La historia universal está marcada por las categorías de Oriente y Occidente, entendidas no sólo como designaciones que sitúan geografías en el planisferio sino también civilizaciones, culturas, imaginaciones geopolíticas y modos de entender las configuraciones del mundo. La aproximación clásica explica que cuando una se expande la otra se repliega, cuando una asciende la otra decae. Y así los auges y decadencias de naciones, imperios y dominios de alcances continentales o planetarias.
Hay otros modos de verlo: el motor de la historia no está en los centros de poder donde se dibujan las cartografías y se deciden los destinos de los estados sino en sus confines, donde se encuentran y entremezclan los pueblos de diferentes culturas cuando se ponen en movimiento y descubren sus “terras incognitas”, donde se desdibujan las fronteras y circulan migraciones, mercancías, lenguas y conocimientos; también virus, enfermedades y pandemias como la que está en estos momento asolando al planeta.
En este escenario internacional estragado por la pandemia del Covid19, hoy tenemos un Oriente des-orientado y un Occidente accidentado. Ambas se nos presentan como constelaciones en mutación profundamente imbricadas, que se influyen mutuamente. Valga un ejemplo, de tantos: uno de los más reconocidos internacionalistas chinos actuales, Zhang Weiwei, autor de una trilogía que trata sobre el ascenso de China como potencia global, se formó en Oxford, ejerció en Ginebra y fue intérprete de inglés de Deng Xiaoping y otros líderes en los años 80. Es decir, un académico asiático con formación occidental que mira desde Oriente a Occidente con una narrativa propia, al revés de como estuvimos acostumbrados desde estas periferias occidentales americanas.
Su libro The China Horizon es publicitado como una pieza central del debate académico que se desarrolla en China sobre la naturaleza y el futuro del país y cómo este se compara con Occidente. Argumenta que China “está superando o puede superar a Estados Unidos” como potencia preeminente del mundo con su propio modelo de desarrollo, que incluye remodelar las instituciones internacionales, “aprovechando las fortalezas de sus propias tradiciones, legados socialistas y elementos de Occidente”.
China es un estado “civilizacional” porque ha desarrollado una lógica y un modelo propio que, sin pretender imponerlo al mundo, puede sí liderar una reorientación del orden mundial.
Weiwei analiza los puntos de debilidad de las instituciones políticas occidentales y subraya que China es un estado “civilizacional” porque ha desarrollado una lógica y un modelo propio que, sin pretender imponerlo al mundo, puede sí liderar una reorientación del orden mundial. Sin embargo, su lectura permite también detectar fuertes comunes denominadores con los abordajes clásicos del realismo occidental acerca del equilibrio y balance de poder, así como un reconocimiento del legado liberal de posguerra —el sistema de Naciones Unidas y las instituciones y principios que regulan la paz y la seguridad internacional y el comercio entre las naciones—.
Veamos otros dos ejemplos. A propósito de la amenaza del presidente Donald Trump de prohibir la aplicación china TikTok en los EE.UU., el portavoz de la cancillería china Wang Wenbin responde desde la defensa de los principios liberales advirtiendo que “eliminar a compañías no estadounidenses con el pretexto de la seguridad nacional viola los principios de la economía de mercado y los de apertura, transparencia y no discriminación de la Organización Mundial del Comercio (OMC)”.
A fines de mayo, Trump anunció la ruptura con la Organización Mundial de la Salud (OMS), a la que acusó de estar “totalmente controlada” por China. El portazo de Washington deja al organismo creado en 1948 sin su principal fuente de financiación en medio de la peor crisis de salud pública global en un siglo. Mientras tanto, a pesar de su baja participación en el financiamiento general de la OMS, los expertos afirman que las crecientes contribuciones financieras de China aumentan su peso, particularmente en un momento en que se considera que Estados Unidos se quiere desligar de las organizaciones internacionales y amenaza con recortar la financiación de la salud mundial.
Cuando Estados Unidos se muestra endogámico, reluctante y nacionalista, el “sueño chino” no oculta sus aspiraciones a tomar la posta del liderazgo internacional succionando al «sueño americano» y buscando ejercer su “smart power”. Hace tanto como un cuarto de siglo se preguntaba Henry Kissinger: «¿Podrán unas sociedades de orígenes culturales tan distintos hacer compatibles sus definiciones de valores verdaderamente mundiales?». La tecnología y la cultura ya dieron sus respuestas, por delante de la política. Es en la interdependencia y bisagra entre civilizaciones —antes que en el choque que acaso se produzca como mal resultado de esta interacción— donde se escriben los capítulos por venir.
*Publicado originalmente en el periódico Clarín de Argentina
Autor
Cientista político y periodista. Editor jefe de la sección Opinión de Clarín. Prof. de la Univ. Nac. de Tres de Febrero, la Univ. Argentina de la Empresa (UADE) y FLACSO-Argentina. Autor de "Detrás de Perón" (2013) y "Braden o Perón. La historia oculta" (2011).