La promesa de la modernidad, de que la tecnología nos podía cambiar la vida y hacernos más felices y prósperos, está en crisis. Hoy contamos con información como nunca antes, pero nuestra comunicación y nuestro aprendizaje no han mejorado un ápice.
El debate de ideas ha muerto en la contienda política para dar paso a la extrema emotividad y al odio visceral que podría causar el fin de la democracia.
Así se conoce a las redes sociales y proveedores de servicios de Internet populares entre la extrema derecha por su mayor flexibilidad en la moderación de contenidos que las plataformas convencionales.
Si bien la historia no se repite, nuestra realidad presenta conexiones y paralelismos con lo que pasó hace un siglo cuando el fascismo trastabillaba para luego comenzar a consolidarse en el poder de forma permanente.
El protagonismo que han alcanzado estos discursos de odio es preocupante, entre otras cosas, porque amplifica la visibilidad y resonancia de prejuicios ya existentes y contribuye a deteriorar la convivencia social.
Las redes sociales y los líderes inescrupulosos arman una combinación explosiva y pueden ser un factor de erosión más en las relaciones entre los países, como lo muestra la pelea por X del presidente argentino Javier Milei con sus pares de Colombia y México.