La elección de Robert Francis Prevost, hoy Papa León XIV, ha despertado interés, no solo por su perfil pastoral existencialmente vinculado a un país como Perú con gritantes desigualdades sociales, sino también por lo que su elección representa dentro de la historia reciente de la Iglesia Católica. Nacido en Estados Unidos y con más de cuatro décadas de experiencia pastoral en Perú, y por ende en América Latina, León XIV simboliza la continuidad de una Iglesia marcada por la sensibilidad hacia el Sur Global, reforzando el divisor de aguas inaugurado por su predecesor, el Papa Francisco.
Desde el punto de vista teológico, el signo de los tiempos se afirma, esto como una continuidad del pontificado de Francisco (2013–2024) y que significó una reorientación profunda de la praxis eclesial, en especial por su énfasis en la justicia social, la ecología integral, y de acoger el clamor de los pobres y los excluidos. Por lo tanto, distante de los modos más doctrinarios que caracterizaron a sus antecesores inmediatos: Juan Pablo II (1978- 2005), quien enfrentó al comunismo en el contexto de la guerra fría y censuró la teología de la liberación, pero que a su vez consolidó una influencia global de la iglesia católica, reforzando sectores conservadores de la iglesia; o de su sucesor Benedicto XVI, quien defendió la ortodoxia doctrinal frente al relativismo cultural, sosteniendo una visión más rígida de la autoridad eclesial.
La propuesta de la Iglesia con la elección de León XIV, estaría menos centrada en el control doctrinal y potencialmente más abierta al diálogo con las periferias. El nuevo Papa podrá ser acusado por los sectores ultraconservadores de «comunista», pero su horizonte teológico se enmarca dentro de la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia, con una renovada hermenéutica de la misericordia al acoger y descriminalizar, por ejemplo, los movimientos LGTBQI+, además de su crítica al neoliberalismo, su acercamiento a las comunidades indígenas y su apoyo a una visión sinodal de la Iglesia. Esto lo situaá como un referente progresista dentro de una institución tradicionalmente resistente al cambio.
La llegada de León XIV parece mantener este rumbo, aunque quizás con un perfil más discreto y moldeado por su experiencia misionera en Perú. Prevost llegó al municipio de Chulucanas, en la región de Piura, en 1985, luego de haberse ordenado en la Orden de San Agustín. En aquellos años le tocó acompañar y amparar a la población ante las secuelas de uno de los fenómenos de El Niño más destructivos del siglo XX. En su experiencia pastoral, adoptó posicionamientos políticos, como el necesario pedido de un perdón sincero —y nunca declarado— por parte del expresidente Alberto Fujimori, respecto a los crímenes e injusticias cometidos durante su gobierno en la década de 1990.
Su sensibilidad pastoral hacia las poblaciones más vulnerables de la ciudad de Chiclayo lo llevó, en 2014, a ser designado por el papa Francisco como administrador apostólico de la diócesis y, posteriormente, obispo de aquella ciudad. Durante ese largo período en el norte del Perú, y a diferencia de Francisco, Robert Francis simpatizó con el fútbol —en particular con el equipo local, el Juan Aurich—, y en Chiclayo —epicentro de sociedades precolombinas y preincaicas— se empapó del legado arqueológico, artístico y religioso de gran relevancia para la humanidad.
En este contexto, es pertinente preguntarse: ¿qué tipo de liderazgo se configura hoy en la Iglesia Católica? ¿Uno centrado en la ortodoxia doctrinal y en la defensa del statu quo, o uno pastoral, dialogante y abierto a las tensiones del mundo contemporáneo? En un escenario global marcado por el ascenso de populismos religiosos, el uso político y económico de la fe y las crecientes desigualdades sociales, la figura de León XIV jugará un papel clave como mediador, profeta y defensor de los más vulnerables, lo que incluye la ampliación de la legitimidad de políticas gubernamentales de inclusión social.
Es muy probable que algunas tensiones continúen dentro de la Iglesia Católica, en la que muchos cristianos cuestionan el avance de corrientes teológicas conservadoras que expresan abiertamente intolerancia, dogmatismo e incluso una perspectiva ahistórica de la Biblia. También se muestran críticos frente al crecimiento de las iglesias neopentecostales asociadas a la teología de la prosperidad, las cuales exaltan una visión individualista, meritocrática y, a menudo, contraria a los principios evangélicos de solidaridad, humildad y servicio. León XIV no representa un rechazo a la pluralidad religiosa, sino una advertencia sobre los peligros de una espiritualidad alineada con formas de poder excluyentes y autoritarias.
En definitiva, el verdadero desafío de León XIV —y de la Iglesia Católica en este siglo XXI— no es de carácter doctrinal, sino evangélico: cómo ser fiel al mensaje de Cristo en un mundo que cambia vertiginosamente. La continuidad de Francisco ofrece una oportunidad para consolidar un modelo de Iglesia más sinodal, ecuménica, samaritana y comprometida con los derechos humanos: una Iglesia que debe seguir hablando desde y con los pueblos del Sur.