de Salud Pública y Ciencias de la Salud, Universidad de Massachusetts Amherst, EEUU.

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