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El artista cubano al que más teme el régimen

El exilio forzado de Luis Manuel Otero Alcántara revela el mayor temor del régimen cubano: el poder del arte y de un solo individuo para desafiar la represión e inspirar la libertad.

El régimen cubano obliga al exilio a uno de sus artistas disidentes más célebres, exponiendo así su mayor temor: el poder del arte para movilizar la disidencia y el poder del individuo para inspirar a otros a favor del cambio democrático. Luis Manuel Otero Alcántara, nombrado por Time en 2021 entre las 100 personas más influyentes del mundo, encarna esa amenaza. «Amo la libertad más que a la vida misma», declaró en 2020 tras sufrir decenas de arrestos arbitrarios, un credo que fusiona su vida, su arte y su activismo. El 11 de julio de 2021, fue arrestado de nuevo durante las protestas más grandes en décadas en Cuba y posteriormente condenado a cinco años de prisión en un juicio a puerta cerrada. Desde su celda, advirtió: “Fabricaron esta sentencia de cinco años de la nada, de falsedades. Podrían inventar otros diez. Así que elijo el exilio. Pero no quiero irme de Cuba. Mis únicas opciones son el martirio o el exilio”. Su calvario revela cómo La Habana utiliza el exilio como arma de castigo y opacidad, silenciando las voces que no puede controlar.

Identidad como desafío

Otero encarna lo que más teme el Estado cubano: el poder de un artista pobre, negro y autodidacta que convirtió la marginación en resistencia. Su existencia desmantela el mito oficial de que la revolución fue construida por y para los pobres y los afrodescendientes.

En 1961, Fidel Castro invocó el asesinato del alfabetizador Conrado Benítez, declarando: “Era pobre, era negro y era maestro. Esas fueron las razones por las que los agentes del imperialismo lo asesinaron”. Hoy, en una cruel inversión, Otero es perseguido por esas mismas razones, no por los imperialistas, sino por el Estado cubano. Pobre. Negro. Disidente. Para los barrios pobres de La Habana, se ha convertido en un símbolo de dignidad, haciendo eco del grito que se escuchó en el Maleconazo de 1994 y de nuevo el 11 de julio de 2021: libertad.

Arte como Resistencia

Otero pertenece a una larga tradición de cubanos que forjaron espacios más allá del control estatal, convirtiendo la cultura en protesta, y pagando caro su condena en prisión, con el exilio como su próximo castigo. El régimen le teme no solo por quién es, sino por su poder de movilización. Pertenece a un linaje más amplio de resistencia, desde poetas clandestinos en Checoslovaquia hasta artistas en Nicaragua bajo el gobierno de Ortega y Ai Weiwei en China, prueba de que la creatividad puede sobrevivir a la represión. Su contribución más perdurable, junto con Yanelys Núñez, Maykel Castillo “El Osorbo” y Amaury Pacheco, fue la fundación del Movimiento San Isidro (MSI) en 2018. Nacido desafiando el Decreto 349, que prohibía el arte sin la aprobación del estado, el MSI lanzó una cruzada contra la censura y amplió la oposición cubana al atraer a artistas, intelectuales, feministas, activistas LGBTQ+ y otras personas excluidas de la disidencia durante mucho tiempo.

Las acciones simbólicas pronto definieron el movimiento. En noviembre de 2020, miembros del MSI realizaron una huelga de hambre para denunciar la detención del rapero Denis Solís, exponiendo así la persecución de los artistas disidentes. Meses después, la performance de Otero, Garrote Vil, durante el Congreso del Partido Comunista, dramatizó la asfixia de los disidentes cubanos, utilizando el collar de hierro que se empleaba en las ejecuciones durante el dominio colonial español y, posteriormente, durante la dictadura franquista, para reflejar cómo el Estado estrangula a la oposición hoy en día.

Esta explosión cultural alcanzó su punto álgido con Patria y Vida, el himno ganador del Grammy que unió a Otero, Castillo y Eliéxer Márquez “El Funky” con artistas cubanos de la diáspora. Al igual que la bandera de Solidaridad en Polonia en la década de 1980 o el Movimiento de los Paraguas en Hong Kong, la canción se convirtió en un grito de desafío imparable: prueba del poder simbólico del arte para sacudir una dictadura con más fuerza que cualquier arma.

Para 2021, MSI había puesto la represión en Cuba en el foco mundial. El Washington Post publicó docenas de artículos sobre el movimiento entre finales de 2020 y mediados de 2021, mientras que las acciones de solidaridad se extendían por Europa y América, una explosión sin precedentes en décadas. Mediante una ingeniosa resistencia digital, MSI transmitió en directo huelgas de hambre, sentadas y redadas policiales a pesar de los constantes apagones de internet. Su lema, Estamos Conectados, capturó tanto la resiliencia como la creatividad, conectando a los cubanos en la isla con los que viven en el extranjero.

Por qué aterroriza a La Habana

Hoy en día, Cuba enfrenta apagones prolongados, pobreza que afecta a más del 89% de los hogares y una frustración generalizada. Según el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, la desaprobación pública del gobierno alcanzó el 92% en su informe de 2025, mientras que el Observatorio Cubano de Conflictos documentó más de 6000 protestas cívicas en lo que va de 2025, desde estudiantes que denuncian los precios de internet hasta comunidades que exigen agua y electricidad. En este clima, líderes como Otero son vistos como especialmente peligrosos porque canalizan el descontento espontáneo hacia la resistencia organizada.

Aunque el Movimiento San Isidro fue desmantelado mediante arrestos, exilio forzado y prohibiciones de viaje, perdura como un modelo para la organización cívica, la estrategia digital y la solidaridad internacional.

La voz que no pueden desterrar

El encarcelamiento y el inminente exilio de Otero marcan un punto de inflexión en la estrategia represiva de Cuba. Desde julio de 2021, el régimen ha pasado de detenciones breves a largas condenas y destierros sistemáticos, tácticas destinadas a borrar el liderazgo cívico. El exilio forzoso es a la vez castigo y borradura, violando las obligaciones de Cuba en virtud del derecho internacional, incluido el artículo 12 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Sin embargo, el legado de Otero perdura. Ha demostrado que la resistencia puede surgir de los cubanos comunes: barrios marginados, comunidades afrodescendientes, los pobres olvidados. El Movimiento San Isidro sembró una cultura de protesta, allanó el camino para el 11 de julio y demostró que el arte puede llevar la represión al escenario mundial. Desde la prisión, organizó ayunos simbólicos y creó obras que luego se exhibieron en el extranjero. Su resiliencia ha sido reconocida mundialmente, recibiendo galardones de ArtReview, el Premio Rafto y el Premio Václav Havel.

Incluso en el exilio, Otero seguirá siendo una voz global, movilizando la solidaridad en el ámbito académico, artístico y de la sociedad civil. Pero la verdadera solidaridad exige más que un reconocimiento: exige su liberación incondicional, el fin del exilio forzoso y las prohibiciones de reingreso, y la derogación de las leyes que criminalizan el arte y la disidencia.

La persecución de un solo artista —acusaciones falsas, un juicio farsa, encarcelamiento, exilio— no demuestra fuerza, sino debilidad. Los autócratas pueden comandar ejércitos, pero tiemblan ante el coraje y la imaginación de una sola persona que se atreve a inspirar a otros.

Autor

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Investigador y director de Espacios Democráticos, una ONG dedicada a fomentar la solidaridad en Canadá con defensores de derechos humanos y la sociedad civil en Cuba. Máster en historia latinoamericana de la Universidad de Toronto.

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