La pandemia explicitó algo que los científicos, los movimientos sociales, las organizaciones internacionales y varios actores políticos han estado advirtiendo durante años: el planeta está brutalmente herido y, con él, nosotros también, individualmente y como humanidad. La situación es dramática y sentimos en nuestros cuerpos la profunda vulnerabilidad frente a los efectos de la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de los recursos materiales y energéticos y el cambio climático. Los límites ecosistémicos han sido sobrepasados por la acumulación y el despojo ilimitado del capitalismo. Por ello, uno de los aspectos centrales de los debates sobre el futuro tiene que ver precisamente con cómo nos relacionamos con la naturaleza.
Tres proyectos diferentes disputan en el debate político los rumbos del mundo post-pandemia. El primero es el business as usual, centrado en el crecimiento del PIB como indicador de “bienestar”, en el desarrollismo depredador y en la búsqueda de nuevos nichos de mercado y de mercantilización de la naturaleza. Políticas de ajuste que exigen, una vez más, el sacrificio de todos para maximizar el beneficio y el lucro de unos pocos son evocadas para salir de la crisis. El mito del “progreso”, a su vez, también es movilizado una vez más, aunque ahora articulado a prácticas todavía más violentas y a una retórica que funde el negacionismo con el discurso de la eficiencia y del control ultra-tecnológico.
El segundo es el “Green New Deal”, que aunque surge inicialmente tras la crisis del 2008 en los círculos ecologistas de Reino Unido, gana más resonancia en los últimos años a partir de una propuesta de diputados demócratas en Estados Unidos para generar reformas sociales y económicas que llevarían a una transformación del sistema energético. Se difunde muy rápidamente durante la pandemia, con apropiaciones diversas de actores muy diversos, como empresas, organizaciones internacionales y la propia Unión Europea, que está creando su propio “European Green Deal”.
Ya el tercer proyecto es el de un cambio de paradigma hacia una nueva matriz económica y ecosocial, propuesto por movimientos combativos y diversos actores sociales y también religiosos, anticapitalistas y ecologistas, que a lo largo de las últimas décadas han apostado y construido, principalmente a nivel local y en los territorios, iniciativas y agendas vinculadas a la justicia socioambiental, la comunalidad, el decrecimiento y el buen vivir.
La contienda entre estos proyectos parece llevarnos a tres escenarios posibles que no se dan de forma “pura” y pueden imbricarse de múltiples maneras, aunque todos ellos tienen su lógica propia: la recuperación del crecimiento económico atroz; la adaptación del capitalismo a un modelo “más limpio”, aunque no necesariamente más justo socialmente; y, por fin, la transición hacia un nuevo modelo de carácter postextractivista.
¿Cuáles serían las implicaciones de cada uno de estos escenarios y proyectos? La implementación del business as usual supondría un fortalecimiento todavía mayor de la globalización militarizada, de la biopolítica del neoliberalismo autoritario y de un modelo de expoliación que llevaría previsiblemente a escenarios catastróficos, entre los que se incluyen más guerras, crisis alimentarias, desplazamientos forzados y la profundización de la crisis ecosocial. El discurso de la “vuelta a la normalidad” es tributario de este tipo de escenario y se apoya en la angustia de buena parte de la población por recuperar su sociabilidad y/o su trabajo.
En el caso del escenario de adaptación, se prevén reajustes geopolíticos y geoeconómicos profundos. Ya no sería suficiente sólo con un maquillaje verde, que empezó tras la Cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro, y con la “adjetivación” del desarrollo como “sostenible”. Ahora habría que dar un paso más. Y sabemos que si el capitalismo acepta darlo, no lo hace necesariamente por cuidar del planeta, sino por que ésta puede ser una vía para maximizar las ganancias. Es así como la “economía verde” se renueva, en la coexistencia entre la acumulación del capital y el imaginario ambiental, tendiendo a profundizar las desigualdades Norte/Sur, la financiarización de la naturaleza y el racismo ambiental.
Pero hay que ser justos: este escenario mayormente “adaptativo” vive todavía una fuerte disputa. Por un lado, parte de las colectividades dominantes, principalmente en Occidente, entienden que es un camino a seguir. Por otro, fuerzas políticas que defienden la justicia social y la sostenibilidad ambiental como pares indisociables buscan tensionarlo de varias maneras. Es el caso, por ejemplo, de propuestas que denuncian que no es posible pensar en una transición energética y en energías renovables en el Norte, mientras se mantenga la minería y el extractivismo en el Sur. Por eso, es fundamental “descolonizar” la lógica del Green New Deal y construir alternativas globales, aunque ancladas en las especificidades de cada lugar, país y región.
Llegamos así al tercer escenario, que es el más difícil, pero también el más necesario para que el medioambiente no sea sólo una bandera para salvar el capitalismo, sino para “cuidar nuestra casa común”. Son los propios movimientos sociales, las experiencias territoriales y una diversidad de luchas y frentes populares y político-intelectuales quienes impulsan este escenario que busca romper con las narrativas hegemónicas de la economía verde. Los puntos de partida son los acúmulos y resistencias históricas de los pueblos de la floresta, de los movimientos indígenas, campesinos, negros y feministas, bien como de luchas por la agroecología, la soberanía alimentaria, los derechos de la naturaleza y el derecho a la vida.
es fundamental generar plataformas políticas amplias, propositivas y transformadoras, que contribuyan a frenar la destrucción de ecosistemas y a combatir las múltiples desigualdades agravadas con la crisis sanitaria de la COVID-19
Además de las luchas territorializadas, es fundamental generar plataformas políticas amplias, propositivas y transformadoras, que contribuyan a frenar la destrucción de ecosistemas y a combatir las múltiples desigualdades agravadas con la crisis sanitaria de la COVID-19. Con este espíritu acaba de crearse el Pacto Ecosocial del Sur, de carácter latinoamericano. Presentado públicamente el día 24 de junio, cuenta con el apoyo de casi 500 organizaciones de toda América Latina.
Uno de los puntos centrales de la iniciativa es la articulación de la justicia redistributiva con la justicia ambiental, étnica y de género. Para ello, se combinan propuestas concretas, difundidas también en varios otros ámbitos (tales como la transformación tributaria solidaria, la anulación de las deudas externas de los Estados y una renta básica universal), con horizontes más amplios asociados a la construcción de economías y sociedades postextractivistas y el fortalecimiento de espacios comunitarios y de cuidado.
Avanzar en esta dirección exigirá responsabilidad colectiva. También sacrificios y cambios que van desde lo personal (cambio de hábitos, reducción del consumo o disminución de viajes) a lo más macro (políticas que posibiliten un cambio en el sistema alimentario o el decrecimiento radical en sectores como el petróleo, el gas y la minería), pasando también por las relaciones de trabajo y la vida social como un todo. Los gobiernos y todos aquellos que, en tiempos de pandemia, dicen defender la vida deberían contribuir a construir este cambio de paradigma ecosocial, ya que si el capitalismo es un destino de muerte, la naturaleza, por el contrario, es nuestra principal fuente de vida.
Foto de pericoterrades en Foter.com / CC BY-NC-SA
Autor
Profesor del IESP de la Univ. del Estado de Río de Janeiro (UERJ) e investigador senior de la Univ. Complutense de Madrid (Programa Talento Investigador). Miembro de la directoría de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) y del Pacto Ecosocial del Sur.