Un artículo publicado recientemente en el Washington Examiner, “China unveils plan to ‘take over’ Latin America”, nos asegura que el partido comunista chino ha dado a conocer un plan de acción y cooperación abocado a ejercer mayor influencia dentro de la región y, de este modo, amenazar los intereses de Estados Unidos en Latinoamérica.
Premunido de un tono algo alarmista, el autor de la columna de opinión, Joel Gehrke, recoge los dichos del académico del U.S. Army War College, Evan Ellis, quien establece que “Los chinos no dicen: ‘Queremos apoderarnos de América Latina’, pero establecen claramente una estrategia de compromiso multidimensional que, de tener éxito, expandiría significativamente su influencia y generaría enormes preocupaciones de inteligencia para Estados Unidos”.
Asimismo, y en este mismo sentido, el senador estadounidense, Marco Rubio, afirma que el partido comunista chino busca profundizar vínculos entre China y América Latina particularmente con ‘elementos anti-norteamericanos’. «Beijing está tratando de superar a Estados Unidos en todos los sectores,” establece el senador, “y debemos tomar esta amenaza en serio».
Dicho ’plan de acción’ se habría revelado el 3 de diciembre del año último en una cumbre China-CELAC. El referido plan presumiblemente busca no sólo estrechar los lazos económicos entre Beijing y la región, sino además profundizar la cooperación política y de seguridad. Mateo Haydar, investigador de la Heritage Foundation, concluye “Hay ambiciones absolutas de que China se convierta en la influencia dominante en América Latina. El desafío es integral, y hay absolutamente un interés militar y de seguridad allí. … Esa amenaza está creciendo, y es un tipo de amenaza diferente a la que vimos con la amenaza soviética”.
Lógicamente, la postura china en esta materia posee un enfoque distinto. Wang Ping, del Global Times, en su artículo, “China-LatAm cooperation continues momentum despite changes in regional countries’ politics”, toma nota de los cambios ideológicos registrados en América Latina en los últimos tiempos. Ciertamente, y a propósito de las elecciones presidenciales chilenas en las que emergió Gabriel Boric como un nuevo rostro de la izquierda chilena en La Moneda, Ping da cuenta de una tendencia ideológica, una suerte de pink tide, o ‘marea rosada’, que cruza la región y que incluye a países tales y como México, Argentina, Bolivia, Perú, Honduras, Cuba, Nicaragua, Venezuela, y tal vez Brasil si es que Lula da Silva emerge próximamente como vencedor en las elecciones de ese país.
Sea como fuera, desde la época de la posguerra, asegura Ping, se ha dado un patrón histórico de un movimiento, o ‘péndulo’ político, entre gobiernos de izquierda y de derecha, marcado por una constante lucha política entre ambas tendencias ideológicas al interior de los gobiernos de la región. Cuando se da un cuadro regional en el que predominan gobiernos de derecha surgen preocupaciones de una merma en las relaciones entre China y América Latina. Y cuando se da el cuadro opuesto “los medios occidentales [especulan] con incendios en el «patio trasero» de EE.UU. o [afirman] que China [está] aprovechando la oportunidad para aumentar su influencia en América Latina.” Precisamente es lo que aseguran los argumentos de Gehrke.
Empero, Ping establece que el factor ideológico, en último término, no resulta decisivo en lo que se refiere a las relaciones entre América Latina y China. Tanto los gobiernos de derecha, así como también los de izquierda, han sistemáticamente fortalecido sus lazos con China. Gozando de un acelerado crecimiento económico, y ya establecido como la segunda economía de mayor importancia en el plano mundial, muchos países latinoamericanos han podido beneficiarse de una economía que aún se encuentra en pleno desarrollo.
China se ha constituido, así, como el segundo socio comercial de Latinoamérica y, para algunos países de la región, como el primer socio comercial. A mayor abundamiento, China se presenta como fuente destacada de inversiones particularmente para aquellos países que buscan fortalecer sus economías. “Tanto para los gobiernos de izquierda como para los de derecha en América Latina,” establece Ping, “si quieren consolidar sus bases gobernantes, necesitan hacer un buen trabajo en términos económicos, y si quieren rejuvenecer la economía, es imposible para ellos ignorar a China.” Finalmente, y sin importar el color político de los gobiernos de América Latina, la cooperación entre ambas partes en pos del desarrollo constituye, a juicio de los chinos, un proyecto de largo plazo
En suma, somos testigos de dos posturas fundamentales. La primera arguye que China es una amenaza para la seguridad en la región. La segunda, establece que China sólo busca fomentar la cooperación sin importar el color político de los gobiernos de la región.
Una Perspectiva Realista del Orden Internacional
Nuestro propósito no es evaluar la veracidad de los acontecimientos históricos recientes descritos anteriormente. Más bien buscamos explorar la naturaleza de las posturas detalladas en el artículo de Gehrke en tanto un eximio ejemplo de cómo operan las grandes potencias en defensa de sus intereses nacionales y de lo que clásicamente se establecen como sus ‘zonas de influencia’. Dicho de otro modo, la postura estadounidense guarda relación con la naturaleza básica de la rivalidad entre grandes potencias y, además, con las actitudes doctrinales desarrolladas específicamente por EEUU en el tiempo.
Como principio esencial, toda gran potencia busca al menos consolidar su posición en el sistema internacional y, desde luego, preservar los intereses y recursos tanto políticos como materiales dentro de los ámbitos en los que ya ejerce influencia históricamente. Lo anterior se da en función del principio básico realista en el sentido de que la supervivencia del estado constituye la principal meta de toda potencia. Logrado esto, clásicamente las operaciones del equilibrio del poder entre los estados, se encarga luego de establecer un orden mínimo de paz en el sistema internacional.
Las actitudes detalladas en el artículo de Gehrke encapsulan una actitud doctrinal de larga data. Podemos citar brevemente, así, la Doctrina Monroe (1823) que buscó repulsar la injerencia europea en los asuntos de la región. O bien la doctrina Olney (1895) que se delineó en una nota diplomática enviada a Londres y que establecía: 1) El derecho de repeler la presencia de cualquier potencia no-hemisférica en la región; y 2) El derecho de ejercer una presencia hegemónica en la región misma.
Asimismo, con posterioridad, George F. Kennan, embajador de EEUU en la Unión Soviética, en una carta de 1950, publicada en Foreign Relations, y dirigida al Secretario de Estado en la que describe la importancia del fortalecimiento de las relaciones entre EEUU y América Latina como respuesta “al desafío ruso a nuestro derecho a existir como potencia mundial”. El contexto es la guerra fría y Kennan resume el temor a un posible efecto dominó ideológico que pudiese darse en América Latina y que debilitara los intereses nacionales estadounidenses.
Significativamente, Zbigniew Brzezinski, en Strategic Vision (2012), atribuye el declive de EEUU a un “giro dinámico del centro de gravedad mundial desde el oeste al este.” Dicho lo anterior, el escrito de Gehrke, y muchos otros, de corte alarmista, y que circulan en la prensa internacional, debe tomarse no como un aviso de una literal amenaza inminente, sino como una natural reacción a la emergencia de una potencia rival frente a otra cuya preponderancia se ve debilitada al interior del gran tablero de ajedrez que es el sistema internacional.
Foto del Palacio de Planalto
Episodio relacionado de nuestro podcast:
Autor
Profesor de Relaciones Internacionales del Depto. de Sociología, Ciencia Política y Adm. Pública de la Univ. Católica de Temuco (Chile). Doctor en Rel. Internacionales por la London School of Economics and Political Science.