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“En el largo plazo todos estaremos muertos”, quizás antes

En el largo plazo todos estaremos muertos”, es seguramente la frase más reconocida del celebre economista J. M. Keynes, con la cual en 1923 quiso llamar la atención sobre la urgencia de abandonar el patrón oro y así evitar la depresión. Se necesitaban medidas en lo inmediato, el largo plazo no importaba. Pero las circunstancias cambian y los significados cambian. Desde inicios del 2020, fecha que bien podría definir el comienzo del nuevo milenio, la humanidad confronta otra crisis, esta vez provocada por una pandemia con efectos que repercuten más allá de lo económico. Sin embargo, los problemas asociados a toda crisis —desempleo, aumento de la pobreza, etc.— palidecen frente a las consecuencias que podría sufrir el mundo de aumentar la temperatura promedio global por encima de los 2.0 Cº.

Estaríamos pues, en presencia de nuevos problemas: un efecto dominó de vastas consecuencias. La incertidumbre es profunda ya que podríamos asistir a la irrupción de fenómenos imprevistos y disruptivos, con impactos de todo tipo. Y resultaría inútil mirar al pasado en búsqueda de respuestas, ya que los modelos tradicionales no nos servirían de guía.

Los fenómenos climáticos conllevan fuertes riesgos físicos con amplias repercusiones económicas. Aunque las explicaciones suenan innecesarias, pensemos en un empresario cuya planta se encuentra en una zona propensa a tornados o cualquier otro evento climático. Las consecuencias están a la vista: el deterioro o perdida de su bien de capital (stock) afectaría sus ventas (flujos).

En una perspectiva más amplia, los efectos del cambio climático resultan cada día más devastadores para las economías nacionales. Afecta las principales variables macro como el nivel de empleo, inversiones o balanza de pagos, influye sobre el sistema financiero —mayores riesgos, costos financieros, estabilidad— y también repercute sobre las finanzas públicas a través de los ingresos fiscales, la deuda o cotización de bonos soberanos.

Reducir el riesgo de las perdidas

Avanzar aceleradamente hacia la reducción del riesgo del cambio climático reduciría a su vez el riesgo por pérdidas. En el mediano plazo, esto se podría alcanzar a través de avances tecnológicos, reducción de costos de equipos renovables, implementación de reglas y normativas, y un consumo verde.

Avanzar en este sentido, sin embargo, aumenta el riesgo financiero asociado al problema de los activos varados: la pérdida de valor de los bienes intensivos en carbono. Obviamente, este tipo de situaciones también perjudica a las empresas, disminuye la rentabilidad de los productores carbono-intensivo a quienes les termina siendo más rentable producir a menor capacidad o directamente cerrar la planta.

La irrupción de este problema también repercute a nivel macroeconómico a través del empleo, las inversiones, el PBI y la balanza de pagos, afectando severamente a los países exportadores de petróleo y gas. Obviamente, una caída en las ventas externas afectaría las arcas publicas y la estabilidad del sistema financiero.

De forma creciente, los inversores ya consideran estos riesgos que están internalizadas en sus decisiones. De la misma manera, los políticos deberían tenerlos en cuenta, pues ponen en peligro la estabilidad macroeconómica de los países, tanto como cualquier posibilidad de desarrollo futuro. Y si no se consideran los riesgos macro-financieros que conlleva la transición y el proceso termina siendo impuesto por los principales socios comerciales, las pérdidas pueden ser aún mayores.

América Latina y la explotación de recursos naturales

América Latina sigue un modelo de inserción global basado en la explotación de los recursos naturales, siendo la explotación petrolera una de las industrias claves de varios países. No importa la orientación política, tampoco quien se apropia de la renta o si se trata de gobiernos neoliberales o neo-desarrollistas ya que ambos apuestan a los fósiles como fuente de divisas. Ya sea Colombia, Venezuela, Brasil, Argentina, Perú, Ecuador o Guyana, todos los gobiernos siguen apostando por los hidrocarburos.

Pese a las señales que surgen de los principales socios comerciales, los gobiernos siguen licitando áreas de exploración, ya sean offshore, como el caso de Argentina, o en el Amazonas como en el caso de Ecuador. Estas inversiones, cuya rentabilidad depende de los subsidios, perderán inexorablemente todo valor en un futuro no muy lejano. Y esta situación no está siendo considerada en las prospecciones macroeconómicas de los analistas.

Dicha inconsistencia impide a los gobernantes ver los graves problemas de balanza comercial que nos esperan, la crisis de empleo que surgirá entre aquellos que siguen apostando a la explotación petrolera o la necesidad de dilapidar recursos fiscales para paliar la crisis financiera que se avecina.

La amenaza del cambio climático otorga un nuevo significado a la frase de J. M. Keynes y obliga a observar la macroeconomía con otros lentes. La grave situación en la que nos encontramos debido a la pandemia, requiere fijar estrategias claras a fin de salir de la crisis, pero sin atarnos a objetivos que resulten contradictorios con los designios de la transición. Necesitamos actuar ahora, considerando las consecuencias futuras de nuestras acciones.

No se puede pensar una estrategia de recuperación sin considerar el objetivo de emisiones cero a mediano plazo. De no tenerlo en cuenta, empujaremos a nuestras sociedades a la extinción, y ya no en el largo plazo.

Foto de ANGELOUX no Foter.com

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Investigador Asociado del Centro de Estudios de Estado y Sociedad - CEDES (Buenos Aires). Autor de “Latin America Global Insertion, Energy Transition, and Sustainable Development", Cambridge University Press, 2020.

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