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Alckmin, el increíble candidato a vicepresidente de Lula

Desde que al expresidente Lula da Silva se le restituyeron sus derechos políticos, ha recuperado su condición de favorito para las elecciones presidenciales de 2022. En un reciente sondeo del Instituto Datafolha, Lula, del Partido de los Trabajadores (PT), es señalado con un 48% de las intenciones de voto, lo que indica que hay grandes posibilidades de una victoria en la primera vuelta. Jair Bolsonaro está en segundo lugar, muy por debajo, con un alto rechazo, y la aprobación de su gobierno en declive. Todos los intentos de crear una «tercera vía» han tenido resultados poco o nada prometedores. Con Lula como probable próximo presidente, los noticieros se han agitado desde el primer momento en tratar de «descubrir», o quizás orientar, quién sería su vicepresidente.

La interminable búsqueda de un candidato a la vicepresidencia

La variedad de nombres que se barajan es impresionante: el presidente del Senado, Rodrigo Pacheco (PSD), el senador Omar Aziz (PSD), el gobernador de Pernambuco, Paulo Câmara (PSB), el gobernador de Maranhão, Flávio Dino (PSB), la senadora Simone Tebet (MDB), la empresaria Luiza Trajano, el ex ministro de Hacienda Henrique Meirelles (PSD), el empresario Josué Gomes (PL y FIESP), entre otros muchos. En su conferencia de prensa de noviembre en el Parlamento Europeo en Bruselas, Lula bromeó diciendo que ya tenía 22 vicepresidentes. Un nombre, sin embargo, ha ganado protagonismo, supuestamente cuenta con el apoyo del ex candidato del PT Fernando Haddad, y no es negado por Lula: el ex gobernador de São Paulo Geraldo Alckmin.

El favoritismo de Lula difunde la esperanza del regreso de un gobierno soberano, que busca la justicia social, el pleno empleo y las políticas inclusivas. La figura de Alckmin, sin embargo, promueve la frustración. Famoso por carecer de carisma (se le llama peyorativamente «picolé de chuchú», literalmente paleta de cayote o chayote, en alusión a que es insípido), está vinculado a las tendencias más conservadoras de la Iglesia católica, ha estado ligado durante décadas al Opus Dei, y sus gobiernos se han caracterizado por un duro neoliberalismo. Cuando era vicegobernador, dirigió el programa de privatización en São Paulo, vendiendo la compañía eléctrica estatal Eletropaulo por un precio que se consideró muy bajo.

Alckmin acumuló cuatro mandatos en São Paulo, estado apodado Tucanistán por la longevidad del Partido Socialdemócrata Brasileño (PSDB) (cuyo símbolo es un tucán) al frente del ejecutivo estatal: 26 años. Si los gobiernos federales del PT ampliaron la educación, Alckmin dejó a los maestros sin ajustes salariales durante casi cuatro años, persiguió a los huelguistas y cerró más de dos mil escuelas.

Su gestión en São Paulo estuvo marcada por los escándalos de manipulación de licitaciones, con desvío de dinero para almuerzos escolares (Alckmin fue apodado el «ladrón de meriendas»), sobornos de la constructora Odebrecht y sobrefacturación en contratos de metro y mantenimiento de trenes. Una de las empresas participantes en la trama del metro, Alstom, obtuvo posteriormente una condonación de 116 millones de reales del gobierno de Alckmin y una prórroga de diez años en el plazo de prestación del servicio contratado.

Cuando Lula y Alckmin se enfrentaron en las elecciones presidenciales de 2006, hubo dos situaciones destacables. En primer lugar, en el principal debate televisado entre los dos candidatos, Alckmin se mostró desconcertado cuando Lula le preguntó por las privatizaciones y el desmantelamiento del Estado, una de las señas de identidad de los gobiernos de su entonces partido, el PSDB. La segunda situación es el propio resultado electoral: Alckmin logró la hazaña de recibir 2,4 millones de votos menos en la segunda vuelta que en la primera. En las últimas elecciones a presidente, en 2018, Alckmin volvió a presentarse y logró otra hazaña: quedó en cuarto lugar con solo el 4,7% de los votos, el peor puesto en la historia del PSDB.

Algunas implicaciones del binomio presidencial Lula-Alckmin

Además de los problemas descritos anteriormente, junto con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) (ahora MDB), el PSDB fue el principal partido detrás del golpe de Estado en 2016. En este sentido, una decisión del PT, perseguido judicialmente en los últimos años, por hacer una alianza con el PSDB podría reforzar la tesis de que no hubo golpe, sino un caso normal de impeachment. La posible alineación de Lula con Alckmin, sin embargo, no sería con el PSDB, por mucho que éste se identifique con los «tucanos». Con la victoria del actual gobernador de São Paulo João Doria en las preliminares del PSDB para ser candidato presidencial, la desafiliación de Alckmin era inevitable, ya que ambos mantienen una tensa relación desde 2018.

Existe la posibilidad de que Alckmin se una al PSB, al PSD o al partido Solidaridad. El ala paulista del PSB realizó una investigación para verificar cuánto aumentaría la votación de Lula una plancha con Alckmin en el interior de ese estado, donde está el gran apoyo electoral del exgobernador. Sin embargo, dentro del propio PSB habría nombres que contribuirían más a nivel nacional a aumentar las posibilidades de victoria de Lula, como sus líderes en el Nordeste. El PSD también cuenta con políticos que pueden sumar sin tanto rechazo, como los senadores que participan en la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) que indaga las acciones y negligencias del gobierno de Bolsonaro ante la pandemia. Lula ya ha declarado que sólo definirá su vicepresidente después de ser oficialmente candidato a la presidencia y que pretende «construir una lista para ganar las elecciones». Otras fórmulas contribuirían más a este objetivo.

Hay un lema que dice que «la política es el arte de negociar». Evidentemente, la política también es eso, pero es mucho más que eso. De hecho, sería poco probable que Lula construyera una lista con un compañero de partido como Fernando Haddad como su vicepresidente, o un aliado de un partido de izquierda más pequeño, como Guilherme Boulos (PSOL y MTST) o Manuela D’Ávila (PCdoB).

Sin embargo, elegir como vicepresidente a un opositor histórico (y que suma pocos votos), confundiría y despolitizaría a los votantes, transmitiendo la idea de que la denuncia del golpe en 2016 era puro discurso, y que realmente daba igual elegir al PT o al PSDB. Peor: reforzaría la narrativa de Bolsonaro de que el PSDB es de izquierdas y le daría supervivencia como candidato con altas posibilidades de disputar la presidencia. Finalmente, Michel Temer (PMDB), como vicepresidente, conspiró para el golpe que derrocó a Dilma Rousseff, del PT. ¿Puede Brasil confiar en que Alckmin, que apoyó ese golpe, sea leal a Lula a partir de 2023?

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Profesor de la Escuela de Ciencia Política de la Univ. Federal del Estado de Rio de Janeiro (UNIRIO). Doctor en C. Política por IESP/UERJ. Coord. del Centro de Análisis de Instit., Políticas y Reflexiones de América, África y Asia (CAIPORA / UNIRIO).

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