Durante la campaña presidencial de 1989, la portada de la edición del 12 de noviembre del Jornal do Brasil titulaba «Brizola – la vuelta al punto de partida en 1964: a un paso de la presidencia». Así, Leonel Brizola, entonces ex gobernador de Rio Grande do Sul y líder del Partido Democrático Laborista (PDT), reaparecía en la escena política como candidato presidencial, 25 años después. Su objetivo, retomar el «hilo de la historia».
Esta expresión sintetizaba el eje central de su campaña electoral de 1989. Tras las presidencias de Getúlio Vargas y João Goulart y tras la interrupción forzada de la democracia por la dictadura militar, había llegado el momento de que Brasil redescubriera el laborismo.
La campaña de Brizola
En la campaña, Brizola ofreció al pueblo brasileño los logros pasados de las leyes y políticas laboristas de Vargas y Goulart. Sin embargo, el líder laborista no imaginó que el pueblo brasileño reclamaría el futuro a ser conquistado. Fernando Collor de Mello, el nuevo liberal del conservadurismo brasileño y Luís Inácio Lula da Silva, el nuevo socialista, derrotaron a Brizola y disputaron la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
El líder laborista no entendió que los brasileños estaban cansados del pasado de la dictadura, que formalmente se había agotado en 1988 con la llegada de la Constitución Ciudadana. Las elecciones de 1989 abrirían un nuevo ciclo democrático en el país. Y todos los que formaron parte del pasado debían permanecer allí, incluso los que lucharon para que el pasado fuera diferente.
Paradójicamente, Brizola había envejecido junto al régimen militar contra el que tanto había luchado. El pueblo brasileño quería avanzar, ocuparse del presente y cuidarlo para que se convirtiera en el futuro esperado. Brasil, entonces, decidió elegir lo nuevo, o mejor, los representantes de lo nuevo, que como sabemos, muchas veces aparecen como simulacros, repetición de lo viejo, o incluso, espasmos de lo viejo, cuando, según Gramsci, lo viejo no se extingue e impide que nazca lo nuevo.
El Brasil de 2022 puede repetir la historia, como decía Hegel, y habiendo sido una farsa en 1989 (Collor), puede consumarse como tragedia en 2022, recordando también a Marx.
En el escenario actual, la Era Lula -1989 a 2022- puede tener un desenlace similar al de la Era Brizola -1961 a 1989-. Esta definición de Era responde a dos criterios: el líder ungido con voz nacional y la afirmación-negación del líder en la escena política. Así como Brizola irrumpió a nivel nacional como líder de la Legalidad en 1961 y en 1989 retornó, Lula pasó a la segunda vuelta en 1989 y es también el líder que se afirmará o negará en 2022.
En la definición que propongo, los resultados electorales y los elegidos son secundarios. El valor que consagra la Era está dado por la dimensión del protagonista y la inserción de sus ideas en el escenario político del país a lo largo del período referido.
La polarización entre Lula y Bolsonaro exterioriza el enfrentamiento entre el retorno a los gobiernos pasados de Lula y a la reiteración de Bolsonaro, el líder de un gobierno débil en todos los sectores, desde la economía hasta la salud, que envejeció tempranamente por intentar rescatar el régimen militar como por no haber hecho nada para desarrollar la nación.
Bolsonaro no es un líder forjado en el campo de la lucha política. Es sólo un producto de la era digital, como Waldo en la serie estadounidense Black Mirror, en medio de las desviaciones del Partido de los Trabajadores en el Palacio de Planalto. Hay que vigilarlo de cerca, pero es secundario en terminos históricos. Si no fuera por el trágico resultado de la pandemia, su gobierno sería recordado en un párrafo en los libros de historia de la escuela secundaria.
Elecciones de 2022
Lo que se decidirá en 2022 es si acabamos con la era Lula mediante el voto o si abrimos un nuevo ciclo democrático en el país. Para ser más didácticos: la victoria de Lula o de Bolsonaro representará la prolongación de la Era Lula. La victoria de un proyecto verdaderamente nuevo puede o no surgir de las urnas ante la eventual consagración popular de un liderazgo alternativo a la polarización.
De los nombres propuestos, a excepción de Ciro Gomes, los demás son experimentos de la élite nacional para encontrar su legítimo representante, lo que, por otra parte, no han conseguido hasta ahora. La élite brasileña, en el último periodo, o se concilió con Lula, o se sometió a las aventuras de Temer, primero, o de Bolsonaro después.
El hecho es que 2022 puede ser interpretado por el votante como una oportunidad para pasar página. Lula será presentado como el líder de las conquistas sociales, pero como dijo el ex ministro de Justicia de su segundo gobierno, Tarso Genro, las conquistas se naturalizan y se asimilan como resultado de la actuación individual del sujeto.
En 2022, Lula puede ser lo viejo que intenta vencer al monstruo gramsciano de la transición, alimentado por los errores petistas que hasta ahora ni siquiera han sido admitidos por el líder y el PT. Lula no podrá presentarse con un discurso posmoderno, ni siquiera contemporáneo. Tendrá que invertir en el discurso de retomar el hilo de la historia.
De esa manera, siendo asimilado como lo «viejo» a ojos del elector, Lula puede repetir la historia de Brizola. Sobre todo si el ciudadano brasileño, cansado del ciclo de la promesa, traicionado por la operación lava-jato, e iluminado por la comprensión de que su destino no pasa por volver al pasado lulopetista, que tuvo en Bolsonaro el legado más contundente, se abre a nuevas perspectivas y rechaza a los representantes del mismo ciclo. En este momento, un espectro ronda Brasil: la experiencia de 1989.
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Autor
Doctor en Ciencias Sociales por la UNISINOS (Brasil) y Máster en Teoría de la Literatura por la Universidad de Brasilia (UnB). Ministro de Educación interino (2005), Secretario Ejecutivo Adjunto del Ministerio de Justicia (2007 a 2010).