Hace 75 años daba a luz la Carta de las Naciones Unidas, pilar del orden internacional liberal contemporáneo que muchos analistas y líderes –entre ellos el de los propios Estados Unidos- dan hoy por agotado. La evocación de aquella Conferencia de San Francisco de la que surgió el mundo de posguerra nos encontró inmersos en la peor pandemia de los últimos cien años, y sus impactos económicos, sociales y políticos globales aún no pueden ser debidamente calibrados ¿Hemos ingresado en un orden internacional pos-liberal, o en la mera y pura anarquía, sin reglas ni normas universalmente reconocidas por los estados y gobiernos? ¿Qué impacto tiene la pandemia sobre este escenario de transición sistémica?
El politólogo Francis Fukuyama, experto en fijar puntos de inflexión en la historia, nos orienta sobre el impacto de la pandemia sobre el sistema internacional y el orden político en el último número de Foreign Affairs, la revista de relaciones internacionales editada en Nueva York, donde escribe sobre “La pandemia y el orden político”. El subtítulo en tres palabras lo sintetiza todo: se necesita un Estado.
El Fukuyama del “fin de la historia” de hace 30 años quedó muy atrás. Él mismo se ocupó de replantear sus hipótesis y desautorizar sus implicancias de los años 90, cuando se tomó por cierto que se acaban las batallas ideológicas y se entronizaba al capitalismo liberal como etapa superior del progreso mundial y la globalización. A comienzos del siglo XXI, defendió que la construcción de capacidades estatales sería una de las claves del mundo del futuro. Tomaba como ejemplo la epidemia del sida en África para observar que el problema no era tanto de falta de recursos como la ausencia de una infraestructura sólida de sanidad pública, educación pública y conocimientos sobre epidemiología de la enfermedad en regiones específicas.
Hoy, Fukuyama nos entrega su “modelo 2020”, actualizando ese diagnóstico en esta nueva pandemia —el coronavirus— que azota a la humanidad. ¿Se trata del pasaje del neoliberalismo a un nuevo estatismo? ¿O se trata de pensar, antes bien, de manera menos binaria las opciones, dando cuenta de la magnitud del cambio que hará falta para responder al desafío de la recuperación pos-pandemia?Las crisis importantes tienen consecuencias importantes, generalmente imprevistas.
Las crisis importantes tienen consecuencias importantes, generalmente imprevistas.
Así lo dice el influyente politólogo estadounidense: “Las crisis importantes tienen consecuencias importantes, generalmente imprevistas. La Gran Depresión estimuló el aislacionismo, el nacionalismo, el fascismo y la Segunda Guerra Mundial, pero también condujo al New Deal, el surgimiento de los Estados Unidos como una superpotencia global y, finalmente, la descolonización. Los ataques del 11 de septiembre produjeron dos intervenciones estadounidenses fallidas, el surgimiento de Irán y nuevas formas de radicalismo islámico. La crisis financiera de 2008 generó un aumento en el populismo antiestablishment que reemplazó a los líderes de todo el mundo. Los historiadores futuros trazarán efectos comparativamente grandes a la actual pandemia de coronavirus; el desafío es resolverlos con anticipación”.
Sostiene Fukuyama que algunos países han respondido mejor que otros en el manejo de la crisis hasta ahora, y que ello no depende necesariamente de su tipo de régimen político: “Algunas democracias han funcionado bien, pero otras no, y lo mismo es cierto para las autocracias. Los factores responsables de las respuestas exitosas a la pandemia han sido la capacidad del Estado, la confianza social y el liderazgo. Los países con los tres —un aparato estatal competente, un gobierno en el que los ciudadanos confían y escuchan, y líderes efectivos— han tenido un desempeño impresionante, limitando el daño que han sufrido. A los países con estados disfuncionales, sociedades polarizadas o liderazgo deficiente les ha ido mal, dejando a sus ciudadanos y economías expuestos y vulnerables”.
El mapa de América, donde la pandemia se ha ensañado en estas últimas semanas, luego de azotar al continente europeo, muestra estas disparidades. Los dos más grandes países del continente –Estados Unidos y Brasil- están gobernados por presidentes que se han mostrado incompetentes frente a las crisis sanitaria, que agitan la polarización social y exacerban los daños. No casualmente, su retórica nacionalista va de la mano de su política internacional refractaria al orden internacional liberal y el multilateralismo. Las consecuencias están a la vista. El juicio de Fukuyama sobre Jair Bolsonaro es lapidario: “Ha vaciado constantemente las instituciones democráticas de su país, trató de abrirse camino a través de la crisis y ahora se tambalea y preside un desastre para la salud”.
El análisis deja una ventana de optimismo en este dramático paisaje. Parte de reconocer que a menudo se ha necesitado un choque externo tan enorme para sacar a los sistemas políticos de su esclerosis y estancamiento y así crear las condiciones para una reforma estructural, y que es probable que ese patrón se repita, al menos en algunos lugares: “Las realidades prácticas del manejo de la pandemia favorecen la profesionalidad y la experiencia; la demagogia y la incompetencia se exponen fácilmente. En última instancia, esto debería crear un efecto de selección beneficioso, recompensar a los políticos y gobiernos que lo hacen bien y penalizar a los que lo hacen mal”.
Foto de Dimarga en Foter.com / CC BY
Autor
Cientista político y periodista. Editor jefe de la sección Opinión de Clarín. Prof. de la Univ. Nac. de Tres de Febrero, la Univ. Argentina de la Empresa (UADE) y FLACSO-Argentina. Autor de "Detrás de Perón" (2013) y "Braden o Perón. La historia oculta" (2011).