El proceso de transición en Argentina está muy focalizado en cuestiones políticas nacionales e internacionales. Pujas internas, reparto de cargos, simbología política, una América Latina extremadamente volátil y hasta errores personales llevaron al presidente electo a ingresar en conflictos de política internacional descuidando, por el momento, definiciones en el ámbito económico, que es donde Alberto Fernández deberá focalizarse para enfrentar desde el déficit fiscal y la deuda pública hasta la desconfianza de los ahorristas e inversores en elementos de su propio gobierno, pasando por la falta de competitividad de la economía y la escasez de infraestructura.
El 2020 aparece en el horizonte con algunas certezas. Sabemos que la inflación y la recesión continuarán haciendo estragos, que el cepo a la compra de moneda extranjera deberá continuar y que la renegociación de la deuda pública estará entre las prioridades del nuevo equipo económico.
Las elecciones PASO en la Argentina resultaron una bomba de proporciones para una ya complicada economía. Los salarios, que desde enero hasta agosto habían recuperado terreno frente a la inflación, volvieron a desplomarse a raíz de la devaluación que trajo aparejada la enorme diferencia obtenida por el entonces candidato Fernández. Las reservas del Banco Central de la República Argentina (BCRA) cayeron por debajo de los U$D20.000 millones, el riesgo país casi se triplicó y la incipiente recuperación quedó sepultada. Desde allí hasta el 27 de octubre, las medidas adoptadas por el gobierno tendieron a la estabilización, casi única variable que se podía abordar en esas circunstancias.
Luego de lo sucedido en la anterior etapa del kirchnerismo en el poder, no pareciera haber mucho espacio para que la solución al problema de inflación sea volver a falsear las estadísticas oficiales
Algunas de las ventajas con las que podría contar el gobierno de Alberto Fernández frente al de Mauricio Macri es su llegada a los sindicatos y también a algunos empresarios. Es allí donde ya se plantea la posibilidad de un acuerdo de precios y salarios para moderar la inflación. Una herramienta que nunca funcionó para controlar un fenómeno eminentemente monetario pero que podría servir como contención de reclamos ante una economía sin reacción. Este acuerdo podría moderar algunos precios de la economía mientras se intentan cambios de fondo, si es que hay voluntad de efectuarlos. Luego de lo sucedido en la anterior etapa del kirchnerismo en el poder, no pareciera haber mucho espacio para que la solución al problema de inflación sea volver a falsear las estadísticas oficiales interviniendo el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), tal como se hiciera en el 2007 cuando el actual presidente electo era jefe de gabinete del fallecido Néstor Kirchner.
El pasado 17 del corriente, un conocido columnista argentino de humor político del diario Clarín, Alejandro Borensztein, señalaba con absoluta justeza que cualquier comerciante sabe que lo que nunca debe hacer es enfrentarse con quien le presta dinero y con quien le compra sus productos. Sin embargo, en estas semanas de transición, el presidente electo Alberto Fernández se enfrentó públicamente con Jair Bolsonaro, primer mandatario de Brasil y principal socio comercial de Argentina, y con Donald Trump, presidente de los Estados Unidos y, como tal, principal accionista del Fondo Monetario Internacional con quien la Argentina deberá renegociar su deuda. No parecen decisiones muy razonadas salvo en términos de política interna. Es probable que no le sea difícil a Fernández acercarse a Trump luego de estos cortocircuitos superficiales, aunque sí aparece más compleja la relación con el mandatario brasileño porque el apoyo de Fernández al recientemente liberado Luiz Inácio Lula Da Silva no parece un detalle menor.
Los principales desafíos que presenta la economía argentina y que, más allá de los ciclos de crecimiento y recesión propios de un país inestable, atentan contra su desarrollo se mantienen inalterables: una economía poco competitiva producto, entre otras cosas, de leyes laborales restrictivas que atentan contra la productividad; un Estado enorme, que representa un lastre fenomenal para el sector privado; un sistema de pensiones, que requiere necesariamente una reformulación para que sea sustentable; un porcentaje de economía informal que subsiste solo gracias a no ingresar en la maraña de leyes e impuestos al trabajo; un sector exportador que sólo es dinámico y competitivo en lo que tiene que ver con el agro; un país extenso y federal, donde son pocas las provincias que generan el superávit necesario para sostener a aquellas que solo “producen” empleo público; un importante déficit en infraestructura, que el gobierno de Mauricio Macri había encarado y cuya evolución debió ser morigerada por la crisis que comenzó el año pasado.
Todos estos desafíos son los que deberá afrontar el presidente electo por el Frente de Todos mientras que, como el nombre del espacio político lo indica, tiene que lidiar con las corrientes internas del peronismo, partido que siempre se ha considerado un movimiento y que cuenta con características anárquicas donde sólo los líderes fuertes han podido hacer pie. La novedad en semejante verticalismo es que quien va a sostener la lapicera presidencial no es quien aportó la mayor cantidad de votos al espacio y, por si fuera poco, esa figura es la polémica y multiprocesada ex presidente Cristina Fernández de Kirchner, cuyas opciones pasarán por intervenir de manera directa sobre la política del gobierno o enfocarse en resolver las distintas causas que la acosan y, para las cuales, seguramente pida algún tipo de apoyo al candidato, ahora presidente, que ella misma designó.
Foto de sandeepachetan.com en Foter.com / CC BY-NC-ND
Autor
Cientista político. Columnista de varios medios de comunicación argentinos, como Clarín, La Nación, Perfil, Infobae y El Cronista. Licenciado en Ciencia Política de la Universidad de Belgrano (Buenos Aires). Es miembro del Club Político Argentino.