Nos encontramos frente al desafío de un nuevo año electoral en la Argentina; en efecto, trece provincias celebran elecciones legislativas a nivel nacional, once de ellas elecciones a nivel subnacional y local y dos estados llevarán a cabo elecciones para la renovación del titular ejecutivo —Corrientes y Santiago del Estero.
Sin embargo, este prolongado año electoral coexiste con una creciente preocupación sobre el derrotero de una democracia en nuestro país que cumple en el mes de diciembre próximo 42 años de vigencia institucional y enfrenta un deterioro del consenso político sobre el que se ha respaldado.
¿En qué consiste el consenso político?
Todo consenso político se funda en algún principio de acuerdo sobre reglas (formales o informales) y/o valores. En el terreno particular de los valores, podemos establecer la existencia mínima de un consenso democrático en la medida en que resulta factible reconocer al menos dos condiciones básicas: 1) existencia del mutuo reconocimiento de los actores como adversarios y al mismo tiempo como interlocutores legítimos, y 2) la exclusión del uso de la violencia física y simbólica para dirimir la disputa política.
El retorno de la democracia en 1983 trajo aparejada la emergencia de un conjunto de prácticas políticas más bien acordes con cierto estilo consensual: la unidad partidaria frente a la sublevación militar de Semana Santa en 1987, los acuerdos que hicieron posible la reforma constitucional de 1994, la experiencia cuasi coalicional de Eduardo Duhalde y la conformación de la Mesa de Diálogo auspiciada por la Iglesia católica en el marco de la crisis social del 2001/2002 constituyen algunos emblemáticos ejemplos de una mayor inclinación al compromiso, independientemente del juicio de valor que puedan merecer esas iniciativas de “unidad en la diversidad”.
El conflicto entre un novel gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y las organizaciones agropecuarias en los primeros meses del año 2008 sobre la “Resolución 125” constituyó una bisagra, en la medida en que reinstaló una dinámica de confrontación prácticamente abandonada desde el retorno de la democracia en 1983 en una transición de una política como expresión de compromiso hacia una visión agonal de la misma: la competencia política se dirime ya no entre adversarios sino entre enemigos irreconciliables (por momentos ma non troppo).
El retorno de la confrontación trajo aparejada la emergencia/enunciación de una serie de expresiones tendientes tanto a la descalificación del adversario (ahora enemigo político) como así también a la exacerbación de divisiones (pre) existentes en la sociedad argentina; en este contexto, aparecieron durante el kirchnerismo términos de dudosa capacidad explicativa pero de indudable eficacia persuasoria, como la categoría de “destituyente” o la utilización de expresiones tendientes a la animalización de los líderes políticos y/o de los espacios políticos representados por esos líderes como el “gato”, la “yegua” y la reaparición del término “gorilas”.
Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner: ¿continuidad o cambio?
La experiencia de Javier Milei profundiza el antagonismo en el plano narrativo mediante el uso de expresiones como la “casta” para referirse a la clase política y en la actualidad a los medios de comunicación independientes, “ratas” para caracterizar a diferentes actores con representación en las instituciones legislativas, y “mandriles”, “econochantas” o “ñoños republicanos” referidas a segmentos que manifiestan su disenso con diferentes aspectos de la política oficial, sean estos de índole sustantiva o formal.
Un gobierno débil y al mismo tiempo con una inocultable vocación hegemónica y un presidente bifronte que no ha logrado resolver el dilema entre el profeta de vocación y el político pragmático de profesión: La Libertad Avanza, en la confrontación.
Esta inclinación a la confrontación puede explicar una inusual capacidad de autoprovocarse crisis que no han afectado a su gobernabilidad pero podrían contribuir a su erosión de persistir en esa tesitura en contextos menos favorables. En este clima podemos mencionar la alocución del presidente Milei en el foro de Davos, el episodio denominado como “criptogate” o la insistencia del poder ejecutivo en las inviables candidaturas de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla para integrar la Corte Suprema de Justicia, solo para destacar algunas.
En conclusión
Nos encontramos frente a un contexto político caracterizado por una disminución de la tolerancia hacia el adversario, un debilitamiento del consenso acerca de la exclusión de la violencia verbal y física como recurso político y el eterno retorno de las “fantasías priistas” en los sucesivos oficialismos gobernantes.
La continuidad de estilo político y el cambio en el contenido ideológico de la política pública parecen representar un signo de los nuevos/viejos tiempos.
Como en aquella broma que se suele hacer en la red social X (ex Twitter), no importa (desde 2008 hasta nuestros días) cuándo escribas esto.