La élite urbana del Perú, arropada de sabiduría convencional, consideró que la disolución del Congreso el pasado 30 de septiembre sería preludio de un proceso de renovación política. Sin embargo, los resultados del domingo pasado han evidenciado la persistente fractura social que lleva a que masas de peruanos anónimos, marginales e invisibles, sumadas al voto de protesta y descontento de las clases populares urbanas, terminen por reivindicar a dos alternativas políticas que se asemejan peligrosamente a las ficcionalizadas por Mario Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo: el fanatismo religioso y el chauvinismo militar como alternativas de gobierno populares en medio del caos y la enajenación política y social.
Los medios de comunicación masivos en el Perú se han convertido en caja de resonancia de las redes sociales. Así, como quien se ahorra un esfuerzo, la prensa ha renunciado a investigar las motivaciones que definen el curso social y político nacional para dejarse llevar por el sensacionalismo de las peleas e insultos que inundan el internet.
Simultáneamente, las encuestadoras arrojaban cifras que invitaban a la confusión y al desconcierto, lo que por momentos pareció pronosticar otra ficción literaria, aquella en la que José Saramago imaginó un pueblo que, un día, votó mayoritariamente en blanco. La clase política, desesperada por esta posibilidad, inició una campaña contra el voto en blanco, so pretexto de que un alto porcentaje podría inflar, en el conteo de votos válidos, el número de congresistas provenientes de agrupaciones políticas impopulares y desnutridas.
Las últimas encuestas empezaron a trazar el camino que los peruanos recorrimos de reproducir una ficción del portugués Saramago a otra, no menos fantástica, del peruano Vargas Llosa»
Entretanto, las últimas encuestas empezaron a trazar el camino que los peruanos recorrimos de reproducir una ficción del portugués Saramago a otra, no menos fantástica, del peruano Vargas Llosa. Así, comenzaron a asomarse, por los palos, la creciente intención de voto del Frente Agrícola Popular FÍA del Perú (Frepap) y del partido Unión por el Perú.
El primero es el brazo político del movimiento religioso llamado Iglesia Israelita del Nuevo Pacto Universal, fundado en 1989 por el ya fallecido Ezequiel Ataucusi, un hombre que se hacía llamar profeta y portador de verdad divina, a quien sus seguidores creyeron que resucitaría en cuerpo y alma al tercer día y que construyó su mensaje espiritual alrededor de la idea del fin del mundo. Visten de túnica, llevan barbas largas y viven en comunidades a la usanza de los antiguos hebreos bíblicos. Al margen de su imagen excéntrica desde la óptica occidental, han llegado a cubrir necesidades de la población marginal del Perú y en muchos lugares donde el Estado es apenas una idea abstracta e inmaterial.
El segundo es un partido fundado por el exsecretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Javier Pérez de Cuéllar en los años noventa y que hoy es un “vientre de alquiler”, nombre con el que se les conoce en el Perú a los partidos que se adecúan al pensamiento y órdenes del caudillo de turno que en esta oportunidad es Antauro Humala. Este es un mayor del Ejército que está en situación de retiro y se encuentra condenado por el asesinato de cinco policías en una asonada golpista allá por el 2005. Humala, hermano del expresidente procesado por el caso Odebrecht, desea fusilarlo junto a los otros expresidentes acusados de corrupción, también a gays y a venezolanos, según ha declarado. Además, propugna el etnocacerismo, ideología desarrollada por su padre, Isaac Humala, y que se puede entender como un nacionalsocialismo indigenista que cree en la superioridad de la raza “cobriza”.
De esta manera, el domingo 26 de enero sorprendió a propios y extraños en tanto dos de las principales fuerzas del Parlamento peruano están conformadas por dos agrupaciones que representan a la marginalidad de las corrientes políticas en el Perú.
Hasta el momento, nadie cuenta con una explicación clara que permita entender este resultado electoral. Sin embargo, es plausible inferir que se combinó, por un lado, la permanente alienación de la marginalidad olvidada del Perú y que no disfruta de los beneficios del “milagro peruano” que prensa y académicos dibujaron la década pasada. Y, por otro lado, también se alimentó del hartazgo del electorado popular urbano que, por desdén e incluso por diversión, votó por alternativas otrora inviables en lugar de abocarse al masivo voto en blanco.
En esa línea, cabe destacar que otro exmilitar, procesado por delitos de lesa humanidad, ha sido el parlamentario más votado de esta elección: Daniel Urresti con otro “vientre de alquiler” llamado Podemos Perú. Este, a diferencia de Humala, no cuenta con contenido ideológico alguno, pero es carismático y ha sabido alinear su marca personal a las demandas de seguridad y orden que exige el electorado peruano.
La irrupción de estos tres outsiders en la política contrasta con la derrota de partidos tradicionales como el fujimorismo o el aprismo y la débil irrupción de nuevas alternativas como el Partido Morado, cuya representación se reduce a una parte de la élite y clase media urbana limeña.
Así, el escenario que se avizora de cara al 2021, año en el que se elegirá a un nuevo presidente y al Congreso, es incierto. La gran fragmentación parlamentaria, con cerca de diez agrupaciones con representación congresal, limitará la capacidad de propuesta y acción legislativa debido al corto periodo por delante. En esa línea, el principal ganador será Martín Vizcarra, quien tendrá la oportunidad de liderar y proponer la agenda política que le permita cerrar su gestión presidencial mejor de lo que comenzó. De lo contrario, la inoperancia del Ejecutivo y del Legislativo solo servirá para agudizar tensiones y preparar el camino para que opciones radicales como la de Antauro Humala alcen vuelo a puertas del bicentenario de la república. No vale pestañear.
Fotos de Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables en Foter.com / CC BY-NC-SA
Autor
Economista. Profesor adjunto en el Instituto de Empresa de Madrid. Fue consultor en Práctica Global de Educación del Banco Mundial. Máster en Administración Pública por la Universidad de Princeton.