El carisma es un rasgo individual de las personas que no puede ser traspasado ni heredado, ni siquiera de un presidente a su delfín. Sin embargo, en los últimos años se ha visto que un contendiente puede ganar los comicios si es apoyado por un personaje más popular. De esta forma, el poder político puede quedar depositado en dos personas, lo que puede generar problemas de gobernabilidad.
Por un lado, quien ocupa la presidencia es depositario de la legitimidad legal y a esto se suma el respaldo popular al haber sido electo. Pero por otro lado se mantiene el liderazgos del antiguo líder que según diría Max Weber, se sustenta en el carisma, lo cual lo dota de una legitimidad que no emana de las urnas.
Esta situación, donde conviven dos liderazgos, tiende a la disputa ya que uno de los liderazgos tiende a elevarse sobre el otro. Si bien , para respetar el orden democrático debería predominar quien ha sido escogido por los votos, existen en América Latina, muchos ejemplos donde el jefe de estado y un personaje con capacidad de incidir en la toma de decisiones gubernamentales se ha traducido en polarización e ingobernabilidad.
Estos casos son recurrentes en la región. El más sonado ha sido la disputa entre el expresidente Evo Morales y el actual mandatario Luis Arce, ambos militantes de MAS. Tras la crisis político-electoral de 2020, cuando Morales comenzó a organizar el partido Movimiento al Socialismo (MAS) a su alrededor, comenzaron también las críticas hacia su correligionario. A su vez, Arce inició una batalla de declaraciones y se fue posicionando en esta batalla interna que ha generado una gran inestabilidad política en el país
En Argentina surgió una situación semejante en el período de gobierno anterior entre el jefe del ejecutivo Alberto Fernández y la vicepresidencia ocupada por Cristina Fernández. La falta de carisma del primero y el fuerte liderazgo de la segunda evidenciaron, a pocos meses del nuevo gobierno, la duplicidad del poder que terminó en una fractura total.
Mientras tanto, en Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, gobernó entre 2003 y 2011, y contó con un fuerte apoyo popular, cimentó el camino para dar paso a que el país tuviera su primera presidenta, Dilma Rousseff, quien le sucedió en el poder. Rousseff no es una persona particularmente carismática, sino que fue la marca política de Lula y los resultados del gobierno lo que le permitió alcanzar el poder. Empero, cuando estallaron las investigaciones por los casos Odebrecht y Lava Jato, la presidenta nombró a Lula ministro de la Casa Civil para protegerlo y luego, él, tomando en cuenta que podría lastimar la administración de Dilma, dimitió del cargo.
En la región andina, en Ecuador, Rafael Correa gobernó bajo la marca de la Revolución Ciudadana (2007-2017); su administración es el primer caso de lo que se denomina tecnopopulismo, personajes que tienen una retórica nacionalista y polarizadora pero que en el tema económico se apoyan en medidas de disciplina fiscal y perfiles técnicos.
Correa intentó un cuarto mandato, luego de que su partido Alianza-País aprobara un proyecto de reelección indefinida. Su aprobación generó polémica y, para evitar una crisis que mermara su imagen, optó por Lenin Moreno, su vicepresidente. Moreno ganó los comicios y rápidamente rompió con su antecesor, lo cual generó una disputa con el expresidente que terminó por dividir al partido. Este fue un factor determinante para la victoria de Guillermo Lasso en las siguientes elecciones.
Otro caso es Panamá. El expresidente Ricardo Martinelli buscaba la presidencia del país; sin embargo, una investigación por blanqueo de capitales y su asilo en Nicaragua le impidieron contender. Entonces un perfil cercano a él, José Raúl Mulino, fue fungido como su sustituto y ganó la presidencia. Si bien Mulino no contaba con un respaldo popular fuerte, al convertirse en el abanderado de Martinelli logró canalizar la simpatía. Tras la victoria de Mulino, la pregunta que surge es si el presidente logrará desmarcarse del expresidente o el poder quedará depositado en dos personas.
El caso más reciente es el de México, en el cual el partido Morena volvió a ganar la presidencia de la mano de Claudia Sheinbaum, que será la primera mujer en gobernar el país. López Obrador termina su administración con una aprobación del 60% y fue el motor de la campaña de Sheinbaum ya que la presidenta electa no tiene el arrastre ni la fuerza de López Obrador.
Ahora, la principal duda es si habrá una ruptura entre presidente y presidenta electa o si la marca AMLO será la depositaria del poder popular. La tensión ha escalado en estos días por la iniciativa de reforma judicial, la cual busca que los ministros y magistrados sean electos mediante voto popular, como el sistema boliviano. Mientras el ejecutivo pugna por que la reforma se apruebe en septiembre, a un mes de concluir su sexenio; la presidenta electa dice que habrá diálogo y análisis. Ambas posturas solo han provocado que el peso se deprecie.
Por lo tanto, se puede corroborar que las presidencias tuteladas generan generalmente conflictos por demostrar quien ostenta el poder. En algunos casos el sucesor termina rompiendo con su antecesor y desafía la figura de tutelaje que se creía preestablecida. En otros casos, se mantiene la presencia del líder carismático como marca del siguiente gobierno y continuidad del proyecto político y la figura del presidente sirve para viabilizar la victoria a través de los votos.
En conclusión, las presidencias tuteladas son un fenómeno que puede asociarse, aunque no siempre, al caudillismo o al populismo. Los líderes carismáticos tienden a sobrepasar sus gobiernos y se vuelven motores de proyectos políticos; mientras que quienes asumen el poder por la vía legal, pero que no cuentan con carisma propio, enfrentan el reto de crear un aura propia. Y en algunos casos mantener o romper los lazos con el proyecto original, lo cual puede generar disputas dentro del propio movimiento político.
Autor
Cientista Político. Graduado en la Universidad Nacional Autônoma de México (UNAM). Diplomado en periodismo por la Escuela de Periodismo Carlos Septién.