Coautor Robson Dias da Silva
El primer país latinoamericano en convertirse en república, Haití, es uno de los más pobres del mundo. Cuenta con bajísimos índices de desarrollo humano y social y ocho de cada diez de sus 11,2 millones de habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza, o sea menos de dos dólares al día. La agricultura de autosubsistencia es el principal medio de abastecimiento de alimentos, tanto en las zonas rurales como urbanas muy pobladas. Por lo tanto, el país que comprende la parte occidental de la isla de La Española, sufre la amenaza constante de no poder garantizar una alimentación regular y de calidad a la mayoría de su población.
Economía de subsistencia
Casi dos tercios de los haitianos sobreviven de la agricultura de subsistencia orientada al mercado interno, produciendo principalmente cereales, legumbres y alimentos básicos, haciendo de la agricultura la principal base económica del país. Aproximadamente el 78% de las familias participan de alguna manera en actividades agrícolas. Y la superficie cultivada está dividida en aproximadamente un millón de unidades agrícolas, de las cuales cerca del 80% están en manos de pequeños agricultores con parcelas inferiores a 1,3 hectáreas.
Estos pequeños agricultores se enfrentan a grandes dificultades de producción como la pérdida de fertilidad del suelo, el cambio climático, un débil sistema de financiación, acceso restringido a semillas de calidad e inestabilidad del mercado local. Pero también existen desafíos desde el punto de vista de la transformación y la comercialización debido a la escasa infraestructura con una pobre capacidad de almacenamiento y la falta de conexiones con carreteras y redes de transporte.
Como base de la económica nacional, la agricultura desempeña un papel fundamental en el suministro de alimentos y la generación de ingresos a nivel local. Además, el sector es clave para aumentar la resiliencia de otras actividades económicas y adaptar el país a los riesgos impuestos por las catástrofes naturales. Por lo tanto, la agricultura haitiana no sólo podría mejorar significativamente la seguridad alimentaria del país, sino también impulsar su economía y hacer que el país sea más seguro desde el punto de vista medioambiental.
Entre 1998 y 2012, un período de relativo crecimiento en las economías de América Latina y el Caribe, la expansión de Haití fue de apenas el 1,0% anual, muy por debajo de lo necesario para reducir los niveles de pobreza. Pero en 2019, el país redujo aún más su pobre crecimiento al 0,7%.
En el primer año de la pandemia, según estimaciones de las Naciones Unidas, la economía haitiana se contrajo un 2,0% y se espera que este año el descenso sea de alrededor del 1,8%. La pandemia, por lo tanto, se suma como un elemento más al ya complejo escenario nacional, resultante de años de inestabilidad política, guerra civil y desastres naturales como el terremoto de 2010 y el huracán Matthew de 2016.
Hacia una transformación productiva
La geografía, el potencial agrícola, los recursos naturales, la cultura y la historia de Haití lo convierten en un país rico en oportunidades. Sin embargo, para iniciar un proceso de transformación productiva y social, se necesitan políticas claras, integrales y adaptadas para apoyar a los pequeños agricultores y a las pequeñas y medianas empresas que forman parte de la cadena de valor agrícola.
En este sentido ¿Cómo se podría transformar, ampliar y fomentar la agricultura haitiana reforzando la pequeña producción agrícola? Hay dos áreas prioritarias de intervención con un claro potencial para aumentar la productividad agrícola, impulsar los ingresos rurales y mejorar la seguridad alimentaria en el país.
En primer lugar, hay que promover la diversificación de las fuentes de ingresos entre los hogares rurales. Al diversificar la producción agrícola, los riesgos asociados tenderían a reducirse, lo que permitiría aumentar los ingresos y mejorar la seguridad alimentaria nacional. Todo esto haría que el país fuera más resistente y menos vulnerable a las crisis.
Y, en segundo lugar, hay que mejorar el rendimiento de los mercados rurales. La productividad agrícola se ve afectada por la limitada disponibilidad y los altos costes de los insumos de producción. Además, la falta de acceso fiable a los mercados reduce el interés por invertir en la mejora de la producción agrícola.
Teniendo esto en cuenta, los responsables políticos y demás actores deberían centrarse en ampliar la diversificación y mejorar el acceso a los mercados, los instrumentos financieros y la asistencia tecnológica agrícola y climática. Se necesitan políticas que promuevan y refuercen los vínculos entre las ciudades y el campo para facilitar el acceso de los pequeños agricultores a los mercados.
Dichas políticas deberían incentivar a los agricultores a aumentar la producción, la transformación y la comercialización mediante el acceso al crédito, seguros agrícolas, priorización de la producción local, fomento del sector privado para que se comprometa con los pequeños agricultores. Además, se debe apoyar la creación de cooperativas de producción y comercialización, asociaciones de agricultores e incentivos para proteger y preservar el medio ambiente.
Para ello, se debe reforzar la investigación destinada a identificar las actividades agrícolas más adecuadas para cada zona de producción agroecológica. También debe fomentarse el fortalecimiento de los servicios de extensión con iniciativas como las Escuelas de Campo o la FAO, y una mayor disponibilidad y accesibilidad a los insumos clave como semillas y fertilizantes.
Desarrollo de actividades no agrícolas
Además, se deben promover actividades no agrícolas para diversificar las fuentes de ingreso de las familias rurales. Esto contribuiría a reducir la vulnerabilidad y a establecer una planificación a largo plazo, que es esencial para hacer frente a los riesgos climáticos tan presentes en el país.
Para ello, las inversiones deben dirigirse a reducir las barreras a la educación básica, la formación profesional, el capital inicial, el acceso a los servicios básicos y a los mercados. La “industrialización sin chimeneas” podría utilizarse como marco para buscar cambios estructurales, no sólo en los países y comunidades subsaharianas como se ha debatido en los foros mundiales, sino también en Haití y otros países del Caribe.
Por último, la ampliación del crédito y la reducción del coste de producción están directamente asociadas a la reducción del riesgo, que en Haití tiene un fuerte contenido climático. Por ello, la adopción de instrumentos financieros innovadores como los seguros paramétricos podría ser una herramienta útil.
Al compartir los riesgos con diferentes regiones y mercados —locales y externos— se daría un primer paso hacia el fortalecimiento de los mercados financieros y la creación de acuerdos institucionales supranacionales que aumentarían las cantidades disponibles para los agricultores. Así se ampliarían sus mercados y reducirían los riesgos relacionados a los huracanes y las inundaciones.
Este tipo de seguro, al vincular un menor riesgo con el desarrollo de tecnologías y la adopción de medidas respetuosas con el clima, actuaría como fuerza motivadora para la adopción de nuevas prácticas. Y especialmente las sugeridas por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), para garantizar que los países y las partes interesadas sean resistentes al cambio climático.
El pueblo de Haití merece el apoyo mundial.
Robson Dias da Silva es economista y profesor de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ). Doctor en Desarrollo Económico por la Universidad Estatal de Campinas (UNICAMP).
Foto de Nathan Congleton en Foter.com
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Autor
Representante adjunto de la FAO en Haití. Experto en desarrollo rural, análisis de sistemas de producción agrícola y creación de capacidad institucional. En la FAO ha trabajado en seguridad alimentaria y medio ambiente, entre otros temas.