Cuando la asignación Auxilio Brasil de 600 reales (unos 110 dólares) comenzó a pagarse en agosto de este año, la expectativa era que su versión «turboalimentada» mejoraría la imagen del presidente en las encuestas electorales, especialmente entre la parte más vulnerable de la población. A menos de cinco días de las elecciones, todos los sondeos indican que el efecto de la ayuda, si es que lo hubo, fue mínimo.
¿Por qué la ayuda de 600 reales no impulsó la popularidad de Jair Bolsonaro entre los más pobres? Una de las hipótesis es la pérdida de poder adquisitivo de las ayudas frente a la inflación. Sin embargo, aunque esté desactualizada, la ayuda de 600 reales representa un aumento sustancial si se compara con el monto promedio que reciben los beneficiarios de Bolsa Familia, un programa implementado durante los gobiernos del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, opositor de Bolsonaro. Si el valor de la ayuda a la renta fuera tan decisivo para definir el voto de los más pobres, sería difícil explicar por qué Lula aparece casi 30 puntos por delante de Bolsonaro entre quienes ganan hasta dos salarios mínimos.
El nulo impacto de la ayuda «turbo» en la popularidad de Bolsonaro no es, por tanto, una simple consecuencia de la disminución del poder adquisitivo. De hecho, hay dos razones que se complementan para explicar este hecho. La primera es que, aunque importantes, las políticas de transferencias monetarias no son el único parámetro que los votantes más pobres utilizan para evaluar si un político ha gobernado para los estratos más vulnerables. La segunda razón es que los sectores populares asocian el incremento de la ayuda con la compra de votos.
Durante mucho tiempo ha sido una opinión común que la ventaja de los candidatos del PT entre los votantes de bajos ingresos y los nordestinos era el resultado de la Bolsa Familia. Sin embargo, en contra de lo que supone esta vieja visión, los votantes de bajos ingresos utilizan una miríada de experiencias cotidianas que saben que se ven afectadas por las decisiones políticas para evaluar si un gobernante ha trabajado para los más pobres.
En las conversaciones mantenidas con votantes de bajos ingresos en el Sertão Baiano para mi investigación, era recurrente la apreciación, incluso entre quienes decían no ser votantes de Lula, de que el expresidente había «mirado la pobreza». La Bolsa Familia fue un factor, entre otros, citado para ejemplificar cómo Lula había trabajado para los más pobres. Los votantes también mencionaron las políticas de las que se habían beneficiado directamente y las que afectaban indirectamente a su realidad cotidiana. Las comparaciones sobre el poder adquisitivo, el acceso a los bienes de consumo o incluso la regularidad de las comidas escolares eran habituales.
Durante el gobierno de Bolsonaro, a su vez, los votantes de bajos ingresos no tienen otros ejemplos tangibles en su vida cotidiana de mejoras en sus condiciones de vida más allá de Auxilio Brasil. Visto desde este ángulo, no es de extrañar que el aumento de la ayuda sea insuficiente para que los más pobres vean a Bolsonaro como un gobernante que ha «mirado la pobreza».
En cuanto al período de vigencia del incremento, es un factor que refuerza la imagen de Bolsonaro como un gobierno que no presta atención a los más pobres. Las entrevistas con los votantes y las encuestas de opinión pública muestran que los beneficiarios de la ayuda ven el aumento como un intento de manipular sus votos. Esto se debe a que cualquier beneficio distribuido por los políticos durante el periodo electoral es visto en el imaginario popular de las clases más pobres como una compra de votos. Cuando el inicio y el final del pago coinciden con el periodo de la campaña electoral es casi imposible deshacer la asociación establecida por los votantes entre el aumento de la ayuda y la compra de votos.
Pero, si los votantes más pobres fueran efectivamente susceptibles de ser «comprados», ¿cuál sería el problema para que asociaran el incremento de la prestación con la compra de votos? El problema es que, a diferencia de lo que se supone tradicionalmente, los votantes de bajos ingresos perciben de manera negativa la compra de votos, precisamente porque dan por sentado que los candidatos que compran votos abandonan a los votantes después de las elecciones. Así, al tener un fin programado, Auxilio Brasil vincula, sin querer, la imagen de Bolsonaro a la de los políticos que «solo ayudan cada cuatro años».
El deficiente desempeño de la ayuda del «turbinado» en la popularidad de Bolsonaro entre los sectores populares deja, por lo tanto, dos importantes lecciones. En primer lugar, es necesario superar la idea preconcebida de que el comportamiento electoral de los más pobres se rige únicamente por la política de transferencias monetarias del momento. Los votantes más vulnerables hacen una lectura programática de las disputas electorales que implica una evaluación multifacética de la actuación de los líderes.
En segundo lugar, es necesario refutar la idea de que los votantes de bajos ingresos están tan necesitados que son propensos a que su voto esté determinado por los beneficios distribuidos durante el período electoral. Los más pobres saben identificar los intentos de manipulación de su voto y también saben criticar duramente a los políticos que actúan como si pudieran cambiar la autonomía política de los votantes por dádivas.
Esta lectura crítica y programática de la política por parte de los sectores populares no nació en estas elecciones; siempre ha estado presente. Quién sabe, quizá ahora nuestros oídos estén más atentos para escucharlo.
Autor
Cientista política. Investigadora de postdoctorado en el Nuffield College de la Universidad de Oxford. Doctora en Ciencia Política por Northwestern Univeristy (Illinois, E.U.A.). Sus áreas de interés son comportamiento político, partidos políticos y elecciones.