«Hace décadas que en América Latina nos hemos acostumbrado a la llegada de los mesías, salvadores de la patria que dos por tres desembarcan triunfales en el mundo de la política para salvar a su pueblo del establishment, o sea, la política. Se trata de redentores del más diverso pelaje provenientes del mundo del entretenimiento o profesiones que les han permitido acumular prestigio —y, sobre todo, dinero—, que se ven obligados a sacrificarse en nombre de todos para poner orden. O, mejor dicho, desorden. El origen de los outsiders se remonta a las nuevas formas de comunicación política que surgieron a mediados del siglo pasado con la aparición de la televisión. Originalmente, los candidatos eran, en esencia, representantes de partidos, instituciones o ideas, y hacían papeles secundarios. Pero a la revolución de la TV, se sumó a inicios de los noventa “la era de la comunicación”, que dio paso a lo que los académicos denominan como la “humanización progresiva de la política”. Y a medida que las pantallas se fueron apoderando de nuestra atención, las posibilidades de los outsiders se multiplicaron.
Si bien Internet terminó de abrir el telón, la actual desafección a la clase política tradicional, consecuencia de la crisis política global y la corrupción, ha impulsado a manadas de outsiders a salir a escena. Este descontento hacia los “políticos profesionales” ha llevado a que “los electores se muestren atraídos por personajes que no tienen experiencia política, puesto que esa falta de experiencia es considerada como algo positivo”, explicó Roberto Rodríguez Andrés en su artículo El ascenso de los candidatos outsiders como consecuencia de las nuevas formas de comunicación política y la desafección ciudadana.
Si bien no hay una definición consensuada del término outsider, los académicos coinciden en una serie de características que Rodríguez Andrés clasifica de la siguiente manera:
1. Se trata de candidatos electorales que vienen de fuera del sistema y carecen de toda experiencia política. Sin embargo, no todos los que se acercan a la política son outsiders, ya que lo que cuenta es la inercia de la fama, una inercia a la que se aferran y prolongan a lo largo de su carrera política.
Se ubican al margen de las reglas establecidas para criticar a la clase política tradicional y atribuirle todos los males de la sociedad»
2. Se ubican al margen de las reglas establecidas para criticar a la clase política tradicional y atribuirle todos los males de la sociedad, asumiéndose, así, como auténticos “agentes del cambio”. Esta antipolítica, sin embargo, puede atribuirse no solo a ajenos, sino también a candidatos que, como afirmó Rodríguez Andrés, “aun habiéndose dedicado durante buena parte de su vida a esta actividad, se presentan con ansias renovadoras o rupturistas con respecto al orden establecido”, como sería el caso de Jair Bolsonaro.
Las estrategias electorales de los outsiders son otro aspecto en el que tampoco hay unanimidad. Ciertos académicos se limitan a incluir a aquellos que crean formaciones políticas nuevas, mientras que otros también incluyen a aquellos que utilizan a los partidos tradicionales como trampolín, como lo hizo Donald Trump.
3. La última característica y la que mejor los describe es que contra viento y marea logran convertir sus campañas en fenómenos virales que los elevan como la espuma hasta terminar ganando elecciones perdidas desde la teoría.
Partiendo de esta última perspectiva, el outsider, más que un personaje, sería un fenómeno, un suceso, un milagro, que, como aporte, reincorpora a la política a muchos de los desilusionados con los de siempre. Pero este fenómeno es sobre todo un engendro, una aberración que arrastra una serie de riesgos para los sistemas políticos y las democracias de los países.
El primero y más evidente de estos riesgos es la inexperiencia y el desconocimiento de estas personas para liderar un país o, si quiera, conformar gobiernos sólidos. El segundo es la posibilidad de que estos personajes, sobre todo los surgidos de la televisión, como el humorista y presidente guatemalteco Jimmy Morales, desarrollen campañas con objetivos autopromocionales y terminen, como afirmó Rodríguez Andrés, de “banalizar la actividad política, convirtiéndola en una suerte de circo mediático”. Otro riesgo es la erosión que causan en los sistemas, debido a que fraccionan y polarizan la política, lo que lleva a la conformación de Parlamentos hiperfragmentados y Gobiernos débiles que giran en torno al líder. Y el último y quizás el más peligroso de los riesgos es el sobredimensionamiento del personalismo, el populismo y la demagogia, que, en la actualidad, están aumentando no solo en varios países de la región, sino también en gran parte del mundo.
En el contexto actual, el envalentonamiento de los outsiders es inevitable, ya que se trata de un fenómeno social que se retroalimenta de la desilusión, la desazón, la desesperación y la rabia, así como también de la irracionalidad, la irresponsabilidad y la ignorancia. Por ello, a corto y mediano plazo nuestras sociedades seguirán siendo vulnerables al surgimiento de candidatos ajenos a la política, de los cuales muchos, disfrazados de mesías, se convertirán en reyes en esta “era de la comunicación”.
En este marco, no queda otra que ir pensando en alternativas a futuro. Y como ejemplo, un debate que viene a colación es el que despertó Juan J. Linz hace algunas décadas con su ensayo Los peligros del presidencialismo, en el que criticaba el sistema utilizado en la mayoría de los países de América. Ahí, entre varias críticas, mencionaba que la “personalización del poder” era un carácter inherente del presidencialismo. Y “el lado negativo de las elecciones populares directas es que pueden resultar elegidas personalidades ajenas a la clase política [outsiders]”, lo que incentiva la demagogia y el populismo, explicaron Matthew Soberg Shugart y Scott Mainwaring en su ensayo Presidencialismo y democracia en América latina: revisión de los términos del debate.
Este debate es simplemente uno más de muchos. Lo que verdaderamente importa es ir pensando alternativas para que, al menos, a largo plazo, podamos blindar nuestras democracias de los caprichos, egocentrismos y excentricidades de los outsiders.
Autor
Periodista, Máster en Periodismo de la Universidad de Barcelona y en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Complutense de Madrid.