El próximo 2 de junio, en México no solo estará en juego quiénes representarán a la población. La elección más grande en la historia de aquel país también podría definir el pulso y el rumbo de una forma de gobierno que a nivel global se encuentra en crisis: la democracia.
El proceso electoral democrático se concibe idealmente como un ejercicio que requiere la coordinación de, por un lado, candidatos comprometidos que elaboren propuestas, atiendan a los intereses de la población, deliberen sobre alternativas y debatan sus iniciativas; y, por otro lado, una ciudadanía informada, interesada en cuestionar y debatir, obligada a, en efecto, realizar la elección.
Frente a este ideal, cabe preguntarse: ¿cómo se está desenvolviendo en realidad este proceso democrático?, ¿en qué circunstancias tiene lugar?
Tanto globalmente como en nuestras propias latitudes, el panorama para la democracia no es favorable. Este sistema experimenta una ola de desconfianza y pierde terreno en todo el mundo frente a regímenes autocráticos. Numerosos indicadores señalan que México se encuentra dentro de aquellas naciones que en los últimos años han desarrollado tendencias autoritarias.
Muestra de ello es, para muchos, la poca tolerancia a opiniones divergentes, la falta de apertura a la participación ciudadana en la deliberación democrática, la falta de razones justificadas para las acciones y las decisiones políticas, así como la obnubilación de la pluralidad de perspectivas a partir de la polarización. A esto habría que sumar la lamentable situación en temas de seguridad que viven en este país los candidatos y los actores relacionados con las autoridades electorales. Atentar contra la integridad de actores políticos es también atentar contra la democracia misma.
El deterioro de estos aspectos no solo socava el pulso de la democracia en esta nación, sino que pone en cuestión el rumbo de su futuro. Estas son solo algunas de las condiciones políticas de cara al ejercicio electoral que se avecina, donde la contienda por la presidencia pasa a ser la más importante. Ahora bien, ¿qué implicaciones representaría la elección de una u otro candidato para la presidencia de México y para su democracia?
Claudia Sheinbaum es la candidata del partido en el poder. Su candidatura representa la continuidad política para el país, reforzando los temas de su antecesor: el enfoque en reducir la corrupción, el combate a la evasión fiscal, la consolidación de proyectos estratégicos como el tren maya. Asimismo, plantea propuestas que representarían un avance, como por ejemplo la creación de fiscalías especializadas en feminicidios, además de que sugiere enviar al Congreso una propuesta para ascender a estatuto constitucional la igualdad sustantiva de las mujeres en todas sus formas, así como el derecho a una vida sin violencia y la erradicación de la brecha salarial.
De consolidarse, esto último representaría un verdadero avance en términos democráticos, al garantizar una mayor igualdad. Pero, en general, su elección significaría una continuación de la tendencia política, lo cual podría significar también la continuidad de las decadencias del gobierno actual, y probablemente de su inclinación al autoritarismo, marcada por un discurso que polariza y divide dicotómicamente, entre opositores y adeptos, entre “neoliberales” y “humanistas mexicanos”.
Participa también la candidata Xóchitl Gálvez. Sus propuestas se han centrado en el tema de seguridad. Con esto ha acertado con el tema más preocupante y sensible de la presente administración: la violencia en México. Dentro de lo que propone se encuentra la restructuración de la guardia nacional, alejándola de asuntos civiles y encaminándola a otra forma de ejercer la fuerza pública. Esto significaría una demarcación entre poderes públicos muy sana para la democracia.
Con relación a su campaña, de acuerdo con lo que reporta el INE, Gálvez ha favorecido el diálogo directo con otros sectores mediante la realización de diversos foros, a diferencia de Sheinbaum, quien se ha centrado más en mítines con simpatizantes. En este sentido, los foros favorecen más un diálogo democrático genuino. Sin embargo, parte importante del discurso de Gálvez se ha dedicado a descalificar a la competencia en lugar de profundizar en sus propuestas y enriquecer la discusión.
También es participe el candidato Jorge Álvarez, quien se propone a sí mismo como el “cambio” frente a la “vieja política”. De representar un verdadero cambio, su elección podría tener implicaciones directas para la democracia, pues podría significar invertir las tentativas autoritarias del gobierno en curso. Igualmente propone una reforma en materia de seguridad, y una reforma profunda en temas judiciales. En su campaña se ha mostrado abierto al diálogo, principalmente con alumnos de universidades, un aspecto que se podría valorar como favorable para la democracia.
La elección por venir, marcada por una crisis en el sistema de gobierno, no tendrá implicaciones menores. Es importante continuar contrastando las alternativas y evaluar cuál representaría la mejor elección. No basta con tomar partido ciegamente; se debe dar seguimiento a las propuestas y las campañas, pues la forma en que las candidatas y el candidato presentan sus plataformas políticas puede ser un anticipo de la forma en que estructurarían su gobierno.
¿Qué propuesta favorece más a la democracia, promoviendo el diálogo y garantizando la igualdad y las libertades de las y los ciudadanos? ¿Cuál de las alternativas podría encaminar a la nación a salir de esta crisis en el sistema de gobierno? La fecha se acerca, y la elección, así como el rumbo de la democracia, está en manos de todas y todos.
Autor
Maestro en Ciencias en Metodología de la Ciencia por el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Doctorando en Estudios Filosóficos y Sociales sobre Ciencia y Tecnología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).