Uno de los elementos discursivos más repetidos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es la austeridad. No pierden ocasión en recordarnos lo mucho que ahorran en sueldos, proveedores, gasolinas, y gasto burocrático en general. El afán ahorrativo de AMLO lo traslada incluso a su vida personal: le gusta mostrarse con zapatos gastados, prefiere viajar en clase turista (para incomodidad de los demás pasajeros), y presume haber heredado ya en vida todos sus bienes a sus hijos. En la campaña presidencial de 2018 dijo no cargar más que con 200 pesos en la cartera. “Ni para un taxi”, aclaró.
Antes de continuar, vale precisar que la política de austeridad de AMLO no es la receta económica que se planteó en Europa tras la crisis financiera de 2009. Aquella austeridad seguía la hipótesis de la Contracción Fiscal Expansiva (EFC por sus siglas en inglés). La EFC postula que la reducción de gasto gubernamental, a través de medidas de austeridad, alienta el consumo privado al generar la expectativa de una futura baja de impuestos.
No es el caso en México hoy. La austeridad de AMLO es más bien una fórmula para eliminar la corrupción en abstracto. Así, ha convertido el ahorro en un símbolo de honestidad y autoridad moral con trazas ya de fetichismo. En su cruzada anticorrupción, este gobierno presenta como logros los recortes presupuestales, la desaparición de dependencias gubernamentales, la eliminación de plazas burocráticas, la revisión de los salarios a la baja, etc. Cada peso que se ahorra el gobierno sería un peso menos que se va a manos de “La Corrupción”.
Se preguntará usted, querido lector, ¿a dónde se va tanto ahorro? Es una excelente pregunta para la cual no hay respuesta clara. A pesar de su manía con la austeridad, los datos duros cuentan una historia diferente de este gobierno. De acuerdo a la Auditoría Superior de la Federación (ASF), en su primer año en funciones, prepandemia, se gastaron el 96 por ciento del Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios (FEIP), un apartado presupuestal que contenía los ahorros del gobierno federal acumulados en los últimos veinte años.
En los tiempos de pandemia que corren, las políticas de austeridad de AMLO chocan con una realidad que demanda un nivel de gasto al alza en áreas específicas. Veamos un caso concreto: la educación pública.
Al momento de escribir estas líneas, de acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 1.3 millones de niños y adolescentes en educación básica (preescolar, primaria y secundaria) están fuera de todo tipo de actividad escolar por razones asociados a la pandemia. Estos son datos de la “Encuesta para la Medición del Impacto COVID-19 en la Educación” que señala que el 20 por ciento de estos niños y adolescentes abandonaron la escuela virtual al carecer de una computadora o conexión a internet. No hace falta ser un genio para saber que esta población se concentra en los estados más pobres del país. Considérese que en Chiapas sólo el 24.6 por ciento de los hogares tenía conectividad a internet en 2019.
Frente a este escenario desolador, la nueva secretaria de educación, Delfina Gómez, se estrenó en su cargo el pasado 15 de febrero recortando personal. Su carta dirigida a los Subsecretarios y Directores Generales de la Secretaría de Educación Pública da tristeza:
“Me permito distraer de su atención en relación a la política de austeridad que nuestro señor presidente ha impulsado y ha dado ejemplo de que se puede tener un desempeño honesto y en estricto apego a la Ley. Dentro del complicado contexto por el que estamos pasando en esta pandemia, les pido muy atentamente reconsideren el número de personal a su cargo, solicitando atentamente me presenten en los próximos días su propuesta de reducción de personal.”
La secretaria Gómez no explica su objetivo en ahorrarse unos pesos, ni informa sobre el destino de esos recursos. Simplemente intenta emular “la política de austeridad de nuestro señor presidente” como si se tratase de un ejemplo de vida edificante. De esta forma, y frente a la tragedia que viven los niños mexicanos, la primer orden de la nueva encargada del despacho es ahorrar. ¿No sería mejor gastar para localizar y retener en la escuela a estos niños y adolescentes? En un giro sorprendente, se ha terminado por imponer en el discurso público que la austeridad soluciona mágicamente los problemas.
Estamos en Semana Santa, y a hilo de ello viene a cuento recordar la parábola de los talentos del evangelio de Mateo 25:14-30. Érase un hombre rico que se va de viaje y deja su hacienda en manos de tres criados, dándole a cada uno algunas monedas para invertirlas. A su regreso, el amo les manda llamar y les pide cuentas. El primero le devuelve el capital e intereses acumulados, y lo mismo el segundo. El tercero, sin embargo, le informa que enterró las monedas y ahora se las devuelva tal cual le fueron entregadas. Enfurecido, el amo le echa de su presencia y le dice: “debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses.”
Así como el amo de la parábola, se acerca la fecha en que los votantes mexicanos le preguntaremos a este gobierno: “¿Qué hiciste con mi dinero?” La respuesta, me temo, será un “Lo guardé.”
Foto de Eneas De Troya
Autor
Cientista político y economista. Doctor por la Universidad de Toronto. Editor Senior en Global Brief Magazine. Especialista en Diseño de Investigación Social en RIWI Corp. (Real-Time Interactive World-Wide Intelligence).