Tras una referencia a la llamada “Spanish Flu” en un acto académico del Centro para las Humanidades de mi propia universidad (Universidad de Miami), no resistí la tentación y cuestioné la tenaz identificación de la peor epidemia de la historia moderna con el territorio de España. Sugerí que esas referencias debieran ser acompañadas, en informaciones por escrito, con una nota al pie, o con una verbal aclaración verbal que precisara la errónea “autoría” nacional.
Mi osadía me fue “recompensada” por Hugh Thomas (la coincidencia del nombre es casualmente irónica), director del Centro con la misión de hallar un experto español que ayudara a dilucidar la perjudicial identificación. También convenía apuntar las causas de la pandemia “Spanish flu” y sus consecuencias. Como misión adicional, se recomendaba apuntar su paralelismo con la actual tragedia.
Confieso satisfactoriamente que aprendí mucho de la experiencia, más allá de haber tenido el honor de contribuir a la mejor inserción en la comunidad académica de mi institución del Decano de la Facultad Medicina de la Universidad de Barcelona, Antoni Trilla. Aunque en el curso del programa no se revelaron especulares novedades, sí nos ayudó a asimilar aspectos fundamentales que no conviene olvidar.
La identificación de la pandemia con España
En primer lugar, para los que todavía podían ser confundidos por la identificación nacional de la pandemia con España, el misterioso origen “español” se debe curiosamente a una clásica peculiaridad político-histórica del país. La pandemia de hace más de un siglo se produjo en plena dramática clausura de la Primera Guerra Mundial. Los países combatientes, prácticamente todo el planeta, escondieron la explosión del virus que llegó a afectar a media humanidad y a causar más víctimas que la propia guerra, porque la publicidad reduciría el necesario reclutamiento de carne de cañón. De ahí que se ejerciera una fuerte censura de prensa. España, neutral en la guerra, no aplicó esta medida y la noticia se ventiló libremente.
De ahí que el mal se identificó como de origen hispano, mientras que las más serias investigaciones lo han rastreado a un regimiento del ejército norteamericano en Kansas. De ahí se esparciría por todo el territorio de Estados Unidos y luego fue embarcado por las tropas estadounidenses hacia los frentes de batalla en Europa. Al parecer, el tráfico de trabajadores españoles y portugueses hacia Francia, donde llenaban el vacío en la agricultura dejado por los soldados franceses, contribuyó a la más completa leyenda del origen español del virus.
Una peculiaridad española
Este episodio confirma una vez más una mal merecida peculiaridad española. Los gobiernos españoles, frecuentemente señalados con razón como dictatoriales, en esa ocasión alardeaba de libertad de prensa. Al habérsele endosado el erróneo adjetivo no supo, como ha sido frecuente en la historia, despojarse de injustos calificativos. La “etiqueta” de la “Spanish Flu” es un ejemplo más del fracaso de los mecanismos oficiales de relaciones públicas. Esta identificación encaja con el exclusivo endoso español de la Inquisición, la exclusiva del tráfico esclavista en las Américas, y el aniquilamiento de los pueblos indígenas.
La presentación de Trilla contribuyó al entendimiento de la enormidad de la pandemia y a la advertencia de que tales fenómenos son prácticamente imposibles de eliminar totalmente. Sus consecuencias sobreviven a su aparente agotamiento. Este innato detalle nos debería llevar a la meditación acerca de dos casos concretos de contaminación del “Spanish Flu” sufridos por líderes del momento. Uno fue el presidente norteamericano Woodrow Wilson, y otro el propio rey “Spanish” Alfonso XIII.
Diagnósticos y secuelas
Wilson, en su residencia de París, fue aquejado de una misteriosa dolencia que lo dejó fuera de combate una larga convalecencia y que luego se reconoció como un caso de la epidemia. Aparentemente recuperado, el presidente norteamericano no se vio con fuerzas suficientes para evitar que sus socios europeos aplicaran las estrictas medidas punitivas sobre Alemania en el Tratado de Versalles. Además, su innovador diseño de la Sociedad de Naciones, precedente utópico de las Naciones Unidas, fue vetado vergonzosamente de la membresía norteamericana por el propio Senado. La reconstrucción de Europa nació herida de muerte. El desastre fue aprovechado por Hitler.
Mientras, en España, al parecer Alfonso XIII se recuperó del virus. Pero la década de los 20 fue una sucesión de desastres causados indirectamente o tolerados por el monarca. La tragedia de la guerra de Marruecos, la reacción militar en el Rif (donde se inició la estelar carrera de Francisco Franco), la entrega del poder al General Primero Primo de Rivera, la II República, la Guerra Civil y la dictadura franquista son la sucesiva lección colectiva de la ausente autoridad de un monarca que aparentemente no superó la enfermedad.
El reciente diagnóstico de las secuelas (amnesia, locomoción imperfecta, irritación mental, visión defectuosa) del Covid19 en las víctimas certificadas como sanas debe llevarnos a recomendar que los líderes reciban tratos de favor en la administración de las vacunas y luego en su sanación. ¿Quién puede certificar que Trump se recuperó milagrosamente después de su dolencia y del surrealista paseo en limusina? ¿Qué parte de su conducta antes y después del asalto del Capitolio puede atribuirse a la supervivencia del virus? ¿Están de veras vacunados los que desde el Senado se oponen a las medidas punitivas de la destitución retardada? Recordar a Wilson y Alfonso XIII puede ayudar.
Foto de UteQuintoC
Autor
Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. Catedrático Jean Monnet “ad personam”. Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona y Doctor por Georgetown University.