La agenda global de los últimos años ha estado marcada por acontecimientos de gran magnitud que han copado la atención de los medios de comunicación, los ciudadanos y las élites. La crisis financiera del 2008, la pandemia del Covid-19 y en los últimos dos meses, la invasión rusa de Ucrania, han ocupado las agendas políticas y mediáticas. Esto ha mantenido a América Latina en un segundo plano y fuera de la órbita del debate global.
En este nuevo contexto mundial, reivindicar la relevancia de América Latina resulta complicado por al menos dos razones. En primer lugar, porque se está desarrollando una narrativa de bipolaridad, excesivamente simplista, que articula las relaciones internacionales en torno a dos grandes colosos: China y Estados Unidos. Y ante este escenario, actores como América Latina o la propia Unión Europea quedan relegados a ser actores periféricos y subordinados a las grandes potencias.
En segundo lugar, porque pese a que la región cuenta con déficits estructurales y agendas pendientes, el hecho de no generar desequilibrios de impacto global la posiciona en un espacio periférico.
Afortunadamente, existen iniciativas que siguen invitando a repensar el papel de América Latina en el orden mundial y subrayan la relevancia de la región. Tal es el caso del encuentro de centros de investigación y asociaciones de estudios dedicados al análisis sobre América Latina y el Caribe y las relaciones birregionales entre Europa y América Latina y el Caribe, celebrado en Berlín los días 28 y 29 de abril. Este encuentro, organizado por la Fundación EU-LAC, el Instituto Iberoamericano de Berlín y el German Institute of Global and Area Studies (GIGA), supuso un interesante foro de discusión sobre el estado de la región y generó nuevas sinergias para repensar el papel de América Latina en el nuevo orden global.
El nuevo escenario es especialmente crítico porque muchos de los desafíos globales son consecuencia de coyunturas superpuestas. Cuando el mundo todavía no había logrado recuperarse plenamente de la crisis financiera de 2008, llegó la pandemia y recientemente la invasión rusa. Estos acontecimientos, a su vez, han generado distorsiones que han trascendido a esferas concretas y han impregnado multitud de dimensiones de la esfera pública. Así, consecuencias como la crisis económica, energética o migratoria cuentan con numerosas ramificaciones que implican la actuación de múltiples actores y desde diferentes ámbitos de actuación. Son fenómenos complejos que requieren, por tanto, actuaciones complejas.
América Latina no puede quedarse al margen de la toma de decisiones ni convertirse en un mero actor pasivo. Por ello, hoy, más que nunca, es necesario que desde los gobiernos de la región se diseñe una agenda conjunta que rompa cualquier lógica bipolar y abra las puertas a la multilateralidad.
Y, en este sentido, la Unión Europea puede ser un gran aliado para América Latina porque, posiblemente, también está tratando de rediseñar su lugar en el nuevo orden mundial, apartándose de la alargada sombra de China y Estados Unidos.
Dentro de esta lógica, es necesario que América Latina se dote de medios para poder integrarse en la partida del orden mundial. En este sentido, una de las medidas más urgentes es que, dentro de la región, se retomen las cumbres de presidentes después de siete años de parón. Hoy más que nunca es necesario recuperar el diálogo, aunque no necesariamente se llegue a grandes consensos y es especialmente relevante que exista un foro de discusión independiente que no cuente con el tutelaje de terceros países u organismos.
En segundo lugar, es importante repensar la narrativa de los acuerdos de integración ya que las anteriores experiencias son fruto de un contexto pasado. Se deben impulsar nuevos proyectos que sean entendidos como instrumentos de carácter geopolítico con interdependencia económica, y no meros acuerdos comerciales. Por último, deben dedicarse esfuerzos para la ejecución de acciones coordinadas, al menos en las principales agendas, pese al mantenimiento de relaciones bilaterales entre Estados.
Una vez fortalecido el diálogo dentro de la región, América Latina podrá situarse en una posición más sólida dentro del orden internacional y encontrar aliados, como la Unión Europea, para afrontar los nuevos desafíos globales y minimizar, en la medida de lo posible, la preponderancia geoestratégica de Estados Unidos y China.
La crisis de la globalización, el cambio climático, la transición energética o las crisis migratorias no pueden ser resueltas eficientemente pensando en una lógica bipolar ni bajo agudas rivalidades geoestratégicas. Esto podría conducir a más desequilibrios y a la persistencia en el tiempo de muchos de estos problemas.
Por ello, América Latina debe aprovechar las oportunidades que el nuevo contexto ofrece, y posicionarse como un actor clave en procesos tan relevantes como la política energética o el suministro de materias primas.
Se viven tiempos convulsos en los que las diferentes agendas necesitan de mayor cohesión económica, social y territorial. Incluso, por qué no, conviene renovar el contrato social. Pero esto ya no es viable pensando únicamente en una lógica estatal o bipolar. Frente a los nuevos desafíos, es necesario que todas las piezas encuentren su lugar en el tablero. Por ello son tan importantes las iniciativas como la impulsada la pasada semana por la Fundación EU-LAC. Esperemos que vengan muchas más.
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Autor
Cientista Política. Profesora de la Univ. de Valencia (España) y docente externa en la Univ. de Frankfurt. Doctora en Estado de Derecho y Gobernanza Global por la Univ. de Salamanca. Especializada en élites políticas, representación, sistemas de partidos y política comparada.