Coautores Maryhen Jiménez Morales y Raúl Sánchez Urribarri / El 3 de agosto de 2020, 27 partidos representantes de la oposición venezolana anunciaron que no participarán en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2020. Esta decisión ha causado mucha controversia. Por un lado, estas elecciones ocurren en un contexto de pandemia, con un sistema cada vez más autoritario —con árbitros cuestionados y un sistema electoral destruido— en el que una victoria opositora es imposible y participar podría legitimar comicios fraudulentos. Por otro lado, no participar le facilitaría al régimen la consolidación de su proyecto político. ¿Cómo nos acercamos a este dilema?
Esta disyuntiva es típica de elecciones en regímenes autoritarios. Los cuerpos legislativos son relevantes, incluso en autocracias como Venezuela. Las legislativas venezolanas son particularmente importantes, pues es el primer proceso electoral desde los comicios presidenciales de mayo de 2018 —que llevaron a la reelección ilegítima de Nicolás Maduro— y constituyen una pieza clave para que el madurismo termine de consolidar el control institucional del país. Si son tan importantes, ¿por qué no participar?
Primero, nada indica que la oposición tenga posibilidades reales de ganar o de que, de hacerlo, el régimen vaya a respetar los resultados. Los partidarios de la participación incondicional se refugian en su victoria de diciembre de 2015, cuando conquistaron la Asamblea Nacional (AN) contra todas las expectativas. Sin embargo, en 2015 Venezuela era un “autoritarismo competitivo.” Aunque las elecciones ya eran irregulares e injustas, constituían espacios de contestación real del poder. Como lo demostró la victoria de la coalición opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD), el triunfo de la oposición era improbable, mas no imposible. Adicionalmente, en ese entonces, la oposición logró coordinar sus acciones y presentar una oferta electoral consensuada.
Ahora bien, el escenario hoy es radicalmente distinto. En 2015, Maduro entendió que, si la oposición se organizaba y participaba, era capaz de desafiarlo seriamente y, en consecuencia, cambió su estrategia autoritaria. Desde entonces ha buscado mantenerse en el poder a través del abuso desmedido de diferentes mecanismos institucionales y el también aumento desmedido de la represión contra los políticos de oposición y la sociedad. Desde el 2016 la oposición ha perdido 28 de las 112 curules que ganó en el 2015. Como si eso fuera poco, en junio de este año, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) asaltó los poderes de la AN para nombrar un Consejo Nacional Electoral favorable al Gobierno y, recientemente, dictó sentencias que legalizaron el control del Gobierno de dos de los partidos más importantes de oposición: Primero Justicia y Acción Democrática.
A ello se suma la represión física de la oposición. El año pasado hubo 574 víctimas de torturas, 852 de tratos o penas crueles e inhumanas; 1.804 allanamientos ilegales; 789 amenazas y hostigamientos por parte del Gobierno (o de agrupaciones paramilitares aliadas); 1.692 detenidos en medio de protestas pacíficas y más de 193 por razones políticas. Peor aún, mas de 1.000 personas murieron como consecuencia de la intervención de policías y militares.
Sin duda, ante este panorama resulta difícil participar y, aun más cuesta arriba, ganar. ¿Cuál es la ventaja de participar en unas elecciones pensadas para que se afiance el autoritarismo?
Los dilemas y las respuestas no son tan simples. Abstenerse tiene un alto costo para la oposición. A pesar de todos los abusos del Gobierno, el control de la AN le ha proporcionado a esta, espacios importantes de lucha. Gracias a dicho control, la oposición pudo negarle el reconocimiento a la controvertida reelección de Maduro en 2018 y establecer la presidencia interina de Juan Guaidó en 2019, lo cual contó con el reconocimiento de más de sesenta países de la comunidad internacional.
El poder legislativo ha servido, a su vez, para visibilizar las angustias que padece la sociedad, contener la ambición de poder de Maduro y ejercer algunos niveles de democracia y debate»
El poder legislativo ha servido, a su vez, para visibilizar las angustias que padece la sociedad, contener la ambición de poder de Maduro y ejercer algunos niveles de democracia y debate. Incluso si descontamos los partidos y diputados cooptados por el Gobierno, la oposición todavía tiene un número significativo de curules en la AN. Si participan, puede que las pierdan, pero, si no, es seguro que esas curules pasarán a ocuparlas el Gobierno y sus aliados.
Adicionalmente, las parlamentarias podrían ayudar a mediano o largo plazo a modificar la estructura de oportunidades para la oposición. Las elecciones son coyunturas con objetivos claros y tiempos limitados, que abren espacios para la organización y movilización. De otros contextos autoritarios —e. j. Serbia (2000) o Filipinas (1986)— sabemos que, aun cuando el control es absoluto y las elecciones, fraudulentas, una oposición organizada y movilizada puede producir cambios sobrevenidos y derrotar a dictadores sin apelar a la violencia. Dichos cambios, sin embargo, no se logran de un día para otro. El trabajo necesario para ese tipo de movilización toma años y —en no pocas ocasiones— un par de ciclos electorales fallidos.
Por tanto, no es claro que renunciar a priori a esta oportunidad para articularse y movilizarse sea una buena alternativa y podría desmovilizar aún más a la oposición. Los dos últimos años han sido devastadores para la coalición opositora. El impulso que le dio el anuncio de la presidencia interina de Guaidó en enero de 2019 se diluyó entre las arbitrariedades del Gobierno y errores propios de la oposición y algunos de sus aliados internacionales.
Coordinar acciones en torno a los comicios le podría permitir a la oposición encontrar mecanismos de acuerdo, organizar a sus partidos, establecer vínculos sólidos con la sociedad civil y líderes locales»
A pesar de que ganar sea imposible, coordinar acciones en torno a los comicios le podría permitir a la oposición encontrar mecanismos de acuerdo, organizar a sus partidos, establecer vínculos sólidos con la sociedad civil y líderes locales, así como elaborar una narrativa esperanzadora que entusiasme a la población. El gobierno de Maduro cuenta con más del 80% de rechazo, y más del 62% de la población desea que la oposición participe en el proceso electoral. Estas cifras son esperanzadoras. Utilizar la fecha de las parlamentarias como una oportunidad para la coordinación y el renacimiento de un movimiento amplio prodemocracia podría permitir avanzar, así sea a mediano-largo plazo hacia un cambio político.
En último caso, la pregunta sobre la participación o no el 6 de diciembre se inscribe en un contexto más amplio. El sistema está creado para que la oposición mayoritaria pierda. La clave, tal vez, es pensar las elecciones no como un mecanismo para alcanzar el poder de inmediato, sino como un paso en un plan más largo, como un momento para la organización y acción colectiva. El plan, sin embargo, está todavía por verse.
Foto de Luis Carlos Díaz en Foter.com / CC BY-NC
Autor
Profesora de Ciencia Política de la Universdad de Utah. Doctora en Ciencia Política por la Universidad de Notre Dame (Indiana, E.U.A.) Sus principales áreas de interés son instituciones y cambios de régimen político en América Latina.