Una región, todas las voces

L21

|

|

 

Democracias pervertidas

En América Latina, más que democracias fatigadas, vivimos el agotamiento de los ciudadanos frente a regímenes que, bajo el disfraz electoral, pervierten los principios democráticos.

La aprobación de la reelección indefinida en El Salvador, que abre el camino para que el presidente del país, Nayib Bukele, se perpetúe en el cargo, y la pantomima mediante la cual Nicolás Maduro se ha proclamado ganador en las recientes elecciones venezolanas nos ponen de cara a lo que son realmente los regímenes políticos en la región. ¿Son democracias? Si la democracia consiste en algo más que depositar un voto periódicamente, la respuesta es no.

¿Son “democracias fatigadas”, el término con el que se propone recientemente etiquetar a estos regímenes? Pero, un momento, ¿de perseguir qué empeños se fatigaron? La fatiga sobreviene luego de un esfuerzo que usualmente permite un logro determinado pero deja exhausto al esforzado. Llamar fatiga a lo que ocurre en nuestros regímenes políticos sugiere, aunque no se lo proponga, que en algún momento estas “democracias” —las comillas son intencionadas— fueron regímenes democráticos que ahora han perdido fuerza para seguir desarrollándose como tales. ¿Fue así?

Si sometemos a pruebas relativamente simples aquello que hemos padecido en la región, los resultados suscitan muy serias dudas. Tomemos el equilibrio de los poderes del Estado. ¿En qué países de la región el poder judicial ha servido como contrapeso al ejercicio del poder por parte del Parlamento y el ejecutivo? En la Costa Rica de otra época ocurría, pero ahora no es tan claro. Ni siquiera en Uruguay —país al que usualmente se adjudica una tradición democrática sin recordar el negro periodo dictatorial entre 1973 y 1985— los jueces han estado a la altura de su función.

Tomemos un caso de mayor rango: la igualdad de derechos, un componente indiscutible de la noción de democracia. ¿Qué grado de igualdad de derechos han alcanzado los ciudadanos en nuestros países? Si no nos basta la respuesta que surja de Constituciones y leyes mentirosas y vamos a la realidad, la igualdad de derechos es una meta muy lejana en todos o casi todos los países latinoamericanos. Pobreza, niveles rudimentarios de educación y otros obstáculos formidables impiden ejercer derechos en condiciones de igualdad.

Y en los países en los que sí se han dado pasos hacia esa meta, con frecuencia ese avance ha sido posible gracias a gobiernos a los que vacilaríamos antes de etiquetar como democráticos. Pongamos dos ejemplos. Juan Domingo Perón en Argentina abrió paso a ciertos niveles de igualdad social mediante el fortalecimiento del poder sindical —al que, desde luego, cooptó y mantuvo bajo control político—. Por otra parte, un gobierno nacido de un golpe militar y un fraude electoral subsiguiente, como el de Manuel Odría en el Perú, introdujo el derecho a voto de las mujeres y estableció la seguridad social pública.

Si lo que hemos tenido difícilmente han sido algo más que regímenes en los que, durante ciertos periodos, se ha podido votar, ¿por qué sostener, pues, que estamos ante “democracias fatigadas”? Más bien, la tendencia que comprueban reiteradamente las encuestas es el crecimiento de los ciudadanos fatigados: hombres y mujeres que se declaran insatisfechos con la “democracia” que tienen, una que simplemente les permite designar periódicamente a quién frustrará sus expectativas.

En ese cansancio han surgido y se extienden las democracias pervertidas, que son regímenes que mantienen el sufragio y responden a alguna demanda social extendida al tiempo que pretenden, con buenos o malos manejos, eliminar cualquier oposición. El crecimiento del delito y la inseguridad han dado oxígeno a propuestas como la de Bukele, que, a cambio de contrarrestar la delincuencia de las maras, está extinguiendo los derechos básicos de los salvadoreños. 

El caso de Daniel Ortega, en Nicaragua, y el de Maduro son ejemplos de hasta dónde puede llegarse en formas de perversión a las que de buena fe nadie podría considerar democracias. Ortega y su mujer, Rosario Murillo, no conocen límites. Ni siquiera guardan las apariencias y encarcelan sin disimulo a quien ose oponérseles. Maduro se mantiene echando mano a cualquier recurso, a costa de millones de venezolanos que han dejado el país no solo por razones políticas sino, sobre todo, económicas. Y de Cuba no resulta necesario ocuparse en este triste repaso.

Así pues, incluso en los ejemplos degenerativos de perversión, el origen no ha estado en “democracias fatigadas” sino en democracias fracasadas que no ofrecen resultados positivos para la vida de sus ciudadanos. De ahí que, junto a la insatisfacción, las encuestas detecten la pérdida de fe democrática entre los ciudadanos. Ese es el panorama.

Autor

Otros artículos del autor

Sociólogo del derecho. Ha estudiado los sistemas de justicia en América Latina, asunto sobre el cual ha publicado extensamente. Ha ejercido la docencia en Perú, España, Argentina y México. Es senior fellow de Due Process of Law Foundation.

spot_img

Artículos relacionados

¿Quieres colaborar con L21?

Creemos en el libre flujo de información

Republique nuestros artículos libremente, en impreso o digital, bajo la licencia Creative Commons.

Etiquetado en:

Etiquetado en:

COMPARTÍR
ESTE ARTÍCULO

Más artículos relacionados