“¿Es ridículo defecar en el despacho de un juez?”, le preguntó Paraguayo Cubas, más conocido como Payo Cubas, a su entrevistador Carlos Mateo Balmelli, en un programa de televisión. En efecto, la anécdota es que él, literalmente, se bajó los pantalones y le dejó su presente a un juez. “¿Y cómo te definís?”, le preguntó Carlos a Payo. “Yo no me veo como un político”, respondió, “más me veo como un religioso cívico, lleno de dogmas”. “Vivo en un estado de constante excitación académica”.
Las elecciones latinoamericanas han visto una partida de personajes discordantes, de esos que realmente viven “out of the box”, pero Payo Cubas muy bien podría ocupar un lugar destacado en esa liga. Su cabeza, grande, calva y ovalada, con una mirada intensa, y una sonrisa burlona, habla y aboga por la legalización de la marihuana para acabar con la mafia de la frontera en Pedro Juan Caballero. Su discurrir es incomprensible y sus asociaciones son inverosímiles, aunque punzantes.
Pero Payo también trae consigo una dosis de ira, insultos, amenazas y violencia. Actualmente está detenido por perturbar la paz pública y predicar el odio. Llamó a tomar el Tribunal de Justicia Electoral con acusaciones de fraude, muy probablemente infundadas tras las recientes elecciones. Usualmente amenaza con llevar a “los bandidos” al paredón. Y bandidos hay muchos. Son pocos los miembros de la clase política que escapan a ese calificativo. De hecho, propone la pena de muerte para los que han robado del erario.
Augusto Roa Bastos se refirió a la mansedumbre del pueblo paraguayo. Resiliente y resignado. Un pueblo que parece vivir su destino sin el más mínimo sentido del derecho. Es como si viviese con permiso, en tierra ajena. Las elites hablan, debaten, se pelean, se pronuncian sobre el deber ser, pero los paraguayos tienen que aguantar un transporte público de pésima calidad, un sistema de salud que no resuelve y escuelas públicas en estado precario. Payo parece haber penetrado ese silencio manso y canalizó la ira que subyace. Cuando él grita “al paredón”, un coro de voces anónimas grita “si, carajo”.
Paraguay ya lleva unos largos años de estancamiento. Después de haber descendido de manera significativa entre el 2003 y el 2014, la pobreza se ha mantenido en torno al 25%. El 65% de la fuerza de trabajo está en la informalidad. Los trabajadores por cuenta propia y las empleadas domésticas constituyen una porción importante. Se habla de unas 255.000 mil familias campesinas recluidas en parcelas de tierra cada vez más pequeñas. El Instituto Nacional de Estadísticas habla de una cuarta parte de la población con inseguridad alimentaria moderada o severa. Y la inseguridad es un grave problema para la ciudadanía.
Todo lo mencionado duele. Sin embargo, duele aún más cuando la gente siente que el sistema está amañado. El empleo formal más cotizado en el país es el del sector público. Es ahí donde se encuentra trabajo decente, con ciertos beneficios y con perspectivas de una mínima protección social. La tónica es que ese sector está dominado por el partido-Estado, el Partido Colorado, el que movilizó su voto duro el día de las elecciones y volvió a ganar, por mayoría simple. El que protege a los suyos. Así se los percibe. En cambio, el joven que vive del delivery, el trabajador de la construcción, la empleada doméstica o el campesino, entiende que no tiene futuro. El estancamiento y la pandemia lo ha agotado.
Payo recogió todo esto y lo pudo hacer porque su competidor en la oposición, Efraín Alegre, no supo convertirse en el interlocutor válido de ese sentimiento de desazón e injusticia. Al final, su discurso de “mafia” o “patria” no logró tocar la fibra de la gente joven y de las clases medias y bajas. El político liberal hizo su mejor esfuerzo, pero terminó siendo considerado parte de “los mismos de siempre”. Al final, Payo salió tercero, pero con un 23% tocándole los talones al candidato de la llamada Concertación.
Lastimosamente, el pueblo iracundo se ha equivocado en su elección. Payo, el “anarquista romántico” que hubiese sido trotskista de haber optado por el socialismo; el histriónico, que admira a Chiang Kai Shek, que dice que la comunicación con el pueblo tiene que ver con la mirada, es un tiro al aire. Seduce, pero no lleva a ningún lado. Lo echaron del Senado por sus improperios y comportamiento. Cuando se le preguntó que por qué no cuidó su posición contestó, “era demasiado aburrido, yo proponía una cosa y era mi voto contra el resto, terminé tomando medio litro de whisky al día”.
Más allá de Payo queda el descontento, lo que expresa el propio Payo, no lo que representa, porque para representar se requiere articular algo más coherente. ¿Cómo ganar la confianza de la gente, en el país de la desconfianza? Años de dictadura, corrupción, desigualdad e impunidad han corroído el capital social del país. La gente no parece estar pidiendo una revolución social, sino el fin de los privilegios. Algo muy básico, casi premoderno.
Autor
Cientista político, profesor del Programa de FLACSO en Paraguay y consultor en planificación estratégica. Fue director regional para A. Latina y el Caribe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Magister en Ciencias Políticas por FLACSO–México.