Este año estará marcado por 76 procesos electorales a nivel mundial, el mayor número en la breve historia de la democracia moderna. Pero es solo el comienzo, pues se espera que en los próximos dos años casi tres mil millones de personas ejercerán el voto en países como México, India, Indonesia, Brasil y Estados Unidos.
Las plataformas políticas recurrirán a todo tipo de estrategias para ganarse el voto, las noticias sobre las elecciones acapararán la atención de los medios de comunicación y los analistas estaremos atentos para comentar, predecir y explicar ganadores y perdedores.
Aunque quizá no son el componente central de la democracia, las elecciones se han entendido como la huella de identidad de aquella forma de gobierno. De hecho, en tiempos recientes los triunfos electorales se han querido leer, tanto por políticos como analistas de todos los espectros, como la quintaesencia de la voluntad popular.
Sin embargo, una preocupante amenaza digital se cierne sobre aquel cúmulo de procesos electorales: la polarización social generada por la desinformación, de la cual aún no tenemos claras sus consecuencias.
Lo que sí sabemos es lo siguiente: la Encuesta Global de Percepción de Riesgos 2023-2024 (GRPS, por sus siglas en inglés) del World Economic Forum muestra que las personas esperamos un futuro turbulento, pues en un plazo de 10 años el riesgo más mencionado fue el cambio climático y sus consecuencias sociales. Pero para los próximos dos años, el riesgo más inmediato percibido es la desinformación.
Intensificada por las herramientas digitales y la inteligencia artificial, la desinformación puede entenderse como una deliberada y persistente difusión de contenido falso, manipulado, fabricado e impostor a través de los medios de comunicación tradicionales y digitales.
Si no fuera por el potencial de los medios sintéticos para distribuir de manera incontenible este contenido, quizá la desinformación y sus variantes serían un capítulo más en la historia del chisme. Pero sus riesgos están en nuestra palma de la mano y debemos preguntarnos cómo podría afectar, en el corto plazo, a los procesos electorales en puerta y, en el largo plazo, a la democracia. Veamos.
Además del uso de las tecnologías digitales y la inteligencia artificial, otro factor potencia los riesgos de la desinformación: que los políticos la utilicen para crear un ambiente de polarización social. No es casual que la misma GRPS sitúe, en el tercer lugar de los riesgos percibos a corto plazo, la polarización social y política.
En este sentido, el primer riesgo que supone la dinámica de la desinformación para el marco electoral por venir es que los actores políticos aprovechen las herramientas digitales para aumentar el rechazo hacia sus adversarios, generando un clima de desconfianza cotidiana hacia el otro. Lo que no han calculado los políticos que ya utilizan estas dinámicas de polarización es que la fractura social que están creando nos podría llevar a un resultado de todo o nada y, por lo tanto, el voto no sería por el apoyo o rechazo a una plataforma política, sino para silenciar aquellas voces con las que diferimos.
Si bien el origen de nuestra actual polarización está en discursos excluyentes de la diversidad, es momento de invertir nuestra perspectiva y comenzar a pensar en la polarización política como un fenómeno que por sí mismo está erosionando a la sociedad democrática desde su cotidianeidad.
Porque la desinformación se alimenta de su viral difusión, pero sobre todo de su personalización. Atrapados en burbujas digitales cada más más impermeables a la diversidad de opiniones, los mensajes divisivos de los políticos que intentan obtener el voto a toda costa alcanzarán grupos específicos reforzando sus opiniones y ampliando la división política y social entre las personas en su vida cotidiana.
¿En qué momento comenzaremos a ver escenarios extremos de violencia o radicalización provocados por la difusión de un video o audio generado para influir no solo en el voto sino en la estigmatización del adversario político? Este sería el segundo riesgo de la desinformación en tiempos electorales.
Los riesgos no se limitan a este par que he mencionado, pero avanzando hacia el largo plazo la desinformación puede socavar los fundamentos de la democracia en, al menos, dos posibles escenarios.
Primero, frente a la imposibilidad de controlar la desinformación, los gobiernos pueden verse tentados a cerrar vías de comunicación para ejercer un control férreo sobre los contenidos y, en consecuencia, controlar los mensajes, las interpretaciones y construir su propia “verdad”. Aunque ejemplos no falten de gobiernos existentes, vale la pena volver a la novela 1984 de George Orwell para reflexionar sobre esta situación.
El segundo riesgo, más preocupante quizá, es que la desinformación puede generar un estado de descontento entre los votantes que los lleve a desconfiar de la legitimidad del gobierno recién electo. Entre noticias falsas, bulos y descalificaciones se puede ir imponiendo la creencia de que quien ganó es una persona que o bien está en lo inmoral o de plano en lo ilegal y por lo tanto no puede gobernar.
La simbiosis entre desinformación y polarización aumentaría la percepción de ilegalidad del triunfo electoral, erosionando no solo la confianza entre ciudadanos, sino los mismos procesos democráticos, pues estos no podrán ser respaldados por el número de votos, sino que se verán eclipsados por la percepción que ha sido creada a través de la desinformación.
Si bien es cierto que las posibles marchas, disturbios o protestas que esta incertidumbre provoque son riesgos importantes, la desinformación y la polarización pueden alterar nuestra percepción de los hechos porque, sin importar cómo lo llamemos –fake news, deepfakes, posverdad, infodemia, desinformación– la desconfianza en la información es un fenómeno porque produce una misma consecuencia: la polarización social basada en una emoción que produce certezas y rechaza todo aquello que es diferente a nosotros.El 2024 será un año clave para la democracia; la cacofonía que producirá la vorágine electoral y los incontables terabytes de desinformación podrían conducirnos a la fácil conclusión de que las elecciones son toda la democracia. Pero de imponerse la desinformación como legitimación perversa del triunfo electoral, la emisión del sufragio en favor de una plataforma política clausuraría toda opinión y la democracia comenzaría a desaparecer para dar paso a la desinfocracia.
Autor
Profesor-Investigador del Centro de Inv. para la Comunicación Aplicada (CICA), Universidad Anáhuac México. Doctor en Filosofía Política. Coordinador del Proyecto ¿Consolidación o debilitamiento de la democracia en América Latina? en la UNAM.