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¿Qué frente democrático para Brasil?

El tema de los frentes políticos ha vuelto a estar en el centro de la discusión en Brasil y ha sido abordado desde diversos puntos de vista desde que la democracia comenzó a ser amenazada por el presidente Jair Bolsonaro. Sin embargo, el problema se remonta al inicio del actual periodo democrático, en particular al proceso constituyente en los años ochenta.

Uno de los enfoques aborda el problema desde la perspectiva de los liderazgos. El politólogo Sérgio Abranches, por ejemplo, piensa que existen liderazgos “que se consideran democráticos”, pero que, en el fondo, son intolerantes frente a grupos ideológicos distintos. Desde este punto de vista los frentes políticos deberían formarse sobre la base de “programas mínimos”, dejando de lado diferencias sobre cuestiones específicas e ideológicas en favor de la “contradicción principal”, que sería la disyuntiva “neofascismo versus democracia republicana”.

Otro enfoque es la invocación a la amenaza “protofascista” como un proceso de deterioro interno de la propia democracia brasileña como lo plantea el ensayista Luiz Sérgio Henriques. El remedio que presenta este autor es el del centro político como espacio “para mover a todas las fuerzas políticas y a la propia sociedad. “La piedra en el camino de esta alternativa”, como afirma el propio Henriques, es la “incertidumbre sobre el principal partido de la izquierda (Partido de los Trabajadores), su línea básica y la orientación de sus simpatizantes, que no han sido formados en la política de frentes”. Sin embargo, en su perspectiva pareciera que al PT le bastara solo con saludar simbólicamente al centro, eligiendo un vicepresidente conservador, «para calmar a los mercados».

Los problemas y desafíos de estos enfoques son reales y deben ser resueltos. No obstante, el centro político está lejos de poder ofrecer alguna alternativa en el actual contexto brasileño, perdido como está en su ortodoxia programática y en su catatonia política.

La dificultad de crear frentes democráticos programáticos

El problema de fondo se remonta al inicio del actual periodo democrático, más concretamente a la forma en que el centro político resurgió y se reinventó en los siguientes Gobiernos. Los primeros signos preocupantes aparecieron ya en el proceso constituyente (1986-1988), cuando, junto a la intensa movilización social por la nueva Constitución, surgió de las urnas una representación política despojada de los mejores cuadros políticos e intelectuales que habían impulsado esa movilización.

Las crisis que siguieron, incluida el proceso de impeachment del presidente Fernando Collor de Mellor (1992) ―cuyos crímenes quedaron impunes―, agravaron la situación e hicieron proféticas las palabras que Ulysses Guimarães, líder del MDB ―la oposición tolerada por el régimen militar― y de la resistencia contra la dictadura, dijo en 1989: «Si crees que el actual Congreso es malo, espera al siguiente».

Desde entonces, el centro de gravedad de la nueva política brasileña se ha alejado del eje del MDB hacia los partidos que se presentaban como dispuestos a realizar reformas estructurales en el país: PSDB y PT.

El punto de inflexión fue el gobierno de Itamar Franco (1992-1994), que consiguió reconstruir un frente democrático y poner fin a la importante crisis económica agravada durante el gobierno de Collor, del cual era vicepresidente. El frente político de Franco, que abarcaba desde la derecha liberal hasta la izquierda moderada (excomunistas), aunque se centraba en la urgencia de detener la hiperinflación y mantener el carácter republicano del sistema, no logró atraer al grueso de la izquierda, cuyo partido más importante, el PT, expulsó de sus filas a quienes apoyaron la nueva coalición de gobierno.

El ensayo de revitalizar la joven democracia se desvaneció en los años siguientes, a pesar del éxito del Plan Real (1994), que consiguió controlar la hiperinflación. Incluso durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) ―que había sido ministro de Economía en el gobierno de Franco― las reformas se limitaron a la liberalización, pero sin abordar el reto del desarrollo nacional en la periferia del capitalismo y, sobre todo, sin enfrentar las prácticas neopatrimoniales y antirrepublicanas de los aliados conservadores.

Los dos mandatos de Lula da Silva (2003-2010) y Dilma Rousseff (2011-2016) ―este último también interrumpido por un impeachment―, con sus reformas asistenciales no hicieron más que agravar el problema, tal como se comprobó en los escándalos de corrupción conocidos como Mensalão y Petrolão.

En lugar de formar frentes programáticos a favor de reformas económico-sociales que afrontaran los problemas económicos y sociales más urgentes, tanto el PSDB como el PT optaron por Gobiernos apoyados, principalmente, por fuerzas políticas anacrónicas, lo que acabó impidiendo la vía de reformas que podrían haber desbloqueado el desarrollo y evitado la crisis actual.

No basta con derrotar a Bolsonaro en las urnas

La crisis que hoy consume a la democracia brasileña no se limita ni se agota en Bolsonaro, que parece más bien una marca de las limitaciones y dificultades de nuestra democracia. Basada en la dependencia interpersonal, manifiesta en la «venta de votos» y en la fragilidad financiera, impidiendo la movilidad social, la democracia se fragiliza, enredada en problemas estructurales que se expresan en la precarización del trabajo y el desmantelamiento de las cadenas productivas mediante la desmovilización de los trabajadores y el cierre de empresas.

Ninguna democracia puede sostenerse sobre esas bases. Basta ver el escenario político que hoy amenaza a las democracias occidentales víctimas de la desindustrialización, escenario agravado por la escalada inflacionaria de la pandemia de la COVID-19 y la guerra de Ucrania.

En Brasil, donde el tejido social es estructuralmente frágil, el resultado no podía ser mejor, tal como vemos con Bolsonaro y sus reiteradas amenazas de golpe de Estado. Sin embargo, es ingenuo suponer que este delicado cuadro se revertirá simplemente derrotando al actual mandatario en 2022 y volviendo a poner en el poder a la dirigencia responsable del fallido «egoísmo partidario» que llevó a Brasil al punto en que está ahora.

Fortalecer la frágil democracia brasileña exige volver a un tipo de frente democrático como el del gobierno de Franco, basado en un programa consensuado ―en lugar de una mera defensa abstracta de los principios democráticos―, única forma de superar la polarización populista, poner fin a la crisis socioeconómica y restaurar la confianza popular en el pacto constitucional de 1988.


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Cientista político. Profesor de la Universidad Estatal del Norte Fluminense - UENF (Brasil). Doctor en Historia Contemporánea, por la Univ. Federal Fluminense (UFF) y Magíster en Ciencia Política por Unicamp.

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