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¿Adiós inviernos?

Con las alteraciones radicales del clima, deberían cambian los hábitos, las percepciones y las reacciones frente a las causas que los provocan. ¿Pero es eso lo que nos apuntan los datos de opinión pública? 

Sudamérica está olvidándose de los inviernos, así como buena parte del resto del mundo. Las imágenes emblemáticas de nevadas, muchedumbres abrigadas, programaciones para tiempo frío y paisajes helados van escaseando. Y a menos frío, más lluvias. En algunos casos, cada vez más frecuentes, las lluvias dejan paso a los diluvios. Como las que ocasionaron las tremendas inundaciones del estado de Rio Grande do Sul, en Brasil, cuyas escenas de rascacielos tapados de agua trajeron de vuelta como realidad inescapable las hipótesis alarmistas de documentarios como Una verdad inconveniente o películas como Tempestad: un planeta en furia. “Por cada grado más de calor, se produce siete veces más de vapor de agua”, explica Andrew Schwartz, científico líder de la Universidad de Berkeley. Los inviernos calientes y mojados se convertirán, por lo tanto, en la nueva normalidad climática.

Con las alteraciones radicales del clima, deberían cambian los hábitos, las percepciones y las reacciones frente a las causas que los provocan. ¿Pero es eso lo que nos apuntan los datos de opinión pública? 

La encuesta anual de WIN, la mayor red internacional de agencias independientes, que entrevistó a casi 33.900 adultos en 39 países diferentes entre febrero y marzo de 2024, revela que las preocupaciones con las evidencias de crisis climática no han cesado. De hecho, Latinoamérica sobresale como la región que expresa más angustia ambiental, con valores próximos al 90%, por lo tanto con muy pocas diferencias ideológicas, partidarias, generacionales, clasistas o de educación. 

Hay claridad también sobre los gatillos que derivaron en los trastornos de calores inusuales, inviernos mínimos, lluvias torrenciales y ciclones fuera de época. En contraste con el negacionismo predominante en los Estados Unidos, pero también en países de bajos ingresos y alta vulnerabilidad ambiental como Pakistán, Indonesia, Nigeria o Costa de Marfil, donde entre el 25% y 40% de los ciudadanos atribuyen los cambios del clima a fenómenos naturales, los países latinoamericanos fuertemente culpabilizan de ello al desarrollo industrial o a los estilos de vida de las personas. 

La atribución de responsabilidad individual es de las más fuertes en Brasil, con un 54% que culpa a las elecciones personales del consumidor como fuente de las alteraciones ambientales. Sin embargo, lo que podría parecer una señal de alta concientización esconde la astucia de los sectores que estimulan la deforestación como la pecuaria y agricultura, así como la explotación maderera y minería. Entre los brasileños, un ínfimo 3% acusa al sector primario por los desajustes climáticos, a pesar que los informes de think-tanks de primer nivel y con respaldo científico como el Observatorio do Clima revelan que el 80% de las emisiones brasileñas provienen de la ocupación indiscriminada de los suelos por la ganadería y la consecuente destrucción de florestas para ello. 

Peruanos, mexicanos, ecuatorianos y argentinos tienen una noción algo más realista de cómo el extractivismo primario y la exploración rural generan emisiones, situándolo entre el 18% en los primeros y el 11% entre los últimos. En compensación, tienden a suavizar el dedo acusador sobre el consumo individual (aunque en Argentina y Chile más del 40% apunta en esa dirección para reconocer un culpado por los gases que alteran las temperaturas y ciclos de lluvia y sequía). Esa responsabilización individual revela la asimilación de discursos que expurgan otros sectores como el energético y primario, convirtiendo al consumidor particular en el gran destinatario de las directrices educadoras rumbo a una vida con menor impacto ecológico. ¿Hasta qué punto eso desvía la atención de muchos de los culpables? 

