El soñador Walt Disney jamás hubiera imaginado que sus criaturas y reinos de fantasía terminarían encarnando en personajes e historias tan reales.
“Para leer al Pato Donald: Comunicación de masas y colonialismo» es un libro de los años ’70 escrito por el argentino-chileno Ariel Dorfman y Armand Mattelart, sociólogo belga y referente en estudios de comunicación, fallecido el pasado 31 de octubre a los 89 años.
Publicado por primera vez en Chile durante el gobierno de Salvador Allende, con prólogo del sociólogo argentino Héctor Schmucler, Mattelart y Dorfman analizaban allí críticamente los cómics de Walt Disney, argumentando que estos funcionaban como propaganda capitalista e imperialista de los EE.UU. Sostenían que el poder de las historietas de Disney radicaba en su aparente neutralidad e inocencia, que el humor y la diversión servían como vehículos para exportar una visión del mundo en la que los países periféricos o subdesarrollados cumplían la función de proveer materias primas y tesoros que los personajes -como el Tío Rico McPato– explotaban y llevaban a los EE.UU.

A través de las historias y cuentos infantiles se transmitía una manera de ver el mundo y se libraba una “batalla por los corazones y las mentes” de niños y adultos. En los cartoons, los patos viajaban a otros países y territorios, llamados “Bananalandia”, “Patagonia del Sur”, “Tropicolandia”, “Aztecland”, “Altiplano del abandono”, “Inca-Blinca” o «Inestablestán», versiones caricaturizadas del Tercer Mundo en el que los habitantes aparecen como ingenuos, infantiles, supersticiosos. Donald y sus sobrinos llegan desde el “centro” civilizado para enseñarles, comerciar o extraer tesoros. En esta lectura, las historietas reproducían simbólicamente las relaciones de subordinación y dependencia entre Estados Unidos y América Latina.
Así lo analizaban: “En las enormes alcancías de Tío Rico (para no aludir a Mickey que nunca almacena nada, y de Donald para qué hablar) no hay jamás la más mínima presencia de un objeto manufacturado, a pesar de que hemos visto que aventura por medio se lleva alguna obra de orfebrería a su casa. Sólo billetes y monedas. Apenas el tesoro sale del país de origen y toca el dinero de Tío Rico desaparece su forma, es tragado por los dólares. Pierde, ese último vestigio que pudiera ligarlo a personas, al tiempo, a sitios. Termina por ser oro inodoro, sin patria y sin historia. Tío Rico puede bañarse sin que las aristas de los ídolos lo pinchen. Todo es alquimizado maquinalmente (sin máquinas) en un patrón monetario único que concluye todo soplo humano. Y para colmo, la aventura que condujo a esa reliquia se esfuma junto con la reliquia misma (de forma por sí débil). Como tesoro en tierra indicaba hacia el pasado por remoto que fuera, y como tesoro en Patolandia indicaba hacia la aventura vivida, por remota que fuera; el recuerdo personal de Mc Pato se borra a medida que se ennubece el recuerdo histórico de la raza originaria. Es la historia la que se funde en el crisol del dólar. Es falso entonces el valor educativo y estético de estas historietas, que se presentan como un viaje por el tiempo y la geografía, ayudando al pequeño lector en su conocimiento de la historia humana (templos, ruinas, etc.). Esa historia existe para ser derruida, para ser devuelta al dólar que es su único progenitor y tumba. Disney mata hasta a la arqueología, esa ciencia de las manufacturas muertas”.
Los autores mencionaban también los estereotipos de género y poder presentes en los personajes femeninos frecuentemente decorativos, y las relaciones autoritarias y jerárquicas en las que los tíos ordenan y los sobrinos obedecen. En resumen, el libro interpretaba los cómics de Disney como un «manual de instrucciones» para los pueblos dependientes sobre cómo debían ser sus relaciones con el gran vecino del Norte.
Aquel libro despertó polémicas y se convirtió en un bestseller internacional y un texto emblemático en los estudios de comunicación y cultura, generando un gran debate sobre el papel de los medios masivos. Sobrevivió a la censura y la quema de libros en tiempos de dictaduras en los ’70 y fue reeditado numerosas veces. De más está decir que la idea de un proyecto alternativo de sociedad que subyacía entonces fue barrida del mapa, derrotada, desfigurada o superada por los ventarrones y tempestades que contribuyó a desatar. Izquierdas y derechas latinoamericanas procesaron de distinto modo el duro aprendizaje de esos combates ideológicos que costaron tanta sangre y tantos fracasos.Sin embargo, imágenes del Tío Sam encarnado en la figura de Donald Trump, y de líderes latinoamericanos cautivados por la aversión o la fascinación por el “imperio americano”, llevan a rememorar aquella lectura de Dorfman y Mattelart. En un contexto político más polarizado y un ecosistema mediático mucho más fragmentado y agresivo, pero también de resiliencias democráticas que permiten la coexistencia en libertad y el procesamiento pacífico de los conflictos, acaso el enfoque ya no pasa tanto por descifrar mensajes ocultos, sino por analizar una performance pública en la que parece invertirse la lógica: de la ficción que se nutre de la realidad para crear historias, personajes y narrativas, a una realidad híbrida (virtual/real) que se nos aparece, por momentos, ella misma como una caricatura de sí misma. El soñador Walt Disney jamás hubiera imaginado que sus criaturas y reinos de fantasía terminarían encarnando en personajes e historias tan reales.










