A pesar de que México cuenta con la generación de profesionales más preparada de la historia del país, ni el presidente Andrés Manuel López Obrador, ni la sociedad mexicana confían en sus capacidades, y han “congelado” a una administración pública que requiere de renovación. En su lugar, el gobierno ha optado por recurrir a las Fuerzas Armadas para desarrollar un sin número de funciones.
La corrupción, el autoritarismo tradicional, la falta de voluntad política real para luchar por vivir en una sociedad con una mayor calidad democrática, el desánimo de la gente, y un militarismo socialmente arraigado, se encuentran detrás de la idea de relegar a la administración pública a un segundo plano.
No hay disposición para cambiar el sistema
En 2018 la sociedad estaba harta de la clase política tradicional. Ello fue terreno fértil para el arraigo de un mensaje que enfatizara “la esperanza de México”, y que pasó por lo que se denominó la “cuarta transformación” mexicana. Pero el discurso no se ha materializado porque ni la clase política, ni la propia sociedad tienen intención de cambiar la tradicional forma de conducir sus asuntos.
López Obrador utilizó el discurso, pero siempre supo que el principal enemigo de un político es el tiempo. La necesaria transformación de todo el sistema político es imposible de lograr en un sexenio, y el presidente optó por ser práctico, ponerse manos a la obra eimpulsar sus proyectos emblemáticos al costo que fuera. Desde el principio señaló con claridad que el aeropuerto de Santa Lucia, el tren Maya, que atraviesa de Salina Cruz a Coatzacoalcos, y la refinería de Dos Bocas eran sus prioridades.
Desconfiando de unos y otros, el presidente recurrió a las fuerzas armadas, como el brazo de la administración pública más confiable. La sociedad no se inconformó porque también tiene la concepción de que los militares son los funcionarios más honrados y eficientes del gobierno, lo que muestra un militarismo socialmente arraigado.
A la actual administración le ha tocado vivir un momento especialmente complicado en el que el crimen organizado tiene en jaque, no sólo a México, sino a toda su área de influencia en el Caribe y Centroamérica, lo que ha llevado a que la inseguridad se haya disparado en los últimos treinta años en América Latina.
AMLO, heredó un país en el que la clase política fracasó en reformar los aparatos de seguridad, a pesar de destinar millonarios recursos. En ese contexto, el presidente, ha sido práctico y ha optado por postergar esa reforma, creando y consolidando la Guardia Nacional. A ello se suman las consecuencias de la pandemia que está condicionando la gobernabilidad y la economía en todos los países del mundo y afectando la esperanza de vida de muchísimas personas.
AMLO nunca pretendió transformar políticamente el país, sino completar una serie de proyectos que le permitieran ser recordado. Por ello, ha seleccionado a las fuerzas armadas como instrumento operador.
Preocupación con la creciente militarización de México
Por otra parte, la sociedad civil organizada y sectores académicos están preocupandos por la cada vez más frecuente presencia militar en diferentes actividades y han activado sus “alarmas”, señalando el riesgo de que se están “militarizando” diferentes esferas de la sociedad.
Preocupa especialmente la consolidación de la Guardia Nacional en asuntos de seguridad pública, pero también el aumento de misiones encomendadas a las fuerzas armadas. Inquieta tambien la autonomía militar y la posibilidad de que los militares se “emborrachen” de poder y se tienten en caer en actitudes pretorianas de abuso de poder.
Por otra parte, oficiales de las Fuerzas Armadas también empiezan a inquietarse por sentirse atacados en su profesionalidad. Perciben las críticas como provenientes de “enemigos”, mientras que la Secretaria de Defensa Nacional y la Secretaría de Marina responden, como pueden, a las solicitudes del poder político. Para ello, requieren recursos y más personal, lo cual es comprendido por la sociedad, ya que es esta, a través de sus representantes, quien está demandando su intervención en la gestión de asuntos públicos que van más allá de la esfera militar.
El poder militar siempre ha sido más fuerte cuando el poder político y la administración pública han sido más débiles. La desconfianza de AMLO y de buena parte de sus votantes en la clase política tradicional y en la administración pública, sumado a su mentalidad militarista, es lo que está detrás de esta ampliación de misiones de las fuerzas armadas. Ello es preocupante porque debilita a la administración pública en diferentes sectores.
Esto no es culpa ni responsabilidad de las Fuerzas Armada. Es el reflejo de una dejación de funciones de las autoridades políticas y de la renuncia a gestionar sectores claves de la gobernabilidad de la convivencia democrática de la sociedad mexicana.
¿Son los militares más eficientes que otros profesionales? Es posible que su disciplina les haga más eficiente en ciertas misiones pero los integrantes de las Fuerzas Armadas son ciudadanos que comparten las mismas dificultades que el resto de la población.
La presencia de militares en la gestión de la seguridad pública ya es tradicional en México. Ojalá que esta nueva Guardia Nacional profesional y eficiente sea un éxito en el mediano plazo, para que sirva de plataforma para una verdadera reforma de las fuerzas de seguridad. Pero mientras ello no se logre las cifras de homicidios y delitos no podrán reducirse.
Foto de Eneas em Foter.com
Autor
Profesor Investigador del Instituto Mexicano de Estudios Estratégicos y de Seguridad Nacionales (IMEESDN). Profesor adscrito del Departamento de Relaciones Internacionales y Ciencia Política de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP)