Durante las últimas semanas han salido a la luz datos que deberían ser más que preocupantes para todos los latinoamericanos. Y es que estos informes muestran la rapidez con la que estamos arrasando uno de nuestros tesoros más valiosos: la selva amazónica. Según datos satelitales, manejados por MAAP, de la Organización Amazon Conservation, se han deforestado en los últimos 17 años más de 4,2 millones de hectáreas en la región amazónica (sin incluir Bolivia), y los últimos años han sido particularmente duros. Esto demuestra que los países “amazónicos” (Brasil, Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia, Venezuela y las Guayanas) se encuentran lejos de alcanzar sus propios compromisos de frenar la deforestación, como señala el Reporte de la iniciativa The Dialogue: Neraing the Tipping Point: Drivers of Deforestation in the Amazon Region.
La deforestación del Amazonas, el famoso “pulmón” del planeta, el mayor bosque tropical lluvioso del mundo, se explica, como es de esperar, por el crecimiento demográfico y económico que requiere cada vez más recursos naturales. La agricultura, en especial la extensiva en tierra, que desafortunadamente es la que ha caracterizado a nuestro continente, es la principal responsable de que el Amazonas mengüe sin parar.
Pero detrás de la acelerada deforestación de los últimos años de nuestra mayor y más preciosa selva, también se encuentran factores de la coyuntura sociopolítica de nuestro continente. Según el artículo How to save the Amazon rain forest, publicado en el New York Times, un ejemplo del desastre es Colombia, donde varias de sus regiones muestran los mayores niveles de deforestación reciente.
De acuerdo a los datos satelitales, la deforestación en el país se ha triplicado desde 2015 y se concentra en zonas que hasta hace poco tiempo estaban en manos de las FARC. Con la “liberación” de dichas zonas, la agricultura y la extracción ilegal maderera se han disparado, lo que representa una consecuencia del proceso de paz en el segundo país con mayor biodiversidad del mundo.
Con Bolsonaro en el poder, la protección medioambiental ha pasado a un segundo plano»
Brasil es el país con mayor diversidad, precisamente debido a su mayor área amazónica. Por infortunio, con Bolsonaro en el poder, la protección medioambiental ha pasado a un segundo plano, y el país parece despreciar lo que es su mayor activo. Ante las alarmas recientes de deforestación, el presidente nacional-populista ha recurrido, al igual que Donald Trump, a la negación y a las acusaciones de falsedad, una de las estrategias más poderosas de nuestro tiempo.
La realidad es que la acelerada deforestación del Amazonas es una catástrofe en toda regla. Como advierte el reporte previamente mencionado, la destrucción de los bosques lluviosos no es lineal. Al generar casi la mitad de su propia humedad, la selva amazónica requiere un tamaño mínimo. Sin embargo, la desaparición de los bosques está alcanzando un punto de inflexión a partir del cual la selva podría empezar a colapsar en sí misma por la falta de capacidad para mantener su humedad.
De esta manera, se pondría en peligro a al menos 30 millones de personas de más de 400 etnias que tienen lenguas y cultura propia y un escaso o nulo contacto con el resto de la civilización, lo que condenaría a estas culturas al olvido. Además, la destrucción de dicho ecosistema, donde habitan al menos el 10% de las especies animales y vegetales conocidas de la Tierra (pueden llegar a ser el 30% según varios expertos), está haciendo peligrar a una gran multitud de especies.
El problema es de tal magnitud que, partiendo de algunos expertos, hemos llevado la tasa de extinción de especies a los niveles más altos que se han registrado en la historia del planeta. Así, vivimos actualmente la sexta extinción masiva, la cual tiene altas probabilidades de convertirse en la peor. Y si la situación no fuera lo suficientemente grave, con la deforestación de las selvas tropicales (deforestación que contribuye hasta un 25%, debido a las emisiones de gases de efecto invernadero) también estamos disminuyendo nuestras ya escasas oportunidades de hacer frente al calentamiento global, la mayor (y si no hacemos nada, tal vez la última) amenaza que afrontamos como humanidad.
Lo que queda claro es que nuestras decisiones, tanto como consumidores como votantes, tienen más repercusión de la que creemos. Proteger nuestro futuro y el de las demás especies debería ser una de nuestras prioridades y un argumento suficiente para replantearnos el devenir político de nuestra región.
Autor
Profesor de la Univ. Autónoma de Barcelona. Doctor en Economía por la Univ. de Barcelona. Master en Desarrollo del Centro de Asuntos Internacionales de Barcelona (CIDOB). Especializado en econ. internacional y econ. urbana.