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Cuando las ideas conquistan, pero los partidos alejan

Muchas personas comparten ideas de izquierda, pero rechazan emocionalmente a los partidos que las promueven, revelando que hoy la confianza pesa más que el programa.

En tiempos donde la política genera más dudas que certezas, los partidos no solo deben tener buenas ideas: tienen que lidiar con lo que representan como marca. ¿Sabrán hacerlo de modo que ello juegue a su favor? De acuerdo al informe GPS Ciudadano de la consultora DATAVOZ: una parte relevante del electorado chileno comparte algunas ideas estatistas asociadas al Partido Comunista, pero lo rechaza de forma emocional e identitaria. Incluso si las propuestas les hacen sentido, el nombre del partido sigue siendo un obstáculo.

Esto quedó en evidencia tras el triunfo de la líder comunista Jeannette Jara en las primarias del oficialismo. Su programa, que propone un Estado más activo en lo económico, reabrió el debate sobre el lugar del PC dentro del bloque gobernante, pero también sobre cómo es percibido fuera de él.

Para entender ese contrapunto, el informe desarrolló dos indicadores: uno que mide la predisposición programática hacia el estatismo (es decir, qué tan de acuerdo están las personas con un mayor rol del Estado), y otro que mide la predisposición afectiva hacia el Partido Comunista. Ambos en una escala de 1 a 5, donde 1 es adhesión y 5 rechazo.

La diferencia entre ambos indicadores es el corazón del análisis. Porque mientras el rechazo emocional hacia el PC es alto y concentrado (con muchos marcando el 5, el nivel más alto de rechazo), las opiniones sobre el estatismo están más repartidas, con una mayoría en posiciones intermedias (valores 2 a 4). En otras palabras: muchos no quieren al partido, pero no necesariamente rechazan sus propuestas económicas.

Un dato clave: el 36,1% de las personas encuestadas cae en esta categoría, donde hay distancia afectiva hacia el PC, pero no hacia sus ideas. ¿Quiénes son? Principalmente mujeres jóvenes, de sectores socioeconómicos bajos, con educación media o básica. Y eso los vuelve electoralmente decisivos.

Esta brecha entre programa y marca no es exclusiva de Chile. En varios países de América Latina se repite la escena: una ciudadanía que quiere un Estado más presente, pero que no confía en los partidos que lo promueven. El problema no es solo programático; es simbólico.

Los partidos, sobre todo los de izquierda o con tradición estatista, muchas veces cargan con una historia que les juega en contra. No por sus propuestas actuales, sino por lo que evocan: discursos de otro tiempo, estéticas rígidas, alianzas pasadas, ideologías que la ciudadanía percibe como lejanas o anticuadas. Eso puede bloquear incluso las ideas que, en el fondo, son compartidas por buena parte de la población.

En la región, la desafección partidaria va en aumento. El voto ya no se mueve solo por programas. Se mueve por confianza, por emoción, por lo que las personas creen que representa un partido o su líder. Y ese componente afectivo se ha vuelto tan o más importante que el ideológico. Como han mostrado estudios recientes, crece el “votante desarraigado”: alguien que no se casa con ningún partido, que puede estar de acuerdo con ciertas ideas, pero que se aleja si no confía en quién las propone.

Esto obliga a los partidos a hacerse preguntas incómodas. ¿Cuánto pueden cambiar su forma de presentarse sin perder su identidad? ¿Qué están dispuestos a ajustar para conectar con sectores que están cerca programáticamente, pero lejos simbólicamente? ¿Cómo se construye confianza cuando la marca arrastra rechazo?

El caso del Partido Comunista en Chile pone sobre la mesa un desafío mayor para muchas fuerzas políticas en América Latina: no basta con tener propuestas que respondan a las demandas sociales. También hay que construir un relato que genere pertenencia, que conecte desde lo cotidiano, que no asuste, que no suene ajeno.

Y eso no es fácil. Porque no se trata solo de “comunicar mejor”, sino de entender que, en contextos de desafección, la emoción precede a la razón. Que el programa puede ser bueno, pero si la marca no convence, el voto se va para otro lado.En esta tensión entre programa y marca, ideas y afectos, es donde se juega buena parte del futuro político. Y es ahí donde está, quizás, el mayor desafío para quienes buscan representar a las mayorías desde una visión transformadora: lograr que las personas no solo escuchen sus propuestas, sino que quieran creer en quien las lleva.

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Magíster en Estadística por la PUC Chile. Socia fundadora de DATAVOZ, agencia de investigación de opinión pública y mercado de Chile. Miembro del consejo directivo de WAPOR Latinoamérica.

Magister en políticas públicas por la Universidad Diego Portales y director de DATAVOZ, agencia de investigación de opinión pública y mercado de Chile.

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