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​​La mitigación climática depende de la conexión de las políticas con el bienestar personal

Calor insoportable. Tormentas cada vez más fuertes. Inundaciones seguidas de sequías. Los trastornos del cambio climático para nuestra salud, bienestar, seguridad y economía, sin hablar de la calidad del medio ambiente y de la belleza del paisaje, aumentan como nunca hasta el punto de que en la última cumbre sobre el clima, COP27 (Egipto), la comunidad de expertos se despidió de la ingenua ilusión de que el planeta se pueda mantener por debajo del incremento de 1,5 grados Celsius a lo largo de este siglo y admitió que estamos yendo hacia una suba de tres grados. Todos sabemos, además, lo que un alza de tres grados implica para el cuerpo.

Si cuando tenemos fiebre, paramos y revaluamos lo que necesitamos hacer, ¿por qué no procedemos igual cuando nuestro sistema ambiental y climático nos da tantas señales? Durante años se planteó que primero era una cuestión de dificultad cognitiva para entender un tema demasiado complejo o distante. ¿Cómo explicar a la sociedad que los gases emitidos por sus coches o la producción de carne que consume tiene consecuencias climáticas?

El planteamiento ha sido traer las pequeñas acciones individuales al centro del debate mediante el mantra de que cada acción individual mitigadora cuenta. Tomar baños rápidos ahorraría energía; también, reutilizar las toallas, además de contaminar menos el agua, y separar la basura sólida de la orgánica nos pondría más cerca de un ideal de ciudadanía ambiental. Todas estas medidas son comportamientos legítimos, solo que demasiado aislados, microscópicos y sujetos a deslices personales como para alcanzar la escala necesaria de transformaciones de los hábitos que contribuyen al calentamiento global.

De allí la urgencia por avanzar hacia una agenda de emisión cero antes de 2050 a partir de políticas públicas que impacten a la sociedad como un todo y a gran escala. De hecho, el aumento de la preocupación de la sociedad por la crisis climática anticipa su probable apoyo a iniciativas que deberían ser ejecutadas por Gobiernos que afectan algunos de nuestros comportamientos más dañinos. Por ejemplo, nueve de cada diez brasileños concuerdan en que el calentamiento global es un problema grave para la humanidad; ocho reconocen que ya sufren los efectos del cambio climático y cuatro están dispuestos a pagar más por productos que tengan una menor huella de carbono.

Ese diagnóstico ha llevado a gobiernos, ONG y universidades a sondear cómo movilizar a la población para pasar de intenciones a acciones y para adoptar prácticas sistémicas que cuestionen hábitos arraigados, procedimientos estándares y reglas de juego por default que perjudican los planes de llevar a cero nuestras emisiones. Ello genera una serie de interrogantes prácticos relativos a cómo nos transportamos, nos alimentamos y nos proveemos de productos para el hogar.

¿Debemos normalizar las reuniones presenciales que exigen vuelos internacionales o debemos naturalizar las formas remotas que evitan la emisión de gases? ¿Debe el Estado buscar una alimentación con menor huella ambiental en escuelas públicas, hospitales y ministerios o se debe dejar que ese ajuste en la nutrición personal sea fruto de elecciones particulares?

Estas son políticas concretas que van más allá de decisiones individuales y, por lo tanto, tienen el potencial de generar cambios a gran escala. Incrementar impuestos sobre carnes rojas y lácteos, aumentar las tarifas aéreas para pasajeros frecuentes, substituir el impuesto a las mercancías por uno que vele por las emisiones del producto tendría un efecto infinitamente mayor que acciones fragmentadas de tipo individual como substituir lámparas incandescentes por LED o ir al supermercado en bicicleta en lugar de en coche.

¿Cómo persuadir a los ciudadanos de que apoyen y legitimen, por lo tanto, esas propuestas? Históricamente, la sensibilización y movilización de apoyo a causas ambientales apeló al miedo, la culpa o al sacrificio extremo personal. Nada de eso ha funcionado.

En la búsqueda por entender qué gatillos se pueden activar al proponer políticas de alcance colectivo, los experimentos sobre redefinición de conductas en favor de emisiones cero como el desarrollado por la consultora Market Analysis, junto con la red de expertos en sostenibilidad SCORAI Brazil, ofrecen buenas pistas. Según este, cuando se exhiben las ventajas relativas al bienestar que esas políticas tienen (mejor salud por comer menos carnes rojas, más seguridad nutricional en ámbitos públicos) la adhesión a esas propuestas crece. Y ello ocurre en una proporción mucho mayor que defendiendo las mismas políticas por sus posibles ventajas económicas (más ahorro fruto de más frugalidad o menor gasto por usar productos concentrados) o por sus dividendos ambientales (un aire más puro o un clima menos sujeto a extremos).

Por ejemplo, el apoyo a compras públicas provegetarianas y antiproteína animal sube del 50% a casi el 64% cuando se usan argumentos relativos al bienestar, la salud y la seguridad familiar, en comparación con un aumento de hasta el 55% cuando se usan ideas exclusivamente ambientales. En el caso de la internalización de costos de tipo climático en los precios, el argumento económico es inocuo para motorizar su apoyo, pero al conectar esa propuesta con los beneficios de estilos de vida, su apego se incrementa del 56% a más del 69%.

Un futuro de emisiones cero requiere ir más allá de personas actuando virtuosamente de modo aislado. Los estudios de opinión pública sirven para identificar la lógica más efectiva para convencer a la gente de cambiar prácticas enteras de movilidad, alimentación y provisión hogareña en la medida necesaria para combatir el cambio climático. A su vez, esos sondeos revelan que el apoyo público exige más que una promesa de lucro financiero o suponer que las personas responderán a un principismo ambiental.

La batalla contra el calentamiento global y las medidas pertinentes para ganarla dependen de la conexión que haya entre estas propuestas y los beneficios de bienestar personal, familiar y colectivo.

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Fabián Echegaray es director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil, y actual presidente de WAPOR Latinoamérica, capítulo regional de la asociación mundial de estudios de opinión pública: www.waporlatinoamerica.org.

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