Más allá de la expiación parcial de ciertos sectores como el industrial y agrícola-ganadero, los latinoamericanos revelan que las cosas se complican a la hora de convertir esas ansiedades en actos individuales que favorezcan una menor huella ambiental o impacto climático. Preguntados sobre las acciones que adoptan en su día a día para vivir dentro de los límites planetarios, la inmensa mayoría se refiere a actividades vinculadas con el fin del ciclo de consumo, el descarte de bienes consumidos, mucho más que con moderaciones o neutralizaciones de la adquisición y uso de bienes a consumir. Cuando dos tercios de los consultados depositan todo su involucramiento mitigador del clima en el reciclaje, no están pensando en consumir menos o mejor, que sería, en la práctica, una perspectiva radicalmente más efectiva para revertir las causas individuales del recalentamiento global.

En contraste con países europeos, tan solo el 25% de los latinoamericanos ponderan parar de comprar fast fashion o moda rápida (versus más del 40% de los alemanes o franceses o del 50% de los suecos). De modo parecido, menos del 25% de los latinoamericanos piensan parar de usar vuelos (versus un tercio o hasta más del 40% de alemanes, finlandeses, polacos y un porcentaje parecido de holandeses). Y ni hablar de parar de consumir carne en beneficio de una dieta con menos repercusiones ambientales negativas, algo que solo 1 de cada 10 latinoamericanos está dispuesto a hacer (versus el doble o más de escandinavos, británicos, franceses e italianos).

Para quienes estudian cómo facilitar la transición de los comportamientos en una dirección climáticamente más amigable, por debajo de esas incongruencias y brechas entre percepciones y conductas, aparece una comunicación ineficiente o poco estimulante. El reciente seminario web del capítulo latinoamericano de WAPOR, la Asociación Mundial de Investigaciones de Opinión Pública, discutió cómo movilizar mentes y corazones de modo más efectivo cuando se trata de generar condiciones que eviten un desastre climático mayor. La periodista y comunicadora Pearl Maravall del Yale Program on Climate Change Communication destacó que no se trata de bombardear de datos aunque haya que informar, ni se trata de generar culpa o espanto por el tamaño de la tragedia, pues esas estrategias terminan paralizando a las personas. 

Parte del secreto reside en inspirarlas en acciones de escala alcanzable para ellas, subrayando la aprobación social que ganarían al adoptar esas conductas, a partir del relato de historias que conecten las respuestas que pueden encarnar a beneficios y soluciones que esas reacciones puedan traer. Surgen con fuerza –así– las narrativas de madres que ayudaron a sus hijos a vivir más saludablemente o recuperar tradiciones de diversión y socialización que se eximen de gastos suntuosos o mediación tecnológica, cuyos dispositivos son caros, extraen recursos naturales y alejan las nuevas generaciones de las más viejas. O relatos de empatía y solidaridad con otras especies, reconociendo su inteligencia y su compañía, al mismo tiempo que se recupera la belleza del paisaje no intervenido por la creación en gran escala de proteína cuyas repercusiones de polución y empobrecimiento del ecosistema son fáciles de mostrar. Así como también historias de individuos que tuvieron que afrontar consecuencias concretas del cambio climático como una inundación que se les llevó todos los bienes y destruyó comunidades y obligó a pensar no solo los hábitos individuales sino también la planificación urbana para que el curso original de los ríos sea respetado, o la basura no sea desechada a los arroyos o en la calle –lo cual tampona las cloacas–, o en defensa de áreas verdes próximas a los cursos de agua. En definitiva, historias inspiradoras e instigadoras enfocadas en las soluciones, la resiliencia comunitaria y líderes comunes en la proximidad donde ocurren los desafíos.    

Conectando la información con la experiencia, subrayando la naturaleza de los problemas, pero también la posibilidad de las soluciones al alcance de individuos comunes, y facilitando la ejecución de los ajustes en nuestros estilos de vida y elecciones, se podrá pavimentar el camino rumbo a un futuro menos agobiante y recuperar –en algún momento– los empalidecidos inviernos.

Autor

Fabián Echegaray es director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil, y actual presidente de WAPOR Latinoamérica, capítulo regional de la asociación mundial de estudios de opinión pública: www.waporlatinoamerica.org.

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