La prospección del curso de la guerra en Ucrania enfrenta considerables dificultades, no sólo debido a lo poco fiable que son los datos disponibles, sino también al hecho de que los tomadores de decisiones ocultan a la opinión pública las acciones con las que tratan de sorprender día tras día a su oponente. Nuevamente se produce un giro copernicano del combate: a pocos días del envío de carros de combate al ejército ucranio por parte de países de Occidente, el Gobierno de Rusia anuncia que suspende su participación en el tratado sobre el control de armas nucleares. No obstante, pese al alto nivel de hechos imprevisibles, se aprecian algunas tendencias al cumplirse el primer año de conflicto bélico.
La primera es que se avanza hacia un empeoramiento del conflicto, tanto respecto del campo de batalla como a nivel de enfrentamiento geoestratégico. Otro rasgo creciente en los últimos meses es la fatiga tras un año de confrontación, desde el agotamiento de materiales bélicos al cansancio que comienza a apreciarse en la opinión pública. Tomando en cuenta estas tendencias y siempre en términos de probabilidades -porque en un conflicto abierto cualquier cosa es posible- puede observarse que el curso de la guerra se mantiene en una alternancia entre el estancamiento y la escalada, entendiendo esta como una agudización pronunciada del enfrentamiento propiamente bélico. Regularmente, ambas situaciones presentan una relación secuencial: tras una escalada suele producirse un estancamiento, sobre todo en una guerra prolongada.
La prolongación de la guerra ha sido el principal tema en los discursos en torno al primer aniversario de los presidentes Vladimir Putin y de su homólogo Joe Biden. Ambos han afirmado que están preparados para continuar la guerra hasta una hipotética victoria militar, Putin de una forma directa y Biden en términos del “mantenimiento de su apoyo a Kiev dure lo que dure la guerra”. Estas afirmaciones excluyen, al menos de momento, la eventualidad de una negociación de alto el fuego y menos aún para establecer una paz duradera.
De hecho, han sido líderes menos alineados quienes han empezado a sugerir propuestas para detener la guerra, como los presidentes de México, Brasil o India, o de algunos sectores socialdemócratas europeos. También ha despertado expectativas en el sur global la propuesta china de detener la guerra.
Ahora bien, cuando se prevé la prolongación del conflicto como perspectiva para derrotar al oponente, se deben calcular los costos humanos y materiales. Y aunque ninguna de las partes han ofrecido datos precisos sobre decesos directos ocasionados en este primer año de guerra, Naciones Unidas estima en 30.000 las muertes de civiles en este primer año de guerra, así como de siete millones de refugiados ucranios y otros tantos desplazados al interior del país. Además, hay que tener en cuenta las 1.500 millones de personas afectadas por la inflación y los impactos económicos derivados de la guerra en todo el mundo, entre los que se cuentan la población latinoamericana, siempre según Naciones Unidas.
En cuanto a las muertes de combatientes hay grandes diferencias según las fuentes. Los ministerios de defensa de Ucrania y Rusia han aceptado que han tenido perdidas del entorno a 25.000 ucranios y 40.000 rusos. Sin embargo, medios como BBC, DW o FP señalan que en las fases de recrudecimiento bélico se han producido cerca de 8.000 muertos al mes de parte ucrania y unos 12.000 de parte rusa, lo que eleva el promedio anual en torno a 90.000 decesos ucranios y 130.000 de combatientes rusos. Cifras que se aproximan a las que ofrece la compilación realizada para este año por el Estado Mayor de la Defensa de Noruega. En pocas palabras, una pavorosa masacre, incluso si se aceptan las cifras más conservadoras.
Por otro lado, las pérdidas materiales son cuantiosas con la afectación de viviendas, carreteras, aeropuertos y líneas de ferrocarril, instalaciones de salud y educativas. La escuela de Economía de Kiev ha estimado en más de 2 billones de dólares de pérdidas en infraestructuras durante este primer año de guerra.
Es decir, que cuando se contempla la continuación de la guerra, como se desprende de los discursos emitidos en este primer aniversario por los mandatarios de Rusia y Estados Unidos, es necesario tener en cuenta lo que verdaderamente significa: un cúmulo con rasgos apocalípticos de muerte y destrucción. Y este es un buen punto de referencia para avizorar las consecuencias de la ofensiva rusa prevista para el inicio de la primavera, que enfrentará la dotación de armas pesadas (tanques, artillería móvil, etc.) que el ejército ucranio recibirá de sus aliados occidentales.
En sus respectivos discursos para este aniversario, los mandatarios Biden y Putin se han acusado mutuamente de haber iniciado la guerra. Biden se basa en una evidencia, la agresión militar fue una iniciativa de Rusia. Pero en su discurso, el mandatario ruso ha sostenido que las potencias occidentales son las que la han provocado y ha puesto como prueba de su voluntad de paz el envío del memorándum de negociación enviado a Washington y Bruselas en diciembre de 2021 y el rotundo rechazo recibido como respuesta. Resulta indudable que este ninguneo persistente no justifica la agresión militar de Moscú contraria al derecho internacional. Pero la historia se encargará de dimensionar la responsabilidad de las potencias occidentales en su incapacidad de evitar la guerra.
En todo caso, el argumento acerca de la responsabilidad del inicio de la guerra, no puede dispensar de la responsabilidad actual acerca de su prolongación. La evidencia de los efectos aterradores que causa día tras día, tiene suficiente peso moral como para abandonar la tentativa de lograr una derrota del oponente, cueste el tiempo que cueste. Cada día que se prolonga esta guerra aumenta la responsabilidad moral sobre el conjunto de la comunidad internacional.
Autor
Enrique Gomáriz Moraga ha sido investigador de FLACSO en Chile y otros países de la región. Fue consultor de agencias internacionales (PNUD, IDRC, BID). Estudió Sociología Política en la Univ. de Leeds (Inglaterra) con orientación de R. Miliband.