Un mal día lo tiene cualquiera
Un mal día lo tiene cualquiera. Incluso los Padres Fundadores estadounidenses. Un mal día de finales del XVIII decidieron inventar una figura hasta entonces inédita: la vicepresidencia.
Un buen día también lo tiene cualquiera. Incluso la vicepresidencia. No se ha reconocido suficientemente a Mike Pence, cuya heroica rebeldía frente a Donald Trump frenó el golpe a la democracia del 6 de enero de 2021. Fue mérito del hombre, pero también de la institución: si Trump hubiera pensado en remover a Pence para continuar con el golpe, no habría podido; la Constitución estadounidense no lo permite. El presidente no puede desplazar al vice; ni en Estados Unidos ni en América Latina, que copió la vicepresidencia norteamericana.
Decíamos que un mal día lo tiene cualquiera. Lo tuvieron también los padres fundadores latinoamericanos cuando decidieron copiar la vicepresidencia estadounidense. Y llevan teniendo un mal día tras otro desde hace doscientos años, en tanto no eliminan un cargo que trae innumerables problemas y exiguas soluciones. Pero también en América Latina un buen día lo tiene cualquiera, o casi: Chile y México lo tuvieron, eliminaron la vicepresidencia y comieron perdices hasta el día de hoy, al menos en ese ámbito.
Quien no comprenda esta fiereza contra la vicepresidencia, piense en el brasileño Michel Temer, el salvadoreño Óscar Ortiz, el hondureño Ricardo Álvarez, el peruano Omar Chehade, el ecuatoriano Jorge Glas, el venezolano Tareck El Aissami, el paraguayo Luis María Argaña, el boliviano Álvaro García Linera, el guatemalteco Gustavo Espina… Por mencionar apenas algunos ejemplos.
Para qué sirve un debate
Argentina no se queda atrás. La lista de conflictos vinculados a la vicepresidencia es apenas más breve que la lista de vicepresidentes. Salvando a Víctor Martínez y Gabriela Michetti, todos los demás vices desde el retorno a la democracia chocaron visiblemente con los respectivos presidentes. Por lo tanto, parecería interesante saber, antes de votar, quiénes son los candidatos a vicepresidente.
Para eso se celebraron en Argentina dos debates de vices: uno antes de la primera vuelta y uno antes del balotaje. Ambos compartieron una característica, a saber, se debatió allí cuanto tema pueda concebir la imaginación humana, excepto uno: la vicepresidencia.
Gracias a los dos debates más descabellados en la historia de la televisión argentina, no sabemos absolutamente nada sobre la visión que Victoria Villarruel, vicepresidenta de Javier Milei, tiene del cargo que ocupará los próximos cuatro años. Ni de su papel dentro del Ejecutivo, ni de su rol como presidenta del Senado. ¿Qué responsabilidades le asignará el presidente? ¿Será una vicepresidencia discreta o con gran protagonismo? ¿Qué planes tiene para el Senado? ¿Recortará o ampliará el personal? ¿Sesionará con mayor o menor frecuencia? ¿Potenciará la televisión de la Cámara o la eliminará? ¿Qué haría ante conflictos con Milei? ¿Qué espacio ocupa en su escala de valores la lealtad?
El juramento y la lealtad
Por el artículo 93 de la Constitución, Villarruel asume jurando “desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de vicepresidente de la Nación”. La fórmula no explicita lo fundamental: ¿lealtad a qué, lealtad a quién? En principio se pueden plantear tres opciones: a la Constitución, al presidente o a la nación. Esto podría parecer una formalidad intrascendente, pero es todo lo contrario, por dos motivos.
En primer lugar, lealtad a la nación por encima de todo significa que, ante la eventual obligación de elegir entre la Constitución y la nación, priorizaría la segunda. Es decir que la nación (la voluntad del pueblo) estaría por encima de la ley. No suena muy prometedor para el Estado de Derecho. Más grave aún si significara lealtad al presidente por encima de lealtad a la Constitución: implicaría que, por ejemplo, Pence tendría que haber sido leal a Trump por encima de la ley y dar luz verde al golpe a las instituciones. De modo que la primera conclusión es clara: se trata de lealtad a la Constitución.
Pero ¿qué ocurre cuando la Constitución no está en juego? Ante un conflicto similar al de la Resolución 125, que obligó al vicepresidente Julio Cobos a elegir entre la lealtad a la presidenta y la lealtad a la nación, ¿qué haría Villarruel?
Cobos tuvo la enorme gentileza de concederme una entrevista. Al preguntarle por qué no abandonó el cargo tras su voto “no positivo” contra un proyecto de su propio gobierno, afirmó: “Tenía una obligación institucional con el pueblo, con los que me votaron y los que no; (…) tenía una obligación moral con la historia y el deber de cumplir con el cargo y con el periodo que este determina”. Lealtad a la nación por encima de lealtad al presidente. No todos los vices habrían tomado la misma opción. ¿Qué haría Villarruel?
Gracias a los dos debates más descabellados en la historia de la televisión argentina, no lo sabemos. No es responsabilidad exclusiva de los organizadores: los candidatos tenían la oportunidad de plantearse preguntas unos a otros y ninguno aprovechó para abordar la vicepresidencia, la lealtad al presidente, su criterio ante una situación similar a la de Cobos.
La canción de la primavera
El hit de la primavera argentina 2023 fue “Por sí o por no”, de Sergio Massa. Es un buen formato para preguntarle a Villarruel: ¿qué haría en el lugar de Cobos, renunciaría o permanecería en el gobierno? Y en el de Víctor Martínez, vicepresidente de Alfonsín, ¿abandonaría el gobierno con el presidente o se quedaría para satisfacer la función sucesoria? Y en el de Mike Pence, ¿guardaría lealtad al presidente o se enfrentaría con él?
Dijo un rabino: ante la muerte no tenemos respuestas, sólo preguntas. Ante la vicepresidencia de Villarruel, exactamente lo mismo. Con una excepción: sabemos que Milei no puede destituirla. Ya le habría gustado a Alberto Fernández quitarse de encima a Cristina. Tanto como a ésta le habría gustado cargarse (políticamente) a Cobos. Pero no se puede. Sólo queda confiar en que Milei y Villarruel tengan un buen día tras otro. Como los tiene cualquiera.
Autor
Politólogo y Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca. Especializado en la sucesión del poder y la vicepresidencia en América Latina.