En junio de 1494, representantes diplomáticos de los reinos de España y Portugal firmaron un famoso tratado que, en la práctica, pretendía establecer una división de casi todo el mundo en esferas de influencia política, económica, militar y sociocultural. Evidentemente, los Gobiernos de Madrid y Lisboa intentaban formar un condominio hegemónico para su propio provecho. Aunque el tratado de Tordesillas llegó a gozar de algún reconocimiento y apoyo papal, lo cierto es que acabó siendo cuestionado por muchos otros miembros del sistema internacional de la época.
Cinco siglos después de aquellos acontecimientos parece que nos acercamos a un nuevo intento de establecimiento de ámbitos de influencia, pero con graves y espurias consecuencias para la mayoría de los pueblos, naciones y Estados del mundo, incluso para el conjunto de los países latinoamericanos y caribeños.
En efecto, aún antes de la injustificable invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022, ya era evidente el intento de ciertas potencias con impulsos y tentaciones imperialistas (especialmente potencias con regímenes políticos autocráticos, híbridos e iliberales) para establecer manu militari en zonas de dominación y en desmedro de la soberanía, la libertad y la integridad territorial de países vecinos.
Tales prácticas, contrarias al derecho y a la seguridad internacional, han sido acompañadas y agravadas por una virtual corrida armamentista, el impacto del cambio climático y la destrucción de los equilibrios ecológicos y sanitarios, la competencia geoeconómica, los conflictos socioculturales (civilizacionales) y los efectos de la continua ola de autocratización en muchos países del mundo.
En un contexto global de creciente interdependencia, dichos intentos de establecer esferas de influencia han generado reacciones de numerosos miembros estatales y no estatales del sistema internacional. En general, predomina la idea de que tales esfuerzos de replicar las ambiciones subyacentes al tratado de Tordesillas precisan y merecen ser rechazados ahora. En el fondo, se trata de amenazas graves e inminentes a la paz, la democracia y la seguridad de muchas naciones y Estados, especialmente de sociedades en vías de desarrollo, así como de las clases subalternas que están presentes en los propios países con impulsos o tentaciones expansionistas y colonialistas.
América Latina también ha atravesado, en diverso grado de intensidad, por las realidades impuestas, debido a la recomposición del sistema internacional, sobre todo en el último trienio. Duramente afectada por la pandemia de la COVID-19, por no pocos desastres ambientales y por preocupantes procesos de desdemocratización/autocratización en ciertos países, la región necesita urgentemente revisar las directrices generales de su identidad e inserción internacional, así como oponerse a intentos de reestablecer campos de influencia hegemónica extrarregional en nuestro continente y el mundo.
Hay que tener presente que la región ha sufrido numerosas embestidas imperialistas en el pasado. Concomitantemente, las sociedades y los Gobiernos del continente deberían insistir en el propósito de contribuir a la formación de un orden internacional de pueblos libres, concepto esencialmente opuesto a las veleidades imperialistas, expansionistas y colonialistas de algunos pocos y en provecho ajeno.
Ante una coyuntura caracterizada por la competencia, la tensión y la confrontación entre grandes potencias y bloques (particularmente en el caso de estadunidenses, europeo-occidentales, rusos y chinos), luce pertinente perfeccionar los mecanismos de consulta y concertación macrorregional, en los que se destaquen la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y otros procesos de integración regional, cooperación y multilateralismo. Del mismo modo, parece evidente la necesidad de cumplir de manera efectiva las tareas de casa en lo tocante al progresismo político y al desarrollo socioeconómico, entendidos como bases para una inserción internacional cada vez más soberana, constructiva y republicana.
En suma, paz, calidad democrática y seguridad regional son activos muy importantes para los pueblos y Gobiernos latinoamericanos, máxime teniendo en cuenta los acontecimientos en el este europeo y otros conflictos semejantes. Así mismo, conviene tener presente que la confrontación actual entre grandes potencias puede dar lugar a un igualmente espurio condominio hegemónico mediante el establecimiento, más o menos explícito, de ámbitos de influencia comparable a la lógica subyacente al referido tratado de Tordesillas. Por tanto, no queda más que continuar vigilantes, buscar el multilateralismo y el diálogo entre civilizaciones y destacar las virtudes del no alineamiento, tous azimuts.
Rememorando la antigua teoría de los tres mundos, es factible que América Latina forme parte del segundo mundo. Si eso es así, es bastante probable que líderes políticos y diplomáticos, además de investigadores especializados, precisen enarbolar la tarea de cuestionar la presunción hegemónica de ciertos países extracontinentales. En esa hipótesis, quizás sea oportuno que los pueblos y Gobiernos libres del mundo establezcan alianzas para oponerse colectivamente a las amenazas de ese nuevo Tordesillas en formación.
Dicha alianza en favor de la multipolaridad, paz, cooperación y seguridad regional podría incluir a la comunidad afroasiática (principalmente en el caso de pueblos y Gobiernos con orientación democrática), además de componentes sociales progresistas y antimperialistas que actúen dentro de las grandes potencias.
Todo ello, sin obviar la necesidad de contrarrestar ambiciones personalistas y otras tendencias negativas semejantes de naturaleza intrarregional (autocratización, aventurerismos, parroquialismos, sectarismos, inmovilismo). He aquí una tarea urgente y aparentemente ineluctable.
Autor
Investigador-colaborador del Centro de Estudios Multidisciplinarios de la Universidad de Brasilia (UnB). Doctor en Historia. Especializado en temas sobre calidad de la democracia, política internacional, derechos humanos, ciudadanía y violencia.