Ahora que Donald Trump perdió las elecciones, es importante hacer un análisis forense de lo que salió mal con la democracia estadounidense y, al mismo tiempo, reconocer sus “anticuerpos”.
Porque si bien Trump ha sido definitivamente derrotado, el caudillo sigue ampliando sus ataques a la democracia, negando los procedimientos electorales democráticos y fomentando una especie de intento de golpe de Estado, ridículo y probablemente fallido.
Trump se presenta no como el perdedor que en realidad es, sino como víctima de una traición a la patria»
En concreto, el trumpismo aumenta sus posibilidades de futuro a través de lo que siempre hizo: negar la realidad y fomentar la deslegitimación de la democracia en pos de los deseos y el mito movilizador de su líder. Pensando en su regreso triunfal, Trump se presenta no como el perdedor que en realidad es, sino como víctima de una traición a la patria. La propaganda quiere reescribir la historia a través de la ficción deliberada, pero la historia basada en hechos continúa su curso.
En este marco, no solo debemos preguntarnos qué salió mal y qué estuvo bien en el análisis del fenómeno antidemocrático que representó este líder estadounidense, sino también pensar a partir de las experiencias pasadas del autoritarismo los posibles caminos del trumpismo. En particular, cuáles son sus posibilidades de futuro en el poder, ya sea a través de una nueva candidatura en 2024 o mediante “neotrumpismos” en el futuro.
No se debe equiparar una batalla perdida con una victoria total. Esto era exactamente lo que advirtió Hannah Arendt en junio de 1945. La filósofa judeoalemana creía que el fascismo no había terminado luego de su derrota y que las semillas de la internacional fascista estaban bien plantadas a escala global y, en particular, en América del Sur. Arendt pudo avizorar claramente la continuidad entre el fascismo clásico y la reformulación democrática del fascismo que fue el populismo.
De Juan Perón en Argentina a Silvio Berlusconi en Italia, el populismo dejó atrás los elementos constitutivos del fascismo como la xenofobia, la represión absoluta, las técnicas de propaganda y la dictadura totalitarias. Sin embargo, los nuevos populismos, con el trumpismo a la cabeza y seguido de cerca por Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orban en Hungría y Matteo Salvini en Italia, han retomado muchos de esos elementos fascistas, con excepción, por supuesto, de la dimensión dictatorial.
El trumpismo, como estos nuevos populismos, se puede definir como el “momento posfascista” en que la libertad de pensar fue reemplazada por una mezcla de libertad de comprar, de racismo y xenofobia, de mentiras al estilo fascista, de pase libre para ignorar la salud propia y la de los demás y de obsecuencia total al líder.
Los costos de esta concepción fueron muchos, y muchas veces letales. Los años de Trump en el cargo han sido un desastre desde el punto de vista de la democracia, que ha sido profundamente denigrada, pero no, por cierto, destruida al estilo fascista.
Es cierto que las instituciones democráticas son relativamente más fuertes que en el pasado y, sin embargo, no debemos asumir que son tan formidables como para rechazar el regreso de Trump»
Es cierto que las instituciones democráticas son relativamente más fuertes que en el pasado y, sin embargo, no debemos asumir que son tan formidables como para rechazar el regreso de Trump, o de los futuros trumpistas de turno, como su hija Ivanka Trump, Mike Pence o los senadores Marco Rubio, Tom Cotton o Ted Cruz. Con o sin Trump, la democracia se verá nuevamente atacada desde adentro. A pesar de sus fracasos, el trumpismo seguirá siendo una característica de la política estadounidense.
Debemos pensar que líderes como Trump fueron posibles porque la democracia se manifestó a la sociedad como menos participativa, contemplativa ante la injusticia, elitista. En otras palabras, contra el populismo de extrema derecha se necesita que la democracia sea más justa y representativa.
La democracia constitucional debe defenderse del fascismo y el trumpismo, pero también debe ampliarse, ser solidaria y ser menos desigual. Con base en su historia reciente, es posible decir que el trumpismo propone para el futuro una terrible e implacable oposición, ni deliberación ni diálogo: más mentiras y teorías conspirativas, el mito movilizador de una derrota injusta y “falsa” y, quizás, más militarización de la política, la violencia y la insistencia en el culto de su líder como figura redentora que necesita ser redimida constantemente del fracaso electoral y de los futuros procesos judiciales en su contra.
Para finalizar, detengámonos en este punto: ¿Trump será investigado por negligencia grave en el cumplimiento del deber, e incluso por la promoción de enfermedades en condiciones de una pandemia de salud, y también por los supuestos casos de corrupción y la incitación a la represión y la violencia?
Es muy pronto para predecir si la futura administración Biden no se opondrá a estas opciones para solidificar la democracia y brindar una advertencia a los futuros trumpistas.
El caso opuesto es el famoso perdón presidencial de Gerald Ford a Richard Nixon para que no se investiguen sus delitos, que parecen tenues comparados con los embrollos legales que puede enfrentar Trump. Una cosa es clara: las historias pasadas de reconstrucción democrática enseñan la necesidad de que la defensa de la legalidad y la política legítima vayan de la mano.
Foto de Fibonacci Blue en Foter.com / CC BY
Autor
Profesor de Historia de New School for Social Research (Nueva York). Fue profesor en Brown University. Doctor por Cornell Univ. Autor de varios libros sobre fascismo, populismo, dictaduras y el Holocausto. Su último libro es "Brief History of Fascist Lies" (2020).