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Somos una región desigual y discriminatoria

¿Sabías que una mujer que nace en una comuna pobre de Santiago de Chile tiene una esperanza de vida de hasta 18 años menos que otra nacida en una zona con mayores recursos? Un estudio reciente afirma, además, que esta diferencia puede llegar a 9 años entre los hombres y que las desigualdades en la región más urbana del mundo, afectan con más fuerza a los habitantes de las grandes periferias, favelas o villas miserias.

La desigualdad y la discriminación son dos rasgos estructurales de América Latina. Aunque hay países más desiguales como Chile, México y Brasil, y otros menos desiguales como Uruguay y Argentina, en todos hay concentración de poder y riqueza, así como grupos discriminados. Esto constituye un serio obstáculo para la democracia en la región.

Causas de la desigualdad y la discriminación

La desigualdad y la discriminación en América Latina se explican por factores como el legado colonial, la asimétrica distribución de la tierra y la riqueza, la vigencia del modelo de desarrollo extractivista, los sistemas tributarios regresivos y problemas sociales como el machismo, el racismo o la homofobia. Esto provoca que las personas no tengan las mismas oportunidades.

Existen diversas formas de analizar la desigualdad, una de ellas es distinguir entre desigualdades verticales y horizontales. Las primeras son las existentes al interior de los grupos, basadas en las diferencias de ingresos o riqueza. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en promedio el 10% más rico de la región captura casi la mitad de los ingresos nacionales, mientras que el 1%, más rico acumula más de la quinta parte.

Por otro lado, las desigualdades horizontales explican las diferencias entre grupos, basadas en el género, etnia o raza, orientación sexual, etc. Sin embargo, todas estas se combinan y refuerzan entre sí y se expresan en las diferencias de acceso a servicios públicos y a la representación política, o en las diversas capacidades de influencia en las decisiones públicas.

En América Latina la pobreza tiene género, color, edad y concentración territorial. La pobreza e indigencia es más elevada entre los pueblos indígenas y la población afrodescendiente, y especialmente acentuada entre la población femenina y rural perteneciente a esos grupos. Mientras que la incidencia de la pobreza es mayor en la infancia y la adolescencia.

Por otro lado, la discriminación implica un trato perjudicial reservado a grupos o a individuos en función de su género, etnia o raza, nacionalidad, ideas políticas o religión. Las discriminaciones también son múltiples y se retroalimentan a partir de identidades coexistentes y sistemas de opresión como el patriarcado, el racismo o la homofobia. En el caso de América Latina, las mujeres tienden a sufrir múltiples formas de discriminación por razones de género y otras formas de discriminación si son pobres, negras, indígenas, lesbianas o migrantes.

El impacto de la pandemia

Aunque estos fenómenos no son una novedad, se han agravado durante la pandemia de Covid-19. A pesar de los avances alcanzados en las últimas décadas, como la reducción generalizada de la desigualdad de ingresos y de la mejoría de los indicadores sociales, América Latina está experimentando diversos retrocesos.

Según la CEPAL, debido a la pandemia, y pese a las medidas tomadas para enfrentarla y combatir sus efectos negativos, la pobreza y la extrema pobreza han alcanzado niveles récord. En 2020, 209 millones de latinoamericanos se encontraban en situación de pobreza y 78 millones en extrema pobreza. Paradójicamente, según Oxfam, en 2020 «la fortuna de los 73 milmillonarios de América Latina aumentó en 48.200 millones de dólares desde el comienzo de la pandemia”.

Según el Latinobarómetro (2021), poco más de la cuarta parte de los latinoamericanos considera que la desigualdad en su país es completamente inaceptable y un 16% señala que es aceptable, mientras que sólo el 9% cree que es completamente aceptable. En este marco, los latinoamericanos creen que las peores desigualdades se expresan en el acceso a los servicios de salud, en las oportunidades de educación y trabajo, y en las diferencias ante la justicia.

Además, más de uno de cada cuatro latinoamericanos se siente parte de un grupo discriminado y los países con mayores índices son Brasil, Chile, Bolivia y Argentina, mientras que los grupos mayormente discriminados son los pobres, indígenas, afrodescendientes y homosexuales. Sin embargo, en un contexto de mayor movilidad humana, los inmigrantes aparecen también como un grupo crecientemente discriminado —sobre todo en República Dominicana, Costa Rica y Chile— pero con importantes diferencias entre países.

La democracia significa más que elecciones libres

Consolidar la democracia en América Latina no será posible sin resolver los problemas de desigualdad y discriminación de la región. La democracia es, con efecto, el gobierno de la mayoría con el respeto a los derechos de las minorías y, de acuerdo con autores como Norberto Bobbio, los valores últimos en los que se inspira son la igualdad y la libertad.

A pesar de sus múltiples transformaciones y promesas no cumplidas, la democracia no debe ser vista como un fin en sí misma, sino como el inicio de un camino donde lo que debe prevalecer son los intereses del conjunto de la sociedad. Además, de acuerdo con el PNUD, existen vínculos directos entre la desigualdad y el bajo crecimiento, por lo que la desigualdad supone no solamente un obstáculo para alcanzar una democracia plena, sino también un lastre para el progreso de América Latina.

En un contexto en que las consecuencias de la pandemia amenazan con profundizar estos problemas y el malestar y las protestas de la ciudadanía, es fundamental generar nuevos pactos sociales que conviertan a nuestras sociedades en lugares más justos e inclusivos. En este proceso, la construcción de un verdadero Estado de bienestar y la transformación de nuestro actual modelo de desarrollo son tareas urgentes.

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Cientista política. Profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal Rural de Rio de Janeiro (UFRRJ) y del Postgrado en Ciencia Política de la UNIRIO. Doctora en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid.

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