Este 20 de enero Donald Trump ha tomado nuevamente posesión de la presidencia del país más poderoso del planeta. Con sus arranques neoimperiales, su desprecio por los migrantes, los gobiernos aliados y el multilateralismo, este Trump 3.0 está ya afectando a la reputación de USA y el sistema de alianzas de Occidente, pilar del poder global estadounidense. Las narrativas de la ambición china y la agresividad rusa encuentran, en las torpes bravuconadas trumpistas, su mejor legitimación. México, mi país adoptivo, inmerso aún en plena borrachera de la hegemonía populista criolla, pasará pruebas severas en lo comercial y lo geopolítico. Inevitable recordar, de nuevo, la frase atribuida a Don Porfirio.
Y es que la agenda de política exterior del grupo dominante dentro del nuevo gobierno de EEUU -incluido el propio Presidente- es una mezcla poco coherente de mercantilismo, aislacionismo y revisionismo iliberales. Obra de un populismo que, alcanzado el Gobierno, busca colonizar el Estado, con potencial para un cambio de régimen. Dicha perspectiva atenta contra la defensa del orden liberal asumida -no sin contradicciones- por el Estado norteamericano desde 1945. Afectando las causas de solidaridad democrática, empoderamiento cívico y ayuda humanitaria a nivel global. Una agenda sin la cual este mundo estaría aún peor, ante el avance de las viejas y nuevas autocracias.
En simultáneo, para ciertos temas —como las crisis de Cuba y Venezuela— puede que el trumpismo corrija malas decisiones del pasado, dada la incapacidad de sus antecesores y las preferencias normativas de un sector republicano. Como escribió S. Fitzgerald, en magnífica síntesis de la complejidad y contradictoriedad del mundo, “la prueba de una inteligencia de primer nivel es la capacidad de tener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y seguir manteniendo la capacidad de funcionar”. Pues lo mismo aplica, allende la mente, a los hechos de la realidad que aquella trata de desentrañar. El mundo no se basa, tout court, en un orden y guión coherentes. A veces los malos hacen ciertas buenas cosas, y viceversa. A veces…
Después de la ceremonia de toma de posesión de Trump y sus polémicas frases sobre retomar el control del canal de Panamá —la única referencia directa a la política exterior en su discurso— veo varios puntos para reflexionar y, quizá, debatir. 1) Pragmática: ¿es eficaz, para los propios interés e imagen de Estados Unidos, que el modo de hacer un giro para corregir la real influencia china sea a partir de resucitar un lenguaje de “Doctrina Monroe” típico del siglo XIX? ¿Podrán conseguir así lo que buscan o se granjearan más enemistad en el país target y la zona? 2) Normativa: ¿es defendible, para quienes asumimos un compromiso con la democracia liberal como orden doméstico y global, que una gran potencia reclame de este modo burdo intereses (legítimos o no) sobre otros países, en especial sobre países con gobiernos y sociedades amistosas y que no significan una amenaza directa para la potencia?
Si la respuesta a este segundo punto es “sí”, pues vayamos a dar desde ya legitimidad a las ambiciones chinas y rusas sobre sus vecinos. Y despejémonos del disfraz de que defendemos el orden liberal, pues solo apoyamos aquel imperialismo que nos es culturalmente afín. Porque simpatizar con McKinley y Teddy Roosevelt y presentarse como demócrata era plausible en el mundo de inicios del XX. Pero después de 1918 y en especial de 1945, la grandeza de la democracia liberal y el orden amparado por Occidente se basa tanto en la fuerza armada como en un ejemplo moral y legal. Lo otro, creo, es que hagamos como los intelectuales y académicos en 1914: nos desbandamos de todos los espacios comunes para afiliarnos al imperialismo que más nos convoca.
No sostengo mi opinión desde una postura de “bobería progre” o naive, porque he sostenido desde hace tiempo la necesidad —basada en evidencias y en la psicología del adversario— de responder duro, incluso con recursos militares, a las acciones de las dictaduras regionales, de China, Rusia y sus otros aliados y cómplices en la región; de lo cual he escrito recientemente en Letras Libres y El Mundo. En todo caso, simpatizo con la visión de los halcones liberales de la Guerra Fría pero no con las del unilateralismo imperialista, sea clásico (XIX) o novísimo (XXI). Vienen tiempos complicados para los demócratas, diestros y zurdos, del centro político en Occidente. En nuestros mundos políticos, asociativos y culturales, veremos los efectos nocivos del envalentonamiento de la extrema derecha iliberal. Perfecto match de las posturas de izquierda radical que, al menos en este hemisferio, hemos padecido por un cuarto de siglo bolivariano.
Dicho eso, si en Latinoamérica un Trump envalentonado revive ahora una clara política imperial de esferas de influencias —algo distinto a lo que apoyó Estados Unidos en la región desde fines del siglo pasado—, lamentaremos toda la mentira y desdén vertidos sobre el orden liberal por la academia y militancia del latinoamericanismo radical. Las mismas que han bloqueado cualquier aplicación de la Carta Interamericana, las que torpedean todo el tiempo a la Organización de Estados Americanos. Las que han regalado las causas impostergables y justas de los pueblos de Cuba y Venezuela —causas mías y de otros muchos millones— a la solidaridad, auténtica o interesada, de la derecha extrema. Siempre desleales con la república liberal, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Puede ser que incluso ellos acaben evocando con nostalgia, en esta nueva era, los tiempos que terminan. A ver si sus citas ridículas de Galeano y falsas poses guerrilleras les sirven de algo si el Imperio de Teddy Roosevelt se impone sobre la república de J.F. Kennedy. Entretanto por aquí seguiremos, pensando y peleando…. como (pre)escribió Unamuno, “contra esto y aquello”.
Autor
Doctor en Historia y Estudios Regionales, Universidad Veracruzana (México). Máster en Ciencia Política, Universidad de la Habana. Especializado en procesos y regímenes autocráticos en América Latina y Rusia.