La pandemia de la COVID-19 ha significado una lección para los Estados del mundo.
Sin embargo, las primeras décadas del siglo XX significaron un período de profunda crisis económica y social. La dominante fe en el crecimiento de mercados, el libre comercio y los precios altos de los productos primarios cambió por proteccionismos, reducción de precios, falta de crédito y contracción en importaciones claves. Para manejar la crisis, cobraron relevancia modelos con una tendencia al fortalecimiento del Estado. Surgen, así, nuevas iniciativas que, de a poco, conformarán lo que en algunos países se conoció como la sociedad del bienestar.
En los países no industrializados esto debía de ir de la mano de medidas fiscales para generar mayor ingreso a los Gobiernos, algo que después de la Segunda Guerra Mundial se daría a conocer como desarrollo. Es en este período cuando se pone de moda lo que se conoce por ingeniería social. Se trataba de compensar una falta de iniciativa privada con el sector público, programar a largo plazo tomando en cuenta visiones holísticas de la sociedad e identificar sinergias entre economía y sociedad, y fortaleciendo a sectores esenciales para el desarrollo.
No en todos los países de América Latina se aplicaron estos modelos por igual. Sin embargo, se puede decir que, en general, se consolidaron fuerzas que fomentaron políticas de industrialización, integración regional y distribución de ingreso. Con ello lograron en muchos casos algunos resultados sociales y económicos sin precedentes. Lo que comienza con una gran crisis económica y social se va transformando, por medio de la ingeniería social, en modelos de gobierno nacional-populares que incorporaron al sector público sectores que se encontraban anteriormente marginados. Las visiones no eran solo nacionales, sino también regionales. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) fue quizás uno de los productos institucionales más representativos de estas iniciativas.
Más adelante, a escala global, otros desbalances cambiaron las condicionantes, y la mayor parte de los sistemas políticos de la región no sobrevivieron los cambios. En muchos casos hubo quiebras institucionales, pero asistidas por intereses extranjeros. Durante los años setenta se promocionó el modelo neoliberal como una reacción a lo que nuevos Gobiernos señalaban como la raíz del problema: el Estado y el «populismo» (la participación popular). De esta manera, se redujo el papel del Estado por la vía de las privatizaciones, se eliminaron protecciones «ineficientes» (manufacturera), se redujeron inversiones sociales y se enfriaron labores de integración regional. Este intento de reforma encontró un freno en la conocida crisis de la deuda de los años ochenta que condujo a lo que se denominó como la década perdida de América Latina.
A mediados de esta década, un grupo de investigadores de distintos países publicaron una antología con el título Bringing the State Back In (Traer de vuelta al Estado). Fue una respuesta intelectual al impulso neoliberal y demostró la esencialidad del Estado en la conformación de una sociedad del bienestar y como agente estructurador nacional del desarrollo. Sin embargo, la caída del Muro de Berlín y el colapso del socialismo real lo llevaron a lo contrario. Se trató de un período sin precedentes en la liberalización de mercados y desmantelamiento de Estados, especialmente en América Latina.
La consecuencia de esto ha sido un histórico aumento de la desigualdad tanto a escala global como a escala nacional. Si bien hubo momentos de crecimiento con mejoras en la distribución social y una mayor presencia pública, nunca se logró realmente retomar la necesaria presencia estatal. Es más, enormes partes del territorio latinoamericano y de su población han pasado a ser gobernados por estructuras privadas y, en algunos casos, ilegales a través de una suerte de narco-Estados paralelos. La actual pandemia nos encuentra en medio de esta crisis y se agrega como un nuevo elemento estructural que impone soluciones urgentes.
Al igual que en la crisis de comienzos del siglo XX, la fe en la autorregulación de los mercados está ahora siendo seriamente cuestionada, incluso por aquellos que anteriormente la promocionaban como la base del nuevo orden mundial, denominado globalización. Al igual que en aquel momento, se imponen Estados emergentes (que están creciendo) desde la periferia. En todos, es indudable el papel central que desempeña el Estado y ejecuta eficazmente sistemas de planificación nacional a largo plazo, además de que coordina políticas locales y globales.
La geopolítica de la pandemia está poniendo nuevamente en el centro del escenario la necesidad del liderazgo estatal. El punto es: ¿qué modelo podemos seguir? Algunas indicaciones al respecto: lo primero es no inventar la rueda. Hay que mirar a la Historia y aprender de distintas experiencias, propias y en otras partes del mundo. Lo segundo es que la aplicación de medidas debe estar siempre acorde con las particularidades propias, nacionales y regionales. En América Latina hay, sin duda, experiencias exitosas de ingeniería social, que pueden funcionar de modelo. Un ejemplo es lo relacionado con el proceso de industrialización de Brasil y la construcción de un «nuevo Estado». Lo que el economista Celso Furtado en algún momento llamó la fantasía organizada, que incluyó la construcción de una nueva capital para el país.
Ningún país puede enfrentar solo las pandemias o cualquier crisis profunda, menos aún los países periféricos del sistema internacional. El exitoso enfrentamiento de las crisis depende de políticas de desarrollo a largo plazo. Es vital analizar aquí soluciones, entendiendo la conexión entre distintos tipos de problemas estructurales: la pandemia, el subdesarrollo y el medioambiente. La ingeniería social, participativa y transnacional, es un instrumento esencial para lidiar con asuntos complejos y estructurales. De las crisis anteriores subsisten creaciones institucionales como la Cepal, quizás uno de los mayores y resilientes éxitos de la ingeniería social latinoamericana. Por qué no pensar en ampliarla, construyendo nuevas herramientas, como podría ser una Cepal de la salud, o de educación, investigación y hasta de defensa.
Estamos en una situación compleja, pero no es la primera vez ni será la última. Es clave mirar hacia adelante y hacerlo viendo las complejidades estructurales, repasando y actualizando lo mejor de la experiencia propia en cuanto a la solución de crisis. El futuro está en manos de los mismos latinoamericanos y la pandemia pone de relieve lo que hace falta.
Foto de Liam Quinn en Foter.com / CC BY-SA
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Autor
Historiador económico y profesor titular en Estudios Latinoamericanos en el Instituto Nórdico de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo. Investiga en temas de geopolítica y desarrollo.