El BRICS ha sido una de las plataformas centrales del gobierno Lula. En ella, busca avanzar en la idea de una mayor participación y representación de los países del Sur global en el proceso internacional de toma de decisiones. La invitación para la adhesión de seis países al BRICS, hecha en la 15ª Cumbre de Sudáfrica, que concluyó el 24 de agosto, debe entenderse en el marco de este movimiento de búsqueda de una mayor representatividad económica, política y geográfica de la agrupación. Al fin y al cabo, si se aceptan las invitaciones, a partir de enero la agrupación contará con un país latinoamericano más, Argentina, dos africanos más, Egipto y Etiopía, y tres países de Oriente Medio, los grandes productores de petróleo Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
Aunque la ampliación era vista como un camino previsible para los BRICS, la aprobación de los seis países incluso antes de que se definieran los criterios fue una sorpresa. La sorpresa puede atribuirse en gran medida a la guerra de Ucrania, un acontecimiento que, aunque decisivo para la entrada de los nuevos miembros, acabó funcionando como agenda invisible.
Al igual que el Presidente ruso Vladimir Putin no pudo asistir a la Cumbre por el riesgo de ser detenido por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra, el conflicto en Ucrania estuvo presente y ausente al mismo tiempo. Ausente porque se evitó debido a que Rusia, la potencia que violó la soberanía de Ucrania, es miembro de los BRICS. Y presente, porque a raíz del conflicto que provocó el relativo aislamiento diplomático de Rusia y la intensificación de las rivalidades entre China y Estados Unidos, estos dos países necesitan aliados geopolíticos y geoeconómicos para equilibrar el poder de Estados Unidos y del bloque occidental.
A su vez, la asimetría de poder dentro de los BRICS a favor de Rusia y, sobre todo, de China, creó las condiciones para que ambas potencias impusieran su agenda a países como Brasil, que, si bien por un lado defendía el principio de un bloque cada vez más inclusivo, se mostraba reticente ante una inclusión ampliada y desorganizada de miembros que no sólo podría hacerle perder su papel de líder, sino también crear problemas de coordinación política.
Al mismo tiempo, la guerra en Ucrania ha dado impulso a las ambiciones, operativamente complejas, de desdolarizar la economía, una exigencia del gobierno de Lula. Las sanciones económicas impuestas a Rusia, incluido el acceso del Banco Central ruso a las reservas de dólares y su expulsión del sistema de pagos Swift, han demostrado la voluntad de Estados Unidos de convertir el dólar y el sistema financiero internacional en armas de guerra. Esta securitización del dólar podría tener un efecto boomerang contra la propia hegemonía de la que goza el dólar desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ya que podría contribuir a impulsar la búsqueda de alternativas más fiables y menos sujetas a chantaje en momentos de inestabilidad geopolítica.
En este sentido, Brasil se encuentra en un delicado equilibrio: por un lado, apoya tanto la expansión de los BRICS como la desdolarización de la economía con el objetivo de mover el sistema centrífugamente hacia la multipolaridad, es decir, hacia un sistema en el que habría varios polos de poder, pero, por otro lado, podría convertirse en rehén de un orden cada vez más bipolarizado en dos polos de poder antagónicos. Brasil se enfrenta, por tanto, a la difícil tarea de contribuir a abrir un espacio de diálogo y coordinación multilateral en el que los países del Sur Global puedan actuar con relativa autonomía de los grandes centros de poder.
Brasil viene exigiendo coherencia a China y Rusia en relación con los objetivos propios de los BRICS de democratización del sistema internacional y de apertura de espacios para aprovechar algunas de sus agendas históricas, como la reforma del Consejo de Seguridad.
La entrada de nuevos miembros en los BRICS, por ejemplo, fue la forma de Brasil de conseguir una declaración explícita de Rusia y China, como consta en la Declaración Final de la Cumbre, a favor de la democratización del Consejo de Seguridad de la ONU con la entrada de Brasil, pero también de India y Sudáfrica. En este sentido, cabe destacar que, a pesar de la entrada en el BRICS de una serie de Estados con un historial de violaciones de los derechos humanos y autoritarismo, Brasil consiguió negociar la apertura de un espacio en la declaración en el que los términos democracia y derechos humanos estaban presentes y en el que se destacaba la importancia de aplicarlos, tanto a nivel de gobernanza global como a nivel nacional.
Brasil también ha conseguido incluir en la agrupación a un aliado regional, Argentina. Aún no está claro si Argentina se unirá realmente a la agrupación, dado que Javier Milei, el favorito en las primarias argentinas, se ha pronunciado en contra de la adhesión del país al bloque, diciendo que no se unirá a los «comunistas», ha destilado odio hacia China y, en contra de los BRICS, y ha propuesto la dolarización de la economía del país.
En este sentido, si se anuncia la adhesión de Argentina a los BRICS en enero, tal vez podamos concluir al mismo tiempo que hemos obtenido otra pequeña victoria para Brasil. Despolarizar y abrir terreno al diálogo y a la política en un escenario en el que todas las alternativas parecen agotadas ante la insistencia de Estados Unidos y Rusia en resolver sus conflictos por la vía militar parece ser una de las vías productivas que se abren para Brasil, América Latina y el Sur Global.
Autor
Doctora en Relaciones Internacionales. Profesor y ex directora del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la PUC-Rio. Investigadora del CNPq y del proyecto GlobalGrace (Global Gender and Cultures of Equality). Directora del BRICS Policy Centre (2023-2025).