El diccionario etimológico explica que el acrónimo “Very Important Person” tiene sus orígenes en los años 30 del siglo veinte. Habrían sido los pilotos de la Royal Air Force (británica) los responsables de su popularización, quienes solían utilizar las iniciales para despistar al enemigo cuando movilizaban militares de alto rango en sus aeronaves.
Hoy en día V.I.P. se asocia con alguien que goza de privilegios concedidos gracias a su estatus social, influencia o importancia. Jefes de estado, magnates, deportistas y artistas de talla mundial adquieren la anhelada distinción que los separa del resto de mortales.
Transponer las iniciales del uso personalizado a uno regional incita interrogantes. ¿Será América Latina una zona VIP en el concierto global a 2050 o perderemos relevancia frente a otras regiones? ¿Seremos importantes por cuenta del creciente desarrollo económico, poderío financiero o importancia poblacional?
Analicemos esto letra por letra.
V.I.P. empieza con “V.” – de vieja.
La transición demográfica está envejeciendo a las sociedades latinoamericanas. De un total de 170 millones de habitantes que la poblaban en 1950, el 40% (70 millones) eran menores de 15 años y solo el 3% (poco más de 5 millones) estaba representado por adultos de más de 65 años.
En 2025 los menores de 15 darán cuenta del 22% de una población estimada en 668 millones, mientras que los mayores de 65 se habrán triplicado, representando el 10%. El total de jóvenes alcanzó su máximo en el año 2000, llegando a 168 millones. Desde entonces ese segmento poblacional viene cayendo en términos absolutos. Hoy son 148 millones (sí, 20 millones menos).
A la vuelta de la esquina, en tan solo 20 años, Naciones Unidas proyecta que el número de adultos mayores sea igual al menor de 15 años –125 millones cada uno (aproximadamente un 17% del total en cada caso). Y aun antes, para el 2040 estima que la población en edad de trabajar (entre 15 y 65 años) empiece a contraerse.
Está claro, que el futuro de América Latina es uno con canas.
La “I.” – de infecunda
Las familias numerosas de nuestras abuelas compuestas por seis o más hijos son parte del pasado. Los almuerzos intergeneracionales con mesas principales para doce personas y más de una veintena de comensales los visualizamos solo en la memoria (quien escribe tiene 47 años) o en series históricas de Netflix.
Datos del Banco Mundial indican que para 1960 la Tasa Total de Fertilidad (TTF) era cercana o superior a 6 en todos los países menos en Argentina, Chile, Cuba y Uruguay – donde eran inferiores a 5. Madres de 6 párvulos son actualmente una rareza. La TTF se desplomó durante los años 70-80, y continúa con su tendencia bajista. (TTF es el número promedio de hijos que una mujer alumbraría si viviera todo su ciclo reproductivo y experimentara los patrones de fertilidad específicos del año que observamos empíricamente).
Dos es el número “mágico” de TTF que una sociedad necesita para mantener su población constante en el mediano plazo. Reemplazar fallecidos con recién nacidos. Desde el 2018 América Latina se encuentra justo por debajo de esa cifra. Los que han liderado esta caída son: Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Colombia, Cuba, El Salvador, Jamaica, y Uruguay. Algunas capitales como Bogotá, Buenos Aires, San José y Santiago exhiben lo que los demógrafos denominan tasas ultra bajas de fecundidad – niveles de 1,5 o menos.
El futuro de la fecundidad latinoamericana es incierto. Aunque no tanto. La caída en la fertilidad hace parte de un fenómeno mundial. Los expertos dicen que esto obedece a una causa profunda que en llave con ciertos factores de contexto determinan la velocidad a la cual los padres dejan de formar familias de gran tamaño. La causa profunda opera en el largo plazo y es la caída en la tasa de mortalidad de la población – que suele concentrarse en la mortalidad infantil. Al sobrevivir cada vez más vástagos, los padres deciden engendrar y educar menos descendencia (presuntamente con mejores condiciones de vida).
A esta causa se suman factores importantes como la creciente educación de la mujer y su inserción en el mercado laboral, la disponibilidad de tecnologías contraceptivas, las campañas de planificación familiar y la influencia de valores occidentales ligados a la autonomía individual y a la secularización. El punto fundamental aquí es que una vez la fecundidad cae, no vuelve a subir con respecto a su trayectoria histórica.
Los esfuerzos que desde hace años distintos gobiernos en Asia y Europa han realizado para revertir la tendencia bajista en la fecundidad han sido infructuosos. El más llamativo ha sido el de China que tras la imposición de la política de un solo hijo, no solo la relajó para luego eliminarla, sino que ahora patrocina medidas pronatalistas para contrarrestar su reciente declive poblacional.
Difícilmente, América Latina escapará de la estabilidad de la fecundidad en niveles bajos.
La “I.” de infecundidad no solo llegó para quedarse, sino que además es causa subyacente del envejecimiento. Si las sociedades tuvieran más de dos hijos (digamos 3), éstos no sólo reemplazarían aquellos que fallecen, sino que naturalmente las rejuvenecerían (ausentes flujos migratorios).
Dicho esto, no hay razón para sugerir que el futuro sea formular políticas que reestablezcan las tasas de fecundidad vigentes pre-1960, pues los avances socio-económicos de la mujer en gran medida han estado mediados por la reducción del tamaño de la familia.
Pobre corresponde a la “P.”
En términos relativos, América Latina no cerró la brecha material. En 1950 el nivel de ingreso promedio por habitante era prácticamente igual al del mundo entero (cerca de US $3,700). Este equivalía a la mitad del ingreso de Europa occidental y a un cuarto del exhibido por los países más desarrollados, los Territorios occidentales (EE.UU., Canadá, Australia y Nueva Zelanda). Para entonces, sin embargo, la región era tres veces más rica que el Este asiático y 2,5 veces más que África Subsahariana.
En 2022, la brecha con respecto a los más ricos exhibe la misma ratio, mientras que con Europa occidental ésta pasó de dos a tres (somos más pobres, relativamente). El Este asiático nos alcanzó en 2010 y desde entonces ha creado otra brecha regional – superior a los US $7,000. El mundo ahora es más rico que América Latina.
¿Qué nos depara el futuro?
La perspectiva no es alentadora. La fuente clave para el crecimiento económico es la productividad, la eficiencia con la que combinamos recursos para producir bienes/servicios. En este frente ningún país de la región ha sido líder global ni en el sector industrial ni en el de servicios en ningún momento de la historia. Solamente hemos logrado competir (ocasionalmente dominar) en mercados internacionales asociados con commodities como café, soja, cobre, metales preciosos o petróleo.
La integración a la economía internacional a través de estos productos no ha sido la esperada: ciclos auge-caída, alta volatilidad y dependencia de precios en las economías industrializadas, intercambio asimétrico y gran vulnerabilidad a los choques externos indican que esta estrategia desarrollista es difícil de transitar exitosamente.
La alternativa es sumar más tierra, capital físico, y trabajo a la producción. Aquí los límites parecen más finitos. La frontera agrícola se agotó y las tierras amazónicas deben ser conservadas si no queremos desestabilizar más los patrones climáticos globales. La mano de obra, como ya se anotó, empezará a contraerse desde 2040.
Por último, las posibilidades de elevar el capital físico (maquinaria y equipo tecnológicamente sofisticado y eficiente) estarán constreñidas por nuestra decreciente capacidad de ahorro. Tanto en el sector público como en el privado, a medida que la región envejezca y la morbilidad y mortalidad se concentren en enfermedades degenerativas (más costosas en sus tratamientos médicos y cuidado), el gasto en salud y política social solamente podrá incrementarse.
Aunado a los gastos alcistas en la cobertura de poblaciones pensionadas/retiradas esto significará una merma del ahorro que no se traducirá en inversiones de capital – ni físico, ni humano. Financieramente, es probable que necesitemos más ahorros externos para sostener el Estado de bienestar y no profundizar el rezago en infraestructura. El futuro V.I.P. de América Latina (vieja, infecunda y pobre) no luce especialmente envidiable.
Autor
Doctor en Historia Económica por London School of Economics and Political Science. Investig. de postdoctorado en la Univ. de los Andes (Bogotá). Fue prof. visitante en la Univ. Pompeu Fabra (Barcelona) y Decano de la Fac. de C. Económicas de la Univ. Tadeo Lozano (Bogotá).