A días de la elección de este domingo 3 de abril, cuando los costarricenses acudan a las urnas para elegir al próximo presidente, el escenario de la campaña presenta algunos cambios. Las encuestas siguen dando como vencedor al exministro Rodrigo Chaves frente al expresidente José María Figueres, pero la distancia se ha acortado apreciablemente. El sondeo de la Universidad de Costa Rica, que a principios de marzo otorgaba a Chaves una ventaja de 11 puntos, en su último sondeo lo ubica a solo 4 puntos por delante.
No obstante, los sondeos de otras encuestadoras (Opol, Idespo, Enfoques) siguen dando a Chaves la cómoda ventaja inicial. Lo que sí ha aumentado es el porcentaje de electores que rechazan a ambos candidatos y de indecisos que ascienden del 15% al 18%. Incluso, han surgido grupos que llaman abiertamente a la abstención o al voto nulo.
El curso de la campaña muestra cada vez con más nitidez la diferencia entre las marejadas de superficie y los movimientos gruesos del mar de fondo. En la última semana, diferentes sucesos han afectado la imagen de ambos candidatos, los cuales han sido utilizados por ambas partes para llenar de invectivas personales y poco edificantes la contienda electoral.
La campaña de Figueres ha cometido errores gruesos como el viaje del candidato a República Dominicana, que fue pagado por un conocido empresario, o la emisión de un impresentable video que mostraba a varios jóvenes saltando al vacío desde la terraza de un edificio, para escenificar que votar a Chaves representa un salto al vacío.
De parte del candidato Rodrigo Chaves, que no logra desprenderse del recuerdo de la acusación de acoso cuando trabajaba en el Banco Mundial, el problema más grave es el procesamiento que lleva adelante el Tribunal Supremo de Elecciones acerca de un financiamiento ilegal de su campaña. Esto se habría realizado mediante un fideicomiso creado antes de presentar oficialmente su candidatura pero que supuestamente continuó operando después. Es una interrogante saber si el Tribunal emitirá sentencia antes de las elecciones y las consecuencias que tendría para Chaves si este o miembros de su equipo son encontrados culpables.
Bajo estos movimientos de superficie, los cuales pueden resultar decisivos, el mar de fondo que agita al país centroamericano presenta menos novedades. Antes del inicio de la primera vuelta, cerca del 80% del electorado rechazaba el statu quo económico y político. Sin haber salido del todo de la depresión productiva por la pandemia de la COVID-19, una serie de casos de corrupción y la percepción de que las élites políticas no han sabido o querido cambiar las cosas, provocaron una extendida molestia social. Esta situación, agravada por los bajos niveles de confianza mutua, impidió que se llegara a consensos básicos sobre el desarrollo nacional.
Ante este panorama, buena parte de la población ha buscado soluciones fuera del statu quo y, por ese camino, encontró a Rodrigo Chaves. Este candidato no solo procedía de fuera de la clase política, sino que además proponía una forma de actuar que rompía con las trabas institucionales que impidieran actuar para superar la crisis.
El enorme apoyo que concitó esta propuesta guarda relación con el nudo gordiano que el país no ha conseguido superar. Se ha dicho que Costa Rica se ha enfermado gravemente de su propio éxito. El país estaría padeciendo las consecuencias del desarrollo exitoso logrado en décadas anteriores, que compactó instituciones y grupos sociales que hoy son verdaderos obstáculos en el siglo XXI, algo que se refleja particularmente en el propio Estado.
La configuración de un Estado fuerte, de aspiración social y que cubre su pequeño territorio, parece haber extendido la administración pública a un ritmo mayor que el aumento de su eficiencia. Ello se aprecia en la formación de sectores corporativos en su interior, los cuales frenan cualquier intento de modificación que pueda dotar de mayor flexibilidad al aparato público para adaptarse a las nuevas exigencias. Como resultado, el Estado ha comenzado a funcionar para sí mismo sobre la base de sus propios intereses funcionariales, más que para satisfacer los intereses de la sociedad.
Así, cuando Chaves señala a los monopolios internos, a las entidades ineficientes o a las pensiones de lujo que cobran determinados funcionarios, está aludiendo a problemas reales que proceden de esa enfermedad y son reconocidos por gran parte de la ciudadanía.
Desde el campo contrario, se señala que el hiperpresidencialismo que propone Chaves pone en riesgo la institucionalidad del país. Y la acusación parece bien fundada. El problema es que ese riesgo interesa menos a una mayoría ciudadana que lo que exige es atacar de una vez los problemas de fondo. Esta mayoría, según los sondeos, percibe que la candidatura de Figueres está formada por el propio statu quo, apoyada también por un sector de la población que añora la Costa Rica exitosa del pasado.
Por otra parte, los temores que genera Chaves todavía no parecen suficientes para superar la división que muestran las otras fuerzas políticas, movidas por un rechazo vengativo hacia el candidato José María Figueres. Según el estudio de la UCR, una proporción elevada de socialcristianos y de votantes del PAC, actual partido del Gobierno, estarían más dispuestos a votar por Chaves que por Figueres. Todo indica que el resultado del domingo dependerá en buena medida de la persistencia de este rechazo rencoroso, en medio de la rebelión de la gente común contra las élites tradicionales.
Pareciera que en estas elecciones Costa Rica se enfrenta a sí misma. Algo que hace prever un mandato complejo, sea cual sea el candidato que se haga con la silla presidencial el próximo domingo.
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Autor
Enrique Gomáriz Moraga ha sido investigador de FLACSO en Chile y otros países de la región. Fue consultor de agencias internacionales (PNUD, IDRC, BID). Estudió Sociología Política en la Univ. de Leeds (Inglaterra) con orientación de R. Miliband.