Cuando en 2020 Luis Arce fue elegido presidente de Bolivia, lo hizo respaldado por una sólida base social con más del 55 % de los votos, pero bajo la venia del expresidente y líder del Movimiento al Socialismo (MAS), Evo Morales. Las voces opositoras y críticas anticiparon que el nuevo gobernante sería una simple extensión de su predecesor y los más moderados pusieron en duda que tuviera una agenda propia. Aunque en un principio la influencia fue evidente, desde mediados de 2022 las discordias fueron aflorando y no tardaron en convertirse en enormes grietas, a pesar de los intentos iniciales de negar la ruptura. Hoy el partido gobernante está dividido en dos facciones. El ala “arcista” o renovadora del presidente y el ala “evista” o radical del exmandatario.
La carrera electoral hacia 2025
Morales, a quien sus seguidores llaman líder indiscutible del MAS, ya cargaba con un desgaste de liderazgo tras su fracasado intento por mantenerse en el poder. Desde el exilio en Argentina, la apuesta de Morales por Arce, quien fue su ministro de Economía (desde 2006 hasta 2017 y, posteriormente, en 2019), iba más allá de elegir a un sucesor. Necesitaba bloquear a quien consideraba una amenaza real, el actual vicepresidente David Choquehuanca, que se había distanciado mucho antes.
La idea de apelar a otro representante indígena fue vista por algunos seguidores del MAS como una renovación necesaria y un indicio de que el partido trascendía a su líder histórico. Y, si bien la popularidad de Evo como líder sindical y su historia con los movimientos sociales aún le permiten aferrarse a sus ambiciones, la realidad es que no gobierna y tampoco influye en quien gobierna.
Sus vehementes pedidos para incidir en la toma de decisiones del Gobierno no son atendidos. Tampoco su círculo cercano tiene cabida en la gestión del presidente Arce. La renovación, primero como concepto y ahora en acciones tangibles, ha derribado el pedestal de Morales, quien está convencido de ser la única opción para salvar al país de la «derecha oportunista y golpista», aunque ello signifique ahondar la división de su partido.
Desde las trincheras
Evo se ha mantenido vigente en la agenda pública a través de redes sociales, medios de comunicación o directamente a través de su programa radial de los domingos, El líder de los humildes, que se emite por Radio Kawsachun Coca del Chapare, en la región central del país, donde tiene el mayor apoyo. Esta estrategia es una práctica característica de los líderes populistas. Como afirma la periodista y escritora argentina Adriana Amado, en su libro Política pop. De líderes populistas a telepresidentes, “el líder pop necesita una prensa que lo venere o lo critique, pero que jamás lo ignore, y que hable más de su imagen que de sus hechos”.
Desde allí y fiel a su estilo, el líder del MAS arremete sin reparos contra la gestión de Arce, y el escenario para sus críticas no podría ser más propicio. Narcotráfico, seguridad ciudadana, educación o economía, por todos los frentes las presiones crecen.
Sin embargo, ni arcistas ni evistas se limitan mucho en sus ataques y las incriminaciones han alcanzado a los hijos de Arce y de Morales. Y aunque el Gobierno intenta minimizar la situación, la disputa interna del partido tiene más espacio e interés que la propia gestión. Incluso, en el Parlamento, seguidores de Morales dificultan la aprobación de normativas para no favorecer a la facción de Arce.
La arremetida de Morales ha sido tal que ha acusado al Gobierno de estar involucrado directamente en actividades del narcotráfico y ha denunciado actos de espionaje. En este marco, ha planteado la necesidad de organizar ronderos, al estilo peruano, como mecanismo de autodefensa de sectores indígenas y campesinos, para controlar la presencia de extranjeros en el trópico del departamento de Cochabamba.
Arce es más cauteloso y su estrategia mediática es casi opuesta a la de Morales. El presidente evita la confrontación y se aferra al silencio, mientras que su entorno cercano ha asumido la defensa, sobre todo de los ministros de Gobierno, Eduardo del Castillo, y de Justicia, Iván Lima, ambas fuertemente cuestionadas por Morales, quien ha pedido (de manera directa) un cambio.
La estrategia defensiva de Arce se aferra al “exitoso” manejo económico, aunque la situación actual no es alentadora. La escasez de dólares y la sobredemanda de la divisa, el déficit comercial energético, la caída de bonos soberanos, los informes de las calificadoras de riesgo y la incertidumbre de la población ponen al mandatario en el ojo de la tormenta.
Ante este complejo contexto, el presidente ha volcado su atención a las organizaciones sociales para garantizar su apoyo y desde comienzos de 2023 se reúne semanalmente con organizaciones que desde hace poco lo han declarado, como respuesta, «líder único y presidente del Bicentenario del Estado Plurinacional de Bolivia».
¿Suicidio político?
Este distanciamiento, que se ha transformado en una pelea sin tregua, ha sido visto por parte del exvicepresidente Álvaro García Linera como un «suicido político». Estas declaraciones han generado sorpresa, ya que este ha sido un acérrimo defensor de Morales. Sin embargo, García Linera se ha mostrado crítico y cuestiona las consecuencias de esta división para el MAS.
El costo de la renovación le está pasando factura a Morales, ya que se ha puesto en juego el denominado «proceso de cambio», bandera de su política partidista desde 2006, cuando asumió por primera vez el gobierno. Pero ambos siguen inclinándose hacia la división, lo cual despierta ciertas preguntas: ¿cuál es el futuro del partido oficialista?, ¿cuál será el costo político para el país?
En medio de las disputas y ante una débil oposición que no está aprovechando el momento, es difícil predecir cómo se reconfigurará el escenario electoral boliviano con respecto a las elecciones generales de 2025.
Autor
Periodista. Tiene posgrado en periodismo digital, derechos humanos y comunicación política. Corresponsal de Voice of America y editora en Connectas